Cucarachas

9 marzo, 2011 por mycoach

Entré en la cocina a por un poco de azúcar para mi té nocturno. Al abrir el armario donde guardo tan preciado hidrato de carbono noté entre las sombras algo que se movía detrás de los paquetes de arroz y lentejas que había en una de las estanterías. Mi curiosidad me hizo mover uno de los paquetes para confirmar que realmente algo se había movido. Al levantarlo, una marabunta de cucarachas negras saltaron alborotadas sobre mi mano, cayendo sobre la mesa de la cocina y siguiendo su camino hacia el suelo, donde se dispersaron y metieron entre los recovecos de la habitación.

Para aquellas personas con blatofobia, o aversión a las cucarachas, la lectura del párrafo anterior ha podido suponer todo un reto. Es más, es posible que ni siquiera hayan concluido su lectura. Incluso para aquellas personas que no tienen miedo a estos insectos, el mero hecho de imaginárselos rozando su cuerpo  puede darles un asco tremendo. Efectivamente, estos insectos no son los más apreciados por el ser humano, ya que en muchas ocasiones implica que el entorno en el que nos encontramos está sucio.

Las personas tendemos a mantener nuestro hogar más o menos limpio. El grado de limpieza de una casa depende de muchos factores, pero en cualquier caso, cada persona tiende a acumular suciedad hasta el punto en el que ésta le resulta desagradable e incómoda para vivir.

Es en el momento en el que la suciedad de nuestro alrededor nos incomoda que echamos mano de la escoba y comenzamos a barrer nuestra casa. Cuántas veces habremos escuchado decir a alguien “noté que la casa estaba sucia porque al andar escuchaba el ruido de las migas de pan bajo mis pies. Fue entonces cuando comprendí que era hora de barrer la casa”.

Al igual que las personas debemos limpiar nuestra casa para vivir cómodamente, también debemos limpiarnos a nosotros mismos de toda la porquería que vamos acumulando con el paso de los años. Esa porquería hace que las cucarachas aparezcan en nuestra vida. Las cucarachas no son más que aquellas cosas que nos dan asco y que queremos eliminar de nuestro interior.

Sin embargo, no todas las personas reaccionan de la misma manera frente a una plaga. Las más valientes pueden hacer un zapateado utilizando a cada insecto que encuentran a su paso como tarima donde practicar; los más agresivos se armarán con un insecticida en cada mano y librarán una cruenta batalla contra estos insectos; y aquellas personas con blastofobia, es posible que te llamen con su teléfono móvil a mil metros de su residencia.

Esta actitud tan típica cuando recibimos el azote de una plaga en nuestra casa es muy similar a la que tenemos cuando nos debemos enfrentar a algo que nos da asco, algo que queremos eliminar de nuestra vida. Así nos podemos encontrar con personas que son capaces de enfrentarse a sus preocupaciones; otras que se quedan bloqueadas sin saber qué hacer ni por dónde empezar; y otras que ante su bloqueo se ponen en contacto con un especialista para que las ayude a desbloquearse y poder llevar a cabo la vida que tanto deseaban tener.

¿Eres de las personas que permite que la casa se le llene de cucarachas o prefieres aplastarlas según las ves? ¿Qué te está impidiendo dar el paso para librarte de toda esa porquería que acumulas y que entorpece tu camino hacia la vida que deseas?

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Troceando elefantes

7 marzo, 2011 por mycoach

Desde hace unos meses me ronda por la cabeza la idea de escribir un libro. Hace unas semanas tuve la oportunidad de hablar con un amigo, quien me animó a que lo escribiera y quien se ofreció a ayudarme en lo que necesitara. Estaba motivado y decidido a conseguir mi objetivo, por lo que comencé a preparar el plan de acción. A los pocos días tuve la ocasión de comentarle este tema a otra persona quien, ante el comentario de querer escribir un libro, me respondió: “eso es una gran responsabilidad y un gran esfuerzo, ¡un libro de 300 páginas!”.

Aunque durante la conversación que habíamos mantenido hasta el momento no se había mencionado la extensión del libro, al escuchar “300 páginas” el cielo se desplomó sobre mi cabeza. ¡300 páginas! – repetí en mi cabeza. Obviamente no estoy preparado para escribir algo tan extenso. Ni mis conocimientos sobre el tema son tan amplios ni mi experiencia es tan dilatada como para poder escribir algo tan extenso.

