¿Cuánto puedo cambiar?
11 marzo, 2010 por mycoach
Si preguntas a tus amigos si una persona puede cambiar de forma de ser es posible que la gran mayoría te responda de forma automática con un rotundo «¡no!«. Sin embargo, si preguntas si una persona puede cambiar sus comportamientos puede que tarden unos segundos y respondan con un «tal vez«. Efectivamente, las personas pueden modificar sus comportamientos de forma consciente o inconsciente, y por ende, su forma de ser. Dicho esto ¿cuánto puede cambiar una persona en un plazo de tiempo determinado?
Comencemos diciendo que se entiende como cambio del comportamiento de una persona la adquisición de una nueva manera de actuar o proceder que tiene permanencia en el tiempo, excluyendo así cualquier actuación puntual que, mediante amenazas, se haya ejercido sobre la persona para obligarla a obrar en un sentido contrario al de sus principios básicos.
Dicho esto realicemos ahora un pequeño ejercicio para comprender mejor cuánto puede cambiar una persona. Escoge a un compañero o amiga que se encuentre a tu alrededor. Ponte frente a ella y observa durante un par de minutos a dicha persona, la ropa que lleva, los accesorios, el pelo. Ahora daros la vuelta y cambiad cinco cosas de vuestra persona sin que el otro os vea. Cuando hayáis acabado giraros para volver a estar el uno frente al otro. Observa de nuevo a la otra persona e identifica las cinco cosas que ha cambiado en ella.
Si no tienes a nadie a tu alrededor mientras lees este artículo también puedes hacer este ejercicio. Lo único que tienes que hacer es cambiar cinco cosas en ti o también puedes hacerlo frente a un espejo donde puedas observar tu cuerpo entero.
Para rizar un poco más el rizo daros la vuelta de nuevo. Cambiad ahora otras cinco cosas. Si estas solo no hace falta que te des la vuelta, directamente cambia esas cinco cosas. Cuando hayáis acabado volved a poneros el uno frente al otro e intentad identificar las cinco cosas que la otra persona ha cambiado en esta ocasión.
Llegados a este punto sólo me resta dar mi más sincera enhorabuena a aquellas personas que hayan identificado las diez cosas que ha modificado la persona que tenían frente a sí, concluyendo así este simple ejercicio.
Como habréis podido observar las personas tenemos cierta facilidad a la hora de cambiar algunas cosas. A muy pocas personas les habrá costado esfuerzo cambiar las cinco primeras cosas por muy atónitos que se hayan quedado al escuchar la petición. Algunos se habrán cambiado el reloj de muñeca, o se habrán quitado la sortija del dedo y se la habrán guardado en un bolsillo, o se habrán descalzado, o incluso se habrán podido hacer una hermosa coleta utilizando el pañuelo que llevaban puesto. Estas modificaciones que hemos realizado en nuestra persona son cambios superficiales que apenas han supuesto una distorsión sobre nuestra identidad.
Este tipo de cambios existen en nuestra vida diaria sin que apenas nos demos cuenta de ellos. Es posible que sean tan insignificantes como tomar una cucharada de azúcar con el café en vez de dos, sustituir el propio café por un té o una infusión, cambiar la leche normal por la desnatada o incluso la de soja, etc. Son cambios que realizamos sin apenas esfuerzo y que sin modificar drásticamente nuestra forma de ser ni nuestra identidad nos permiten llevar una vida más sana o más equilibrada, por ejemplo.
Ahora bien, al proponer cambiar cinco cosas más, es posible que algunas personas hayan puesto el grito en el cielo: ¡imposible!; o se hayan indignado: ¡pero qué quiere que cambie ahora!; o incluso sorprendido: ¿más cosas? Aún así se han puesto manos a la obra, se han estrujado un poco más el cerebro y, al final, han conseguido cambiar cinco cosas más: la corbata en la cabeza a modo Rambo; los pantalones subidos hasta las rodillas como si estuviera paseando por la playa; la chaqueta del revés; el collar en la muñeca o el pelo recogido en un moño pinchado con dos lápices.
De igual manera este tipo de cambios también se dan en nuestra vida cotidiana. El hecho de dejar de fumar, o de no ingerir cierto tipo de grasas, o carne roja, pueden ser un buen ejemplo de ello. Estos cambios suponen un esfuerzo inicial hasta que logramos convertirlos en hábitos, pero sabemos que si lo conseguimos reduciremos nuestro colesterol, la probabilidad de padecer un infarto de miocardio o incluso una insufrible gota en el pie. La formación de nuevos hábitos suele llevar entre 22 y 33 días según los expertos.
Todo esto está muy bien, pero lo realmente curioso e interesante de todo el proceso de cambio está en dos momentos concretos. El primero de ellos al comenzar el ejercicio. ¿Has llegado a comenzar el ejercicio? Es muy probable que la mayoría de las personas que han leído estos párrafos ni siquiera lo hayan intentado. Estas personas habrán leído lo que decían los diferentes párrafos del ejercicio y, sabiendo lo que tenían que hacer, no habrán hecho nada. A lo sumo habrán realizado el ejercicio mentalmente, pensando para sus adentros: «me cambiaría el reloj, me quitaría los zapatos o me pondría un collar«, pero no han pasado a la acción.
No es la primera vez que me encuentro con personas que me dicen: «yo ya sé cuáles son mis objetivos» o «yo ya sé lo que tengo que cambiar» pero luego no hacen nada, no lo llevan a la práctica y se quedan como al principio. Estas personas no están disponibles para cambiar, no pueden comenzar un proceso de coaching porque tienen otras cosas en su cabeza, o tal vez tengan ciertos miedos irracionales que les impiden moverse de donde están, o están muy cómodos donde ahora se encuentran, o su forma de ser les aporta ciertos beneficios a los que no están dispuestos a rechazar.
El segundo momento de interés ha sido al finalizar el ejercicio. ¿Has vuelto a poner las cosas que habías cambiado en su sitio original? Si es así ¿quién te ha dicho que lo hagas? ¡porque yo no! Este comportamiento tan sólo nos demuestra que aunque nadie te diga nada, las personas tendemos a volver al lugar donde nos encontramos a gusto, en el que nos sentimos cómodos. Puede que algunas personas se hayan vuelto a poner el reloj en la muñeca, el anillo en el dedo y el pañuelo alrededor del cuello de forma casi inconsciente.
Estas personas se sienten cómodas en ese estado, por lo que vuelven a ese punto como un muelle retorna a su posición inicial. Por el contrario, otras personas habrán devuelto a su posición inicial sólo parte de las cosas que se habían cambiado de lugar, pero no todas. Esto nos demuestra que las personas podemos cambiar, pero tanto y tan deprisa como nos permita nuestra incomodidad. De hecho, el coach busca sacar a las personas de su círculo de comodidad para que puedan ampliarlo y así mejorar y desarrollarse, ampliando su punto de vista y desarrollando su creatividad para obtener más opciones y alternativas a un mismo problema.