Archivos para la categoría ‘coaching personal’

Empatía emocional

lunes, 12 julio, 2010

Hace unos meses una amiga recibió una llamada a las nueve de la mañana.  Al descolgar el teléfono, la voz al otro lado del aparato la dijo: «¿Es usted la madre de Fulanito? – Sí, soy yo- ¿Está sola? – Sí –  Siéntese… su hijo ha fallecido en accidente de tráfico esta madrugada«.  Esta escena, que puede parecer inusual, se produjo 1.902* veces en 2009 y se ha producido en 762* ocasiones en lo que va de año.

La campaña estival de la Dirección General de Tráfico (DGT) nos muestra una escena muy similar a la descrita en el párrafo anterior.  De hecho, durante los últimos años las campañas publicitarias de la DGT han estado cargadas de polémica por el realismo y crudeza de algunas de las imágenes mostradas al público, lo que ha hecho que los expertos se planteen si la emisión de dichas imágenes es la mejor manera de concienciar al público de los riesgos de una conducción imprudente.

Desde hace unas semanas, el Ministerio del Interior comienza su propia campaña publicitaria en radio invitando a los más de 40 millones de usuarios de teléfonos móviles a incluir en la agenda de su teléfono las siglas AA (Avisar A) con el objeto de poder contactar con el pariente más cercano en caso de que el usuario de dicho aparato sufra un accidente.

Las nuevas tecnologías florecen desde hace años en nuestros bolsillos, tanto en forma de móviles de tercera generación como de D.N.I. electrónico; o en los colegios y universidades con aparatos que facilitan la docencia.  El efecto de las nuevas tecnologías también se nota en las empresas, las cuales han podido reducir los gastos de viajes de personal gracias a las vídeo-conferencias.  Todo avance tecnológico que suponga una mejora para nuestro bienestar debe ser considerado como positivo.

Sin embargo, tal y como muestra George Clooney en su película Up in the air, hay situaciones donde las nuevas tecnologías no deben sustituir al ser humano.  Alguno de estos casos son: la ruptura de pareja, el despido de un empleado o el fallecimiento de un ser querido.  En estos momentos, y en otros de gran calado emocional, es necesaria la presencia de una persona que pueda ayudarnos a sobrellevar el dolor de la pérdida sufrida.

Es posible que las nuevas tecnologías nos ahorren tiempo y dinero, que mantengan nuestro anonimato e incluso que nos permitan salir de una situación emocionalincómoda con el simple gesto de colgar el teléfono.  Quizás utilizar campañas publicitarias con imágenes de cierta crudeza sea lo que necesiten los espectadores para concienciarlos de los peligros de la carretera, pero al mismo tiempo estamos consiguiendo que aquellas personas con menor habilidad para gestionar sus emociones se oculten detrás de sus fortalezas invisibles, encerrándose en su mundo y haciéndose más insensibles ante aquellas situaciones de alto calado emocional.

La falta de empatía, el distanciamiento de los problemas ajenos puede hacer que algunas personas vuelvan a casa sin una mochila adicional cargada de emociones negativas que no saben gestionar, pero al mismo tiempo, esa falta de desarrollo emocional nos puede hacer más inhumanos con el paso del tiempo.

La buena noticia es que las personas podemos aprender a gestionar nuestras emociones.  Un coach puede acompañarte en el desarrollo de esta habilidad interpersonal que con el tiempo puedes llevar a tu trabajo porque, si es importante el contacto personal cuando se le informa a una persona que está despedida ¿no sería más importante hacerlo de forma personal cuando se le informas del fallecimiento de un ser querido?

* Fuente: Estadísticas e indicadores de la DGT. Comparativa mensual de víctimas mortales en los dos últimos años. Datos a fecha 6 de julio de 2010.

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Criando parricidas

martes, 6 julio, 2010

Hace poco me contaban una escena que tuvo lugar en el metro entre una madre y su hijo de corta edad.  El comportamiento de la criatura, revoloteando por todo el vagón y molestando al resto de pasajeros, no debía ser el que la madre deseaba en ese momento para su churumbel, por lo que cuando el angelito colmó la paciencia de su progenitora ésta le lanzó un cachete para marcar el fin de un comportamiento que la estaba poniendo en evidencia ya que no era del todo apto en dicho entorno.