¿Y si escribo algo más corto? – repliqué. ¿Y si empiezo escribiendo cincuenta páginas?” Cincuenta páginas parece algo más asequible. Además, a fecha de hoy tengo material para escribir esas cincuenta páginas. De hecho, me puedo comprometer y responsabilizar para sacar un borrador en un tiempo determinado. Parece que cincuenta es el número adecuado para empezar ¿quién ha dicho que un libro deba tener trescientas y no cincuenta páginas?

Obviamente este es un ejemplo que puede no darse todos los días, pero ¿cuántas veces se nos ha presentado un problema o un nuevo reto que nos ha parecido tan grande que no sabíamos por dónde agarrarlo, o por dónde comenzar? Y esto que parece que sólo nos puede ocurrir en el trabajo, también nos puede suceder en nuestras relaciones personales. Y claro, cuando algo nos sobrepasa… ¡se nos cae la moral a los pies!

En estos casos es importante recordar la famosa pregunta: ¿Cómo te comes un elefante? La respuesta más normal es: ¡imposible, es demasiado grande! Pero ¿qué ocurre si lo troceamos, podrías comerlo entonces? En ese caso las respuestas comienzan a cambiar: “Si, si el trozo es lo suficientemente pequeño como para que me quepa en la boca… ¡entonces si

Efectivamente, si somos capaces de partir nuestros retos, o nuestros problemas, en trozos lo suficientemente pequeños como para que podamos ingerirlos sin atragantarnos, entonces seremos capaces de comernos el mundo entero.

En estos casos también es importante tener en cuenta nuestras habilidades, ya que en función de la destreza que tengamos con ellas, seremos capaces de realizar las tareas de forma más rápida y eficaz, es decir, podremos comernos trozos más grandes del elefante.

No importa lo grande que sea el asunto que tenemos entre manos, si somos capaces de cortarlo en pedazos pequeños, nos resultará más sencillo llevar a cabo la tarea sin que nos desmoralicemos.

¿Cuál es el reto que has dejado aparcado porque te parecía imposible llevar a cabo sin trocearlo?

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Invasores del espacio

1 marzo, 2011 por mycoach

De todos es sabido que los animales son territoriales y que establecen sus lindes orinando o defecando en ellas. El espacio territorial no es fijo, varía en función de la densidad de población de la zona. De esta forma, los leones salvajes pueden tener un espacio territorial de un radio de cincuenta kilómetros o más, mientras que los leones criados en cautividad tienen un espacio territorial de unos pocos metros. Esto que ocurre continuamente con los animales, también ocurre con el ser humano.

El antropólogo Edward T. Hall propuso en 1963 la utilización del término proxémica para describir las distancias que se pueden medir entre las personas mientras estas interactúan entre sí. De estas investigaciones se desprenden cuatro distancias zonales diferentes: la zona íntima, la zona personal, la zona social y la zona pública.

Las personas “mantenemos la distancia” con aquellos individuos que desconocemos. Según vamos adquiriendo mayor confianza con ellos permitimos que se acerquen más, admitiendo que se adentren en nuestra zona personal e incluso en nuestra zona íntima.

Pero al igual que necesitamos mantener la distancia física con los desconocidos para no sentir que nos avasallan ni que invaden nuestro espacio personal, no es menos cierto que también existen ocasiones en las que requerimos permanecer a cierta distancia de nuestros seres más queridos para tomar decisiones que exigen cierta meditación.

Las personas que han mantenido una relación destructiva con su pareja suelen pedir un tiempo y un espacio para meditar y averiguar cómo se encuentran actualmente, qué es lo que ha pasado en su relación, dónde han fallado, qué es lo que buscan, si quieren concluir la relación actual o si están dispuestas a iniciar una relación con otra persona.

Aunque sea complicado comprender inicialmente qué es lo que las personas quieren decir con: “necesito tiempo” o “necesito un poco de espacio”, está claro que lo que están exigiendo es que no se las atosigue, que no se las presiones más, ya que esto podría provocar que tocasen fondo.

El pedir un poco de espacio no es negativo, ya que, entre otras cosas, nos permite coger un poco de aire, descansar de la otra persona, tener tiempo para organizar las ideas y así no posponer la toma de decisiones con la excusa de que no tengo la cabeza asentada y calmada.

Es cierto que en ocasiones la solicitud de espacio no implica que haya una meditación para solucionar el problema en cuestión, sino que es un tiempo que se utiliza para buscar a otra persona con quien olvidarse de los problemas cotidianos y, si toda va bien, comenzar una nueva relación con ella.

