La vía muerta
25 marzo, 2012 por mycoach
Mario llevaba años construyendo vías ferroviarias. Su pasión era construir caminos de acero que llevaran de un punto “A” a otro “B” en el menor tiempo posible. No le gustaba pensar que los futuros usuarios de esas vías tendrían que permanecer durante horas sentados en el asiento de su vagón mientras veían pasar el paisaje frente a sus ojos a toda velocidad. Hasta la fecha había conseguido que todos sus trenes llegaran a su destino sin problema, de forma rápida y sin causar muchos trastornos a los viajeros.
Un día, no muy diferente a otro cualquiera, le dieron un nuevo proyecto. Tenía que construir una vía que salía de un punto marcado con una gran equis en su mapa, pero cuyo destino estaba todavía por determinar. Esto era completamente nuevo para él – ¿hacia dónde tengo que dirigirme? – se preguntaba – ¿Norte, Sur, Este u Oeste? Aquello era una gran incógnita. Sus jefes le dijeron que utilizara su intuición y experiencia para esta nueva obra, pero aún así a Mario no le quedaba muy claro cuál era su objetivo final. Aún así se puso manos a la obra y mandó sus excavadoras hacia aquella gran equis marcada en su mapa.
Después de unos días el equipo de trabajo estaba listo para comenzar a quitar la maleza, allanar la tierra con enormes apisonadoras, apuntalar los raíles sobre las traviesas y hacer las pruebas de alineación necesarias para confirmar el paralelismo del carril. Sin embargo, todavía nadie le había comunicado hacia dónde se tenían que dirigir. Puesto que el tiempo apremiaba, Mario decidió comenzar las obras en la dirección que su cuerpo le pedía. Aunque esa misma intuición le decía que ese camino no llevaba a ningún sitio.
Los días pasaron y las enormes máquinas seguían moviendo las tierras, compactando las capas superficiales contra las más profundas para que las lluvias, los vientos y el paso de los pesados vagones no afectaran a ese camino por el que algún día miles de viajeros tendrían que transitar. Sin embargo, la ubicación de ese segundo punto, el punto al que su vía tenía que llegar, seguía sin estar clara.
Tras varios meses de trabajo y esfuerzo Mario y su equipo habían tirado varios cientos de kilómetros de raíles sobre aquellas tierras tan inhóspitas en algunas ocasiones como bellas y agradecidas en otras. El tiempo para que la Dirección de la empresa hubiera tomado una decisión sobre el destino final de aquella vía había sido más que prudente. Tal vez por ese motivo, por priorizar la eficacia de sus obras, o por las continuas interrupciones que su intuición hacia a lo largo del día en su cabeza, Mario decidiese aquella mañana de primavera, tras el habitual desayuno en la caseta junto al resto de su equipo, concluir el proyecto a las 17:00 horas de aquel mismo día.
Durante toda la mañana sus hombres estuvieron trabajando sin descanso, como lo venían haciendo hasta ahora. Tras el almuerzo ninguno de ellos bajó el ritmo por ver que se acercaba la hora del fin de la obra, sino que lo aumentaron un poco más con el objeto de arañar unos metros más a aquella obra, tal y como lo hacen los grandes campeones cuando ven la línea de meta a su alcance y quieren robar unos segundos al cronómetro. Al dar las 17:00 horas todo el equipo paró su actividad. Los que tenían un pico o una pala, dejaron la herramienta en el suelo. Aquellos que estaban subidos en sus monstruosas máquinas apagaron sus motores para que el silencio recuperase su autoridad entre aquellas colinas. Los integrantes del equipo se miraron los unos a los otros, miraron a su alrededor y sus miradas terminaron posándose sobre la persona de Mario, quien los miró, observó su alrededor, y se preguntó para sí mismo – ¿a dónde hemos llegado? -.
En algunas ocasiones las personas nos embarcamos en iniciativas que desde el principio sabemos que son una vía muerta que no nos lleva a ningún sitio en concreto. No importa si estos proyectos son personales, profesionales o de cualquier otro tipo, lo único que sabemos es que nuestra intuición nos dice que no tiene muy claro el objetivo final de esa empresa. Aún así comenzamos a hacer tareas que nos roban tiempo y esfuerzo, cuando no también dinero, tal vez con el único objetivo de pasar el tiempo sin estar mirando a las musarañas.
Al final del día, cuando nos damos cuenta del fracaso de esa misión, nos damos de cabezazos contra la pared por haber sido tan estúpidos, por no haber hecho caso a aquellos detalles imperceptibles que nuestro cerebro captaba pero que nuestra razón intentaba dejar a un lado.
Las vías muertas existen y seguirán existiendo siempre y cuando nosotros queramos construirlas. Las razones para ello pueden ser muy diversas, y varían en función de cada persona y sus circunstancias. Lo importante de todo esto no es sólo darse cuenta de que hemos entrado en una empresa que es una vía muerta y no nos lleva a ningún sitio, sino también ser conscientes de lo que nos ha empujado a embarcarnos en esa empresa sin futuro, de nuevo.