Sin querer entrar en la polémica de si la madre se extralimitó al darle un tortazo a su hijo, o de si ésta debió concluir el comportamiento de su hijo mucho antes para evitar llegar a esa explosión emocional, la situación descrita en el párrafo anterior puede ser bastante normal en una relación entre padres e hijos.  Sin embargo, lo que realmente llama mi atención no es el hecho de la agresión física, aunque esta tenga su importancia, sino los comentarios que la madre y posteriormente la amiga que la acompañaba realizaron al galopín.

Tras el manotazo, la madre abroncó a su hijo en tono desafiante con un: «¡A ver, devuélveme, devuélveme el tortazo!»  Mientras que su amiga reprendía al mozalbete con un: «!qué cobarde!, ¡vaya cobarde!».

Está claro que la criatura no tenía el tamaño ni la fuerza para devolver el tortazo a la madre.  De hecho, es posible que si hubiera amagado para darla un golpe ésta le hubiera respondido con un guantazo que le hubiera puesto la cara del revés.  Es posible que la criatura también estuviera falta de ánimo y valor para tolerar la desgracia que le había caído en forma de bofetada, tal y como afirmaba la amiga, pero también es posible que en su todavía aturdida cabecita se escuchara una vocecilla que decía: «¡Espera, espera a que sea grande y ya veremos si te atreves a darme otro tortazo.  Ya veremos quién es el cobarde entonces!«.

No sé si este tipo de desafíos son la causa de que a fecha de hoy no sea raro escuchar en las noticias casos de hijos que maltratan a sus padres, pero las observaciones que llevo realizando durante los últimos meses me demuestran una laxitud en la educación que proporcionan los padres a sus hijos.

Tal vez esta laxitud sea el efecto rebote de una educación más estricta recibida en las familias y colegios durante los años 50 y 60 del siglo pasado.  O probablemente sea debido a que algunos padres de hoy en día no tuvieron ciertas libertades en los años de la dictadura y quieren que sus hijos sean totalmente libres para hacer lo que quieran.  O quizás sea debido a que los padres del siglo XXI no tienen el tiempo ni la energía suficiente para corregir y educar a su prole después del trabajo.

En cualquier caso hay que tener en cuenta que estas pequeñas criaturas son las que gobernarán y regirán nuestra sociedad dentro de unos años y, como padres y ciudadanos, debemos ser responsables y preguntarnos si son los comportamientos y valores que estamos inculcando en nuestros hijos los que queremos que tengan nuestros futuros directivos y gobernantes.

Si, todavía estamos a tiempo de reeducar a estas maravillosas criaturas para que cambien.  Lo único que necesitamos es aumentar nuestra fortaleza mental para identificar cuáles son nuestros objetivos para con ellos, cuáles son los valores que queremos inculcarles, cuál es nuestra responsabilidad como padres.  En todo esto nos pueden ayudar desde orientadores expertos en el tema hasta coaches que nos acompañarán en este camino sin que fracasemos en el intento.

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Fracaso escolar

viernes, 2 julio, 2010

El fracaso escolar es la palabra que más se oye en los corrillos de padres y profesores durante estos días en los que salen a la luz las notas globales del curso.  De hecho, no es raro ver por los pasillos de los colegios a padres con cara de preocupación hablando con tutores y orientadores para saber qué tienen que hacer este verano con sus vástagos para que pasen de curso en septiembre.

La responsabilidad de los padres puede que no sea preocuparse por sus hijos, pero es esta la que hace que acudan a los centros de estudios para informarse y averiguar qué es lo que han hecho mal nuestros futuros líderes.  Las respuestas que ofrecen los profesores y orientadores parecen estandarizadas, como sacadas de un manual: «no presta atención en clase«, «no se organiza«, «no se planifica«, «se distrae con facilidad» y alguna otra que denota que el alumno es un vago o incluso una persona conflictiva.