El dar espacio a una persona nos puede producir miedo, o una sensación de ansiedad, porque al dejarla libre la podemos perder para siempre. En la película “Proposición indecente” había una frase que decía algo así como: “abre la puerta de la jaula para que el pájaro sea libre. Si realmente tiene que ser tuyo, volverá a ti. Si no, nunca debió ser tuyo en primer lugar”.

Dejar libre a una persona no sólo implica que es posible que no vuelva, sino que también nos fuerza a romper todas las dependencias que se tenía con ella, algo que en ocasiones resulta harto complicado. Basta que alguien nos quiera quitar a esa persona, o que sintamos que la podemos perder, que nos ponemos manos a la obra para recuperarla de nuevo a cualquier precio, aunque sea de forma temporal.

Y a ti, ¿quién te está pidiendo un poco de espacio y eres incapaz de dárselo por miedo a perderla?

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Matar al padre

27 febrero, 2011 por mycoach

Hace unos días pregunté a una persona “¿Cuándo dejamos de ser hijos?”. Ante tal interrogación su cara no pudo más que mostrar su perplejidad y asombro. “¿Qué cuando dejamos de ser hijos?” inquirió con cierta incredulidad en su voz. Tras unos segundos meditando, intentando ver dónde estaba la trampa de la pregunta, me miró a los ojos y respondió con contundencia: “Nunca”.

Desde el momento en el que nacemos nos convertimos en los hijos de nuestros padres. Ellos son quienes nos orientan durante parte de nuestra vida, quienes saben lo que es bueno para nosotros, quienes nos ayudan cuando estamos desvalidos y quienes nos atosigan en los momentos que estamos más apáticos.

Son nuestros progenitores quienes están a nuestro lado desde el momento en que llegamos a este mundo. En ocasiones pueden estar tan cerca de nosotros que ni siquiera son conscientes de ello. A lo sumo pueden considerar que esa proximidad es debida al amor que nos procesan. Sin embargo, esto provoca una sensación de ahogo en su descendencia, la cual pide a gritos un poco de espacio para crecer por sí misma.

Tal vez los padres estén tan acostumbrados a que sus hijos les pidan cosas que es posible que también esperen que les pidan el espacio que necesitan para seguir creciendo. De hecho, la mayoría de los padres se sentirían aliviados si sus hijos tomasen las riendas de su vida, pudiendo así quitarse un poco de lastre de su mochila y descansar un poco.

Para que los padres se alejen un poco, los hijos deben acercarse a ellos. Este movimiento de una de las partes del sistema genera inexorablemente un movimiento de la parte contraria. Esto implica que para dejar de ser hijo hay que acercarse al padre, convertirse en padre.

El hecho de convertirse en padre no implica que haya que tener descendencia, es más, puede que tengamos hijos y que nuestros padres no cambien su forma de actuar. Lo que es necesario es que exista un cambio de roles, un cambio donde nosotros, hijos, pasamos a ser padres. Y donde ellos, padres, pasan a ser abuelos.

Este cambio de roles tan sencillo en apariencia, se complica en ocasiones debido a las dependencias emocionales que existen entre las partes. A veces los hijos no queremos dejar de ser hijos, porque siendo hijos mantenemos nuestros derechos, uno de los cuales es culpar a nuestros padres de nuestros fracasos, sin responsabilizarnos de nada de lo acaecido.

Por su parte, los padres puede que no quieran dejar de ser padres, porque el mero hecho de pensar en que son abuelos los convierte de inmediato en personas mayores. Y el ser mayor, a su vez, implica que no sirven para nada, que su tiempo se agota y que la muerte llama a la puerta, aunque todavía tengan muchas cosas pendientes por hacer en este mundo.

El cambiar de papel implica que debemos dar un paso hacia delante, que debemos salir de ese círculo de comodidad en el que nos habíamos anclado. Debemos empujar a nuestros padres de su lugar actual con cariño, ya que para ellos el cambio también puede ser duro. Destronar a un padre puede ser complicado, en especial si no quiere ser destronado, o si nuestra fantasía nos impide deponer a ese padre omnipotente. La sucesión, el cambio generacional, es algo que puede complicarse si una de las partes no quiere llevarla a cabo, pero es necesaria antes o después.

Al dar ese paso hacia delante arrebatamos inconscientemente el puesto que ocupaban nuestros padres, les quitamos su hegemonía. Esto no quiere decir que no les vayamos a respetar a partir de ahora, sino que ha llegado la hora de que nos responsabilicemos de nuestras vidas y de que ellos descansen.

Matar al padre no implica que debamos asesinarlo, sino que debemos moverlo de donde está para que ocupe el lugar que ahora le corresponde. Cada persona debe reclamar su espacio para poder crecer adecuadamente. Si no reclamamos nuestro espacio seguiremos bajo el yugo de nuestros padres eternamente, incluso una vez hayan fallecido por causas naturales.

¿Y tú, has podido ocupar el lugar que te corresponde o continúas siendo el hijo eterno?

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Dependencias emocionales

25 febrero, 2011 por mycoach

Desde que somos pequeños nos han educado con la única idea de que fuéramos independientes cuando llegáramos a la edad adulta. Ahora podemos mirar a nuestro alrededor y afirmar orgullosos que lo hemos conseguido. El trabajo que tenemos nos permite pagar la casa en la que vivimos, los viajes que hacemos durante nuestras vacaciones, los colegios de los niños y hasta alguna que otra cena con los amigos los fines de semana. Sin embargo, es posible que a nivel emocional todavía dependamos de aquellas personas con las que mantenemos relaciones más íntimas.

Los seres humanos necesitamos relacionarnos los unos con los otros, y es en estas interrelaciones que podemos mostrar en mayor o menor grado alguna de nuestras emociones básicas: rabia, tristeza, miedo, alegría o afecto. En función de nuestro estado anímico, estas emociones nos pueden anclar de alguna forma a nuestro interlocutor, impidiendo de esta forma que seamos capaces de modificar una situación que nos está deteriorando.

Efectivamente, existen momentos en que las personas debemos “tomar al toro por los cuernos” y no lo hacemos. En vez de ponernos manos a la obra para solucionar el problema, comenzamos a listar toda una retahíla de excusas para no hacer nada, para quedarnos donde estamos. Uno de los casos más típicos que nos podemos encontrar es el de la persona que, aún estando mal con otra, no termina de separarse de ella.

De todos es conocida la dependencia económica que existe entre un hijo y sus padres, o entre una mujer con unos ingresos insuficientes y su pareja. En ambos casos el dinero es importante, y cualquier decisión que se tome se puede hacer teniendo en cuenta la ayuda que se necesita para mantener el estilo de vida que se llevaba hasta el momento.

Un hijo puede realizar algunas tareas que no son de su agrado dentro de casa para que sus padres le compensen con unos pequeños ingresos que le permitirán salir el fin de semana con sus amigos. Incluso dentro de su fantasía, puede que elija hacer un curso en vez de otro porque cree que sus padres estarán más contentos con esa decisión que con la que él realmente tiene en mente.

De igual manera una mujer cuyos ingresos no le proporcionan dinero suficiente para pagar los colegios de sus hijos, el alquiler de una casa, y todos los gastos que acarrea vivir sola, seguirá dependiendo de su marido y, por tanto, las decisiones que tome estarán basadas en la ayuda monetaria que espera recibir en función de lo que la otra persona estime que es más conveniente para su familia.

Lo dicho hasta ahora es del todo razonable y puede ser entendido por la mayoría de nosotros. Sin embargo, cuando el tema económico no está de por medio las cosas no son tan sencillas de comprender. Las personas se extrañan cuando una pareja sigue junta aún cuando ésta parece estar todo el día discutiendo por cualquier cosa.

Es entonces cuando nos preguntamos ¿por qué no lo dejan? ¿por qué no rompen su relación de una vez por todas y viven más felices los dos? El tiempo que pasamos con otra persona hace que se establezcan ciertos vínculos y que compartamos con ella ciertas emociones que es difícil romper de la noche a la mañana. Nuestras emociones y nuestros sentimientos se van haciendo más complejos cuanto más tiempo pasamos con la persona que amamos. Si a esto le añadimos nuestras carencias afectivas, nuestras fantasías y nuestros complejos, entonces puede que nos resulte más sencillo comprender a esas personas que se bloquean a la hora de romper una relación, a la hora de tomar una decisión aparentemente sencilla para nosotros.

Antes de criticar a una persona por posponer sus decisiones, o por su falta de carácter frente a un incidente, es importante que nos pongamos en sus zapatos, que analicemos todas las implicaciones que para ella tiene esa relación, las carencias afectivas y emocionales de la persona, y cómo el romper con su pasado la puede afectar en un momento concreto de su vida en el que puede sentirse más vulnerable.

¿Qué dependencias emocionales tienes tú actualmente que te impiden dar ese paso tan importante para rehacer tu vida?