Esta imagen de zángano puede verse reforzada si el joven ha tenido durante los últimos meses un profesor particular cuyos comentarios finales han sido del tipo: «no trabaja lo suficiente«, «no hace todos los ejercicios«, «no se concentra» o cualquier otra frase que denote falta de esfuerzo o interés por parte de su discípulo.

Las soluciones que suelen ofrecer los tutores y orientadores en este tipo de situaciones suelen ser también muy estandarizadas: «necesita organizarse«, «necesita planificarse«, «necesita hacer un esfuerzo» y cualquier otra que indique que debe ponerse las pilas durante los próximos meses.  En algunos casos sugieren que el joven sea supervisado por una tercera persona, ya sea un profesor particular o en una academia.

Sin embargo, lo curioso de todo esto no es escuchar lo que los padres y profesores tienen que decir sobre el joven protagonista, sino el papel que este adopta de forma casi involuntaria mientras se encuentra en esa situación y a la que nadie presta atención.

El protagonismo está claro que es del alumno, ya que es el responsable de haber suspendido y quien debe recuperar en pocos meses.  Sin embargo, éste queda relegado a un segundo plano, bien junto a los padres con cara de despistado como si la escena no fuera con él; bien detrás de sus progenitores, escondiéndose de la lucha dialéctica; bien sentado un nivel por debajo, demostrando de esta forma un subordinamiento e inferioridad frente al resto de personas; o bien, en el peor de los casos, rompiendo a llorar debido a la alienación de los padres.

Los jóvenes no fracasan en sus estudios porque sí.  Las razones pueden ser múltiples y variadas, pero siempre suele haber algo detrás que hace que se depriman, que no quieran estudiar, que prefieran evadirse con sus juegos evitando así la realidad.  Lo bueno de todo esto es que estos pequeños adultos tienen una capacidad increíble para cambiar y estar funcionando de nuevo al 100% en menos tiempo que lo haría un adulto.

No hay que desesperar en estos casos, pero si coger el problema a tiempo, bien utilizando la ayuda de un psicólogo o la de un coach que ayude al joven a establecer sus objetivos, aumentar su motivación, hacerse responsable de sus estudios, desarrollar su concentración y disciplina, aprender a planificarse y organizarse, al tiempo que encuentra un equilibrio entre el estudio y la diversión que permitan que sea un buen líder en el futuro.

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El efecto fulana

miércoles, 30 junio, 2010

Durante los últimos meses me he encontrado con mujeres que se encontraban con serias dificultades a la hora de llamar por primera vez a un hombre a los pocos días de conocerlo.  Una de estas mujeres no llamó a ese hombre que había conocido por miedo a lo que éste pudiera pensar de ella.  Otra lo llamó, pero se pasó los primeros cinco minutos de conversación disculpándose por la llamada para que el receptor no pensara «nada raro de ella«.

Pese a los movimientos feministas y a la liberación sexual, algunas mujeres de nuestra sociedad siguen considerando que llamar por teléfono a un hombre por primera vez es un acto agresivo,  que denota cierta desesperación sexual e incluso que ofrece una imagen de mujer promiscua.   Y es la promiscuidad, el hecho de ser considerada una fulana, es decir, una mujer que mantiene relaciones sexuales con varias personas, lo que está cargado de connotaciones negativas.

Las mujeres que sufren del «efecto fulana» pueden ser mujeres de cualquier edad, rango social o nivel cultural, pero tienen en común que todas ellas evitan llevar a cabo cualquier acción que produzca como resultado una imagen de mujer promiscua.  Y es esta falta de acción la que impide que consigamos nuestros objetivos.

Si bien un primer paso para romper este bloqueo puede ser el identificar aquellas acciones que pueden darme esa imagen de mujer promiscua para evitarlas en la medida de lo posible mientras analizo sus ventajas y desventajas, o mientras veo si tienen un peso específico real en mis relaciones, la experiencia nos muestra que en el arte de seducir la mejor manera de proceder es con naturalidad, utilizando el sentido del humor, despertando la curiosidad de la otra persona, mostrando tu personalidad y permitiendo que la relación fluya por los caminos que vamos trazando, sin agobios ni prisas.