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Posponer decisiones

23 febrero, 2011 por mycoach

No es raro encontrarse con personas que posponen ciertas tareas para otro momento con disculpas como “luego lo hago”, “ahora estoy muy ocupado” o “es que no encuentro el momento adecuado”.

El realizar una tarea nueva nos suele inquietar porque nos pone en una situación comprometida ya que, en la mayoría de los casos, no hemos realizado antes nada similar y tenemos poca experiencia en su ejecución.

Además, el realizar algo nuevo nos hace salir de nuestro círculo de comodidad. Un círculo en el que nos sentimos seguros y a gusto. ¿Para qué salir de ahí entonces? Es como salir de casa en pleno invierno cuando una tormenta está descargando toda su furia sobre nuestras cabezas ¿no es mejor quedarse cómodamente en casa tomando un chocolate caliente mientras amaina la tempestad?

Si a todo esto le añadimos una pizca de nuestros miedos y fantasías como “se van a reír de mi” o “qué van a pensar si no lo sé hacer”, la cosa se complica todavía más, y hasta es posible que no haga nada para salir adelante.

Es posible que todo lo dicho hasta ahora nos haya ocurrido alguna vez, o que incluso nos esté pasando ahora. Tal vez nos podamos sentir petrificados ante ciertas situaciones y, por muy mal que lo estemos pasando actualmente, preferimos no movernos hasta que todo pase.  Puedo tener la creencia de que si no me ven, no me pedirán que lo haga, aunque sé que lo tengo que hacer. Dejemos que la furia de la tormenta se aleje y no vuelva en mi busca.

Sin embargo, todavía es hoy el día en el que apenas somos capaces de predecir la duración de las tormentas. Con un poco de suerte pueden durar sólo unas horas, si se complican un poco se pueden alargar hasta unos días, o en el peor de los casos se pueden alargar unas semanas, meses e incluso años. Y es aquí donde entra en juego nuestra paciencia ¿cuánto tiempo puedo aguantar esta situación sin hacer nada para cambiarla? ¿Cuánto tiempo puedo aguantar sin salir de casa y sin que se deterioren mis facultades mentales?

Desde fuera todo parece muy sencillo. De hecho no será la primera vez que oímos a alguien decirnos: “tienes que coger al toro por los cuernos”. Y efectivamente, esa persona puede tener razón. Pero todavía existe algo que no nos permite movernos. Mi motivación no es lo suficientemente fuerte como para hacer que salga de casa y me enfrente a ese toro embravecido.

Al no ser nosotros quienes sufrimos en primera persona dicha situación, debemos intentar comprender a nuestro interlocutor, entender qué es lo que le frustra, lo que le inquieta, lo que le impide moverse hacia delante. Obviamente esta tarea no es sencilla, y se complica proporcionalmente según la persona con la que tratemos sea más cercana a nosotros.

En estos casos la comprensión es importante, pero tampoco hay que dejar que la otra persona se convierta en víctima de ella misma. Es necesario comprender a la otra persona, pero sin entrar en su victimismo y que éste nos haga rehenes de su situación.

Cada uno de nosotros tiene la solución a sus problemas dentro de sí, lo importante es conseguir exteriorizar esas soluciones para que las podamos escuchar, para hacernos conscientes de ellas. Es cierto que existen dependencias afectivas que nos pueden dificultar la toma de decisiones, pero con la ayuda de la persona adecuada podemos identificar nuestros bloqueos y salir de nuestro círculo de comodidad para comenzar una nueva vida.

Y tú ¿qué decisiones estas posponiendo para otro momento? ¿A qué se debe?

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Falta de carácter

21 febrero, 2011 por mycoach

No importa si acabamos de entrar en la adolescencia o si hace años que peinamos canas, hay situaciones en las que hacemos gala de una impasibilidad tal que deja perplejo a nuestro interlocutor. Nuestra apatía frente a ciertos acontecimientos hace que las personas más cercanas a nosotros se exasperen y afirmen: “¡más que sangre, tienes horchata en las venas!”, «¡qué poco carácter tienes!«.

Personas con esta falta de vigor o energía las encontramos en todas partes. Tanto el hijo adolescente que ignora las palabras de su padre, como el amigo que desatiende las aseveraciones de su confidente, son casos claros de este comportamiento.

La proximidad afectiva entre ambos interlocutores hace que el hablante termine irritado con su oyente; que la parte activa sea más activa todavía, llegando a tomar las riendas del asunto e incluso hacer propio el problema. Esto hace de forma indirecta que la persona pasiva sea más pasiva si cabe y resulte aún más exasperante.