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Buscando los límites

lunes, 14 junio, 2010

La búsqueda de límites es algo que hacemos de forma natural desde pequeños.  Al principio con nuestros padres y familiares, a quienes hacemos mil y una diabluras buscando el límite de lo que podemos hacer o no con cada uno de ellos.  Después son nuestros juguetes, a los que realizamos interminables pruebas de destrucción hasta llevarlos al colapso total y, por tanto, a la basura.  Con el paso de los años seguimos experimentando con la bicicleta, los patines o cualquier otro deporte que nos llame la atención, llegando de esta manera los primeros golpes y roturas de alguna extremidad.

Como podemos ver nuestra vida se desarrolla en una búsqueda continua de los límites de las cosas.  Sin embargo, puede que el ser conscientes de que todo tiene un límite, hasta la vida tiene su fin, sea lo que nos nubla la vista y nos impide ver con claridad nuestros límites personales.  De esta forma hay ocasiones en las que apuntamos a objetivos tan altos que con los recursos que tenemos en ese momento es difícil alcanzarlos, viviendo así en un continuo fracaso que nos puede llegar a frustrar de forma permanente.

Por ejemplo, hace unas semanas tuve la oportunidad de hablar con una persona sobre su nuevo objetivo profesional.  De entrada todo parecía correcto, ya que éste había sido creado siguiendo escrupulosamente la metodología para identificar un buen objetivo.  Sin embargo, tal vez fuera la discordancia entre sus palabras y su comunicación no verbal o quizás que la realidad de esta persona no se ajustaba a la realidad económica y social del entorno que había descrito minutos antes, pero algo no cuadraba en la ecuación propuesta.  Al indagar un poco más sobre el tema, esta persona se dio cuenta de que el objetivo que había identificado no era del todo realista, ya que no había tenido en cuenta sus limitaciones personales.

Hace unos días me encontré con un caso parecido.  En esta ocasión se había pedido a una persona que trazara un plan de acción para conseguir el objetivo marcado.  El plan de acción creado no tuvo en cuenta las limitaciones personales por lo que a los pocos días la persona no soportó la presión que ella misma se había impuesto y tuvo que definir un nuevo plan de acción en el que se tuvieran en cuenta dichas limitaciones.

Estos casos son una pequeña muestra de lo que puede ocurrir cuando alguien no conoce sus límites.  El no conocer nuestros límites y querer demostrar algo a alguien puede hacernos saltar como un jabato y decir «eso lo puedo hacer yo en dos minutos«.  La mala noticia es que ese impulso positivo no es tanto una creencia potenciadora que nos permitirá conseguir nuestra meta, como una niebla que nos impide ver cuáles son nuestras limitaciones reales y qué podemos hacer con los recursos que tenemos, lo cual nos puede llevar inexorablemente al fracaso.

En el trabajo también es importante conocer las limitaciones de aquellas personas que forman parte de nuestro equipo para evitar el fracaso del mismo, aunque sin llegar a los extremos de un directivo con el que coincidí hace unos años y cuya frase preferida era: «te exprimiré hasta que te haga sangrar«.

Si bien el objetivo que estaba detrás de esa frase no era otro que el buscar los límites de cada uno de sus empleados para que estos fuesen los más eficientes de la empresa, la frase en sí denota cierto sadismo.  De igual manera las tácticas utilizadas para conseguir su objetivo no fueron las más apropiadas, ya que estas provocaron un aumento de la rotación y de las bajas por estrés de la plantilla.

Cuanto mejor nos conozcamos a nosotros mismos más realistas podremos ser y, por tanto, seremos capaces de elaborar planes de acción más ajustados a la realidad que nos permitirán conseguir nuestros objetivos.  De igual manera es importante buscar los límites de nuestros subordinados y colaboradores para saber hasta qué punto podemos seguir retándoles con nuevas propuestas sin que el estrés que soportan colapse su sistema nervioso y terminen en su casa de baja o totalmente desmotivados en una esquina de la oficina.

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Quiero comunicarme

lunes, 26 abril, 2010

En ocasiones nos acicalamos con alguna prenda de vestir que nos hace sentirnos bien, que realza alguna de nuestras cualidades físicas o que por lo menos disimula ese kilito de más que hemos ganado durante el pasado invierno.  Acto seguido salimos de casa con el objetivo de divertirnos y comunicarnos con aquellas personas con las que nos topemos en el camino.  Sin embargo, al finalizar la noche volvemos a nuestra casa cabizbajos, con las manos en los bolsillos y un amargo sabor a derrota provocado, en gran medida, por no habernos comunicado con esa persona que llamó nuestra atención.

Si, es posible que seas de esas personas que están deseosas por charlar con otros seres humanos, que estés esperando a que te hagan una pregunta o te den pie para iniciar una disertación sobre alguno de los innumerables temas que tienes almacenados en tu cabeza, sin embargo, nadie se acerca, nadie te habla, y no es porque vayas con harapos ni tu cara esté desfigurada, porque incluso en esos casos la gente se podría acercar para preguntarte dónde compraste ese andrajo o para darte la dirección de un cirujano plástico que hace maravillas.

Para que alguien se acerque a charlar con nosotros, o bien nosotros tener la puerta abierta para iniciar una conversación con otras personas, lo primero que tenemos que recordar es que nuestros gestos, posturas y miradas suponen un 55% de nuestra comunicación.  Así podemos llamar la atención y atraer sutilmente a la persona que nos cae en gracia con una sonrisa y una dulce mirada que diga «me gustas, acércate, quiero hablar contigo» aunque ésta se encuentre al otro lado de la barra; o todo lo contrario, alejarla dándole la espalda y mostrando así que no queremos saber nada de ella cuando está a punto de iniciar la conversación.

Una vez tenemos a esa persona junto a nosotros y vamos a comenzar a hablar, es importante tener en cuenta el tono, la velocidad y el volumen de nuestra voz, la cual supone un 38% de nuestra comunicación.  Por ello, un simple «qué ojos más bonitos» dicho con un tono grave, pausado y susurrándolo al oído puede ser mucho más eficaz que una frase original dicha deprisa, con timbre agudo y vociferando.

Las palabras, a las que damos tanta importancia, sólo suponen un 7% de la comunicación, por lo que podríamos hablar en klingon (lengua creada por Marc Okrand para los estudios Paramount Pictures) y aún así enamorar a la persona que tenemos frente a nosotros.  Ahora bien, si ambos hablamos el mismo idioma, está claro que algunas personas prefieren a individuos que sean creativos y tengan conversaciones originales aunque estas no sean en klingon.

Por lo tanto, la próxima vez que te sientes en una terraza tómate un tiempo para ajustar tus gestos, tu mirada y tus posturas a lo que realmente quieres transmitir a las personas que pasen frente a ti. Y cuando comiences una conversación acomoda el tono de tu voz, la velocidad y el volumen a lo que quieras manifestar.

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Qué quiere ella

jueves, 25 marzo, 2010

La miras.  La sonríes.  Te acercas a ella.  Hablas con ella.  Quedas para otro día.  Y otro.  Y otro.  Y de pronto, un día, como por arte de magia, te das cuenta de que has comenzado una nueva relación de pareja.  Sin embargo, después de varios meses con esa persona aparecen en tu cabeza frases como «no hay quién la entienda«, «nunca los comprenderé«, «no podemos vivir sin ellas, ni con ellas«, «pueden pasar más de mil años y aún así no sé lo que quieres«.

Si una persona no tiene interés por saber lo que quiere su pareja, una de las alternativas es vivir sola.  Ser soltero es una opción de vida que nos permite la sociedad actual sin ser tachado de bicho raro, de solterona o de amargado.  La persona soltera opta por no compartir su vida con nadie o, cuando lo hace, es para realizar actividades de ocio con otras personas con los mismos intereses, o incluso para satisfacer sus necesidades fisiológicas con personas que tampoco quieren ningún compromiso a corto plazo.  De esta forma el soltero se convierte en una persona sin responsabilidades ni ataduras.  Un ser libre.  Una forma de vida que puede ser muy apetecible para algunos, pero que al mismo tiempo tiene sus desventajas emocionales, como puede ser el llegar a una casa vacía donde lo único que te espera es el silencio.