Por muchas ganas que tengamos de hacer que la otra persona se mueva, nosotros no podemos hacer nada para que comience a caminar, a menos que ella quiera dar el primer paso. No importan los palos o los castigos que les impongamos, que ellas no se moverán. Un ejemplo clásico es el del burro que no quiere iniciar su camino. Ya lo podemos golpear, empujar o tirar de él, que no se zarandeará un ápice. Es más, es posible que cuando lo empujamos de sus cuartos traseros, gire su cabeza y nos esboce una sonrisa casi sarcástica. Es entonces cuando nuestra desesperación nos lleva a ser creativos y le ponemos la zanahoria delante de sus ojos.

Si bien es importante buscar las motivaciones que pueden hacer que la otra persona avance hacia el objetivo que se ha marcado, no es menos valioso encontrar aquello que está impidiendo su activación. Tal vez existan dependencias emocionales o económicas que frenan la marcha de nuestro ser querido hacia su objetivo. O tal vez hayan tocado fondo y no sepan cómo salir de esa situación, sintiéndose perdidos y sin recursos para solucionar el tema en cuestión.

En estos casos también es importante tener en cuenta que nuestro comportamiento tiene un efecto directo sobre el comportamiento de la otra persona. El estudio de los sistemas holísticos, donde “el sistema, como un todo, determina cómo se comportan las partes”, nos permite ver las interacciones de las personas, no sólo las exteriores, sino las interiores, cómo uno se posiciona frente a otro individuo tanto psíquica como físicamente.

De esta manera podemos observar cómo, cuando me acerco a otra persona, es posible que ella se aleje o se mueva de donde está.  De igual manera, cuando entro en un grupo, éste tiene un movimiento de las diversas partes que lo forma. Así, es posible que cuando uno se aleja de una persona la otra tome una bocanada de aire y se relaje, ya que la distancia que teníamos era demasiado cercana para estar cómodos.

En cualquier caso es bueno dar un poco de espacio a las personas para que comiencen a responsabilizarse de sus actos, para que sean ellas mismas las que toman sus propias decisiones, por mucho que a nosotros nos pueda pesar, o por difícil que nos pueda parecer el llevarlo a cabo por primera vez.

¿Quién tienes a tu lado cuya apatía te exaspera hasta tal punto que te dan ganas de zarandearlo para que se espabile un poco?

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Tocar fondo

19 febrero, 2011 por mycoach

El cierre de la empresa, el fallecimiento de un hijo o una ruptura de pareja pueden ser consideradas como crisis vitales, o lo que es lo mismo, momentos en los que nos sentimos desbordados, donde cualquier cosa, por insignificante que sea, parece un problema; y donde estos tienen la habilidad de acumularse unos encima de otros impidiendo que tomemos buenas decisiones.

Algunos analistas económicos dicen que “aún cuando se ha tocado fondo, se puede rascar un poco más”. Esto significa que aunque parezca que la cosa no puede ir peor, aún puede empeorar si no se ponen los medios para remediarlo.

Esta teoría macroeconómica la podemos aplicar en nuestra vida, basta con recordar alguna situación en la que algo nos haya ido mal, digamos una ruptura sentimental. Seguro que en el mismo momento en el que estabas rompiendo con tu pareja ocurrieron otra serie de eventos desafortunados: comenzó a llover, se pinchó la rueda del coche, no llegó el autobús, llegaste tarde a una entrevista de trabajo o te lesionaste al correr para llegar a tu cita.

El libro “El secreto” nos muestra cómo las personas atraemos hacia nosotros acontecimientos similares a nuestro estado de ánimo. Así, si yo pienso que me van a robar la bicicleta, es muy probable que cuando salga del gimnasio me la hayan robado. O que en función de cómo gestione un accidente doméstico, mi día puede ser de una u otra forma (negativo o positivo).

Si bien no vamos a entrar ahora a discutir si está teoría tiene sentido o no, si me gustaría llamar la atención sobre cómo gestionamos ciertos sucesos en nuestro día a día.

La gestión de estos acontecimientos es muy importante, en especial si son negativos. Todo suceso negativo tiene una repercusión sobre nuestra psique. Nuestras emociones suelen salir a relucir en estos casos y tendemos a dejar el raciocinio para otro momento más apropiado, aunque no sepamos cuándo.