Otra de las alternativas que puede permitirnos comprender mejor a nuestra pareja es tener una del mismo sexo.  Hoy en día pocas personas se asustan cuando escuchan la palabra «gay» u «homosexual«, y no es raro encontrarse con personas que tienen más de un amigo o conocido «gay» en alguno de sus grupos de contacto más habituales.  El tener una pareja del mismo sexo es una opción que puede ser percibida por algunas personas como de mayor sintonía, ya que al ser del mismo sexo nos pueden gustar las mismas cosas y tener un pensamiento más similar y acorde con el nuestro, evitando así malentendidos entre ambas partes.

En cualquier caso, tanto si estamos solteros como si tenemos una pareja heterosexual u homosexual, hay que tener en cuenta que no todas las personas tienen la misma facilidad para comunicarse con sus semejantes.  Incluso cuando se comunican, pueden emitir mensajes contradictorios, dificultando y confundiendo al receptor.

También hay que tener en cuenta que si a una persona le puede costar responder a la pregunta ¿qué es lo que quiero? no es raro que le cueste aún más responder a la pregunta ¿qué es lo que quiere mi pareja?

El objeto de realizar esta pregunta no es ser una persona sumisa que hace todo lo que quiere su cónyuge, sino que nos permite identificar los intereses de la otra persona y alinearlos con los míos para conseguir un objetivo común: ser felices.   Inconscientemente esto nos facilita el poder realizar preguntas abiertas y desarrollar la escucha activa poniendo de relevancia la comunicación basada en intereses y no en las posiciones de cada parte.

La lección que podemos aprender de todo esto es que mientras en el último cuarto del siglo XX se asentaron en nuestro país las bases para la igualdad entre hombres y mujeres; se aceptaron los mismos derechos para ambos sexos ante la ley; se allanó el acceso de la mujer a los puestos de trabajo garantizando así su independencia económica; y se derrumbaron algunas creencias que consideraban a las mujeres solteras o divorciadas como bichos raros, madres malvadas o indignas esposas; la comunicación entre ambos sexos no ha sufrió la misma evolución.

Está ahora en nosotros el cambiar y mejorar la comunicación de pareja para evitar que dentro de unos meses surjan en nuestra mente frases como «¡cariño, no te entiendo!«.

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¿Cuánto puedo cambiar?

jueves, 11 marzo, 2010

Si preguntas a tus amigos si una persona puede cambiar de forma de ser es posible que la gran mayoría te responda de forma automática con un rotundo «¡no!«. Sin embargo, si preguntas si una persona puede cambiar sus comportamientos puede que tarden unos segundos y respondan con un «tal vez«.  Efectivamente, las personas pueden modificar sus comportamientos de forma consciente o inconsciente, y por ende, su forma de ser.  Dicho esto ¿cuánto puede cambiar una persona en un plazo de tiempo determinado?

Comencemos diciendo que se entiende como cambio del comportamiento de una persona la adquisición de una nueva manera de actuar o proceder que tiene permanencia en el tiempo, excluyendo así cualquier actuación puntual que, mediante amenazas, se haya ejercido sobre la persona para obligarla a obrar en un sentido contrario al de sus principios básicos.

Dicho esto realicemos ahora un pequeño ejercicio para comprender mejor cuánto puede cambiar una persona.  Escoge a un compañero o amiga que se encuentre a tu alrededor.  Ponte frente a ella y observa durante un par de minutos a dicha persona, la ropa que lleva, los accesorios, el pelo.  Ahora daros la vuelta y cambiad cinco cosas de vuestra persona sin que el otro os vea.  Cuando hayáis acabado giraros para volver a estar el uno frente al otro. Observa de nuevo a la otra persona e identifica las cinco cosas que ha cambiado en ella.

Si no tienes a nadie a tu alrededor mientras lees este artículo también puedes hacer este ejercicio. Lo único que tienes que hacer es cambiar cinco cosas en ti o también puedes hacerlo frente a un espejo donde puedas observar tu cuerpo entero.