Es posible que un acontecimiento aislado no nos desborde si éste no ha sido muy grave.  Sin embargo, si en un periodo de tiempo muy corto tenemos varios hechos de la misma índole, es posible que los sucesos nos empiecen a superar y nos desmoronemos psíquica y físicamente.

Para no derrumbarnos en momentos de extrema tensión debemos pedir ayuda a las personas que nos rodean para que nos sirvan como válvula de escape inicial.  Esa mano nos sirve como punto de apoyo para no hundirnos en lo más profundo del abismo en el que nos ahogamos.

También, al comentar las cosas con otra persona, podemos escuchar lo que estamos diciendo, permitiendo que seamos conscientes de algunas de las cosas que tenemos en nuestra cabeza pero que todavía no las habíamos verbalizado y, por tanto, escuchado.

Aunque es cierto que los amigos y familiares quieren lo mejor para nosotros, no es menos cierto que cuando les contamos nuestras penas, en especial cuando perciben que estamos desbordados, su instinto les impulsa a tomar las riendas de la situación, incluso en ocasiones hacen propios nuestros problemas.  En otros casos no cesan de darnos consejos para que salgamos del entuerto, lo cual, muchas veces, no sabemos si es peor que lo anterior.

A las personas que nos rodean y que tienen un vínculo sentimental con nosotros las cuesta percibir si estamos preparados para resolver el problema que nos trae de cabeza en ese momento o no, por lo que la presión que puede ejercer su voz de Pepito Grillo sobre nosotros puede ser más destructiva de lo que imaginaban, por mucho que crean que nos ayudan en ese momento.

Pedir un poco de tiempo y espacio para respirar no es algo anormal en estas situaciones, ya que en una situación de ahogo lo primero que buscamos es un poco de aire. Sin embargo, también es importante tener en cuenta que el problema lo debemos resolver nosotros, y que el salvarse depende exclusivamente de uno mismo. No importa cuanto nos quieran las personas de nuestro entorno, ni las ayudas que puedan ofrecernos, que si no queremos salvarnos, poco podrán hacer ellos por sacarnos del agua.

¿Y qué situación te impide actualmente proseguir con tu vida y hace que te sientas desbordado?

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Piratas del Caribe

17 febrero, 2011 por mycoach

Cuando éramos pequeños nos entusiasmaban las películas donde unas personas crueles, despiadadas, andrajosas y desaliñadas, surcaban los siete mares en busca de tesoros escondidos en islas paradisíacas. Tal era nuestra pasión por estos personajes que en alguna fiesta de disfraces nos ocultamos detrás de una barba y aparentamos ser toscos y sin pulimento, aunque nuestro escaso metro de estatura y nuestra aguda voz hicieran sonreír a más de uno de los presentes.

El paso del tiempo no ha mermado nuestra pasión por estos personajes, tal vez porque su carácter rudo y varonil siga atrayendo de forma inconsciente a las más bellas damiselas, o quizá porque vivían una continua aventura, o quien sabe, por esa ambición que los hacía buscar incansablemente tesoros por todo el mundo.

Es probable que sea esto último lo que haga que tengamos esa conexión con estos saqueadores tan glamourosos en la gran pantalla. Es posible que a fecha de hoy nosotros también estemos buscando un tesoro, pero no un tesoro en forma de monedas de oro ni joyas, sino en forma de pareja sentimental.

Buscar una pareja puede ser como buscar un tesoro. Los piratas buscaban su tesoro surcando los mares de Norte a Sur, de Este a Oeste. Nosotros atravesamos la ciudad para ir a trabajar, para ir al gimnasio, para hacer la compra, para ir a divertirnos. Al igual que ellos buscamos una isla interesante donde fondear y descansar.

En nuestro caso las islas pueden ser las personas con las que nos cruzamos todos los días. Y al igual que nuestros amados personajes, también buscamos una señal que nos permita saber si el tesoro está escondido allí o no. De no recibir ninguna señal es posible que nos arriesguemos y nos adentremos en la espesa jungla, con la posibilidad de que aparezcan los aborígenes de turno y nos comiencen a perseguir con sus lanzas en alto.

Si la isla no ha sido allanada recientemente, es posible que los nativos con los que nos encontremos sean pacíficos y nos dejen tranquilos mientras reconocemos el terreno. En el mejor de los casos podrían invitarnos a comer en su mesa e incluso culturizarnos en alguna de sus tradiciones.

Según los oriundos de la zona vayan tomando confianza con nosotros nos irán mostrando sus tesoros, riquezas que quizá para nosotros no sean de gran valor inicialmente, pero que con el tiempo podremos verles su utilidad y su razón de ser.

En el fondo todos llevamos un pequeño pirata dentro de nosotros que nos hace buscar nuevas aventuras cada día, que nos incita a buscar tesoros escondidos en el centro de una isla rodeada por una jungla y protegida por animales salvajes y aborígenes agresivos. Pero ¿qué sería de nuestra vida si todo fuera fácil y sencillo, si no fuese una continua aventura?  ¿Qué pasaría si no tuviésemos ese afán por encontrar ese tesoro escondido?

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¿Te gusto?

15 febrero, 2011 por mycoach

Cuando somos adolescentes y encontramos el amor por primera vez comenzamos a sentir una serie de sensaciones hasta el momento desconocidas. Algunas personas las describen como tener “mariposas en el estómago”, otras como “flotar en una nube”, pero en cualquier caso todos coinciden en que rebosan energía, energía que les permite hacer más cosas de las habituales, y que en muchas ocasiones utilizan para cuidarse y sacar a relucir todas las cualidades escondidas hasta ese momento.

El paso de los años no hace que nos olvidemos de esa magnífica sensación de bienestar, y la seguimos buscando en todas y cada una de las relaciones que iniciamos, si bien nuestras canas, ojeras o carnes menos tersas y turgentes hacen que nos preguntemos si realmente gustaremos a nuestra futura pareja, en especial si esta es algo más joven que nosotros.

El miedo a perder la belleza es un hecho, al igual que lo es el paso de los años, y aunque el tiempo no perdona a nadie, es cierto que se puede portar mejor con unos que con otros. Así nos podemos encontrar con personas que podían ser auténticos adefesios de jóvenes pero que con el paso de los años se han convertido en verdaderos galanes, y viceversa.

Pero hoy en día no importa demasiado si se fue un galán o un adefesio en un tiempo pasado, ya que las clínicas de cirugía estética están aquí para ayudar a las personas más preocupadas con su imagen a recuperar su belleza o, por lo menos, a quitar alguna que otra arruga. Eso sí, hay que disponer de una buena cartera para la intervención, aunque hasta para esto dan facilidades hoy en día.

Así nos encontramos con casos como el de la actriz americana Demi Moore con el también actor Ashton Kutcher que desmienten que una mujer entrada en los cuarenta no pueda mantener una relación con un hombre mucho más joven que ella.

Sin embargo el dinero y las cirugías no quitan para que estas personas puedan mantener ciertas inseguridades que hacen que se pregunten: “¿Cuándo encontrará a una chica más guapa y joven que yo?”, “¿Cómo le puedo gustar yo a esta chica tan joven?” o “¿Le resultaré atractivo a esta persona?”.

Para evitar esto algunas mujeres utilizan ciertas artimañas para llamar la atención del galán que se acerca, para lo cual se pueden vestir con camisas de gasa que permite vislumbrar sus curvas, con minifaldas que muestran sus bellas y largas piernas o directamente se olvidan de abrochar “ese” botón que permite mostrar sutilmente la voluptuosidad de sus senos.

El hombre también puede acudir a un centro de dermoestética, pero no suele ser lo habitual. Por su parte el varón quema en el gimnasio la grasa con el único fin de ganar algo de musculatura. Aunque también es cierto que un buen coche aparcado en la puerta del restaurante o del propio gimnasio ayuda bastante en alguna que otra ocasión.

Pero si bien es cierto que las personas que no superan los veinticinco años de edad pueden ser deslumbradas por el atractivo de una persona o el coche que conduzca, no es menos cierto que cuando tienen diez años más ya no buscan esa persona bella, sino una que les de seguridad, las respete y con la que puedan tener un futuro en común.

La pérdida de la belleza deja paso a una serie de valores, experiencias y sentimientos que pueden ser compartidos con la otra persona. La frase “la belleza está en el interior” es del todo acertada en esta ocasión, ya que es lo que llevamos dentro de nosotros lo que hará que la otra persona termine por enamorarse de uno, independientemente de los años que tengamos, de lo guapos que seamos y del dinero que tengamos en la cuenta corriente. Esto no quita para que haya personas que a cualquier edad buscan eso en su pareja, que sea guapa, que tenga un buen coche y que tenga suficiente dinero para vivir en un buen piso y hacer viajes transoceánicos como mínimo un par de veces al año. Y tú ¿de qué tipo de persona eres? ¿Te preocupa más tu belleza interior o la exterior?

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