Para rizar un poco más el rizo daros la vuelta de nuevo.  Cambiad ahora otras cinco cosas. Si estas solo no hace falta que te des la vuelta, directamente cambia esas cinco cosas.  Cuando hayáis acabado volved a poneros el uno frente al otro e intentad identificar las cinco cosas que la otra persona ha cambiado en esta ocasión.

Llegados a este punto sólo me resta dar mi más sincera enhorabuena a aquellas personas que hayan identificado las diez cosas que ha modificado la persona que tenían frente a sí, concluyendo así este simple ejercicio.

Como habréis podido observar las personas tenemos cierta facilidad a la hora de cambiar algunas cosas.  A muy pocas personas les habrá costado esfuerzo cambiar las cinco primeras cosas por muy atónitos que se hayan quedado al escuchar la petición.  Algunos se habrán cambiado el reloj de muñeca, o se habrán quitado la sortija del dedo y se la habrán guardado en un bolsillo, o se habrán descalzado, o incluso se habrán podido hacer una hermosa coleta utilizando el pañuelo que llevaban puesto.  Estas modificaciones que hemos realizado en nuestra persona son cambios superficiales que apenas han supuesto una distorsión sobre nuestra identidad.

Este tipo de cambios existen en nuestra vida diaria sin que apenas nos demos cuenta de ellos.  Es posible que sean tan insignificantes como tomar una cucharada de azúcar con el café en vez de dos, sustituir el propio café por un té o una infusión, cambiar la leche normal por la desnatada o incluso la de soja, etc.  Son cambios que realizamos sin apenas esfuerzo y que sin modificar drásticamente nuestra forma de ser ni nuestra identidad nos permiten llevar una vida más sana o más equilibrada, por ejemplo.

Ahora bien, al proponer cambiar cinco cosas más, es posible que algunas personas hayan puesto el grito en el cielo: ¡imposible!; o se hayan indignado: ¡pero qué quiere que cambie ahora!; o incluso sorprendido: ¿más cosas? Aún así se han puesto manos a la obra, se han estrujado un poco más el cerebro y, al final, han conseguido cambiar cinco cosas más: la corbata en la cabeza a modo Rambo; los pantalones subidos hasta las rodillas como si estuviera paseando por la playa; la chaqueta del revés; el collar en la muñeca o el pelo recogido en un moño pinchado con dos lápices.

De igual manera este tipo de cambios también se dan en nuestra vida cotidiana.  El hecho de dejar de fumar, o de no ingerir cierto tipo de grasas, o carne roja, pueden ser un buen ejemplo de ello.  Estos cambios suponen un esfuerzo inicial hasta que logramos convertirlos en hábitos, pero sabemos que si lo conseguimos reduciremos nuestro colesterol, la probabilidad de padecer un infarto de miocardio o incluso una insufrible gota en el pie.  La formación de nuevos hábitos suele llevar entre 22 y 33 días según los expertos.

Todo esto está muy bien, pero lo realmente curioso e interesante de todo el proceso de cambio está en dos momentos concretos.  El primero de ellos al comenzar el ejercicio.  ¿Has llegado a comenzar el ejercicio?  Es muy probable que la mayoría de las personas que han leído estos párrafos ni siquiera lo hayan intentado. Estas personas habrán leído lo que decían los diferentes párrafos del ejercicio y, sabiendo lo que tenían que hacer, no habrán hecho nada.  A lo sumo habrán realizado el ejercicio mentalmente, pensando para sus adentros: «me cambiaría el reloj, me quitaría los zapatos o me pondría un collar«, pero no han pasado a la acción.

No es la primera vez que me encuentro con personas que me dicen: «yo ya sé cuáles son mis objetivos» o «yo ya sé lo que tengo que cambiar» pero luego no hacen nada, no lo llevan a la práctica y se quedan como al principio.  Estas personas no están disponibles para cambiar, no pueden comenzar un proceso de coaching porque tienen otras cosas en su cabeza, o tal vez tengan ciertos miedos irracionales que les impiden moverse de donde están, o están muy cómodos donde ahora se encuentran, o su forma de ser les aporta ciertos beneficios a los que no están dispuestos a rechazar.

El segundo momento de interés ha sido al finalizar el ejercicio. ¿Has vuelto a poner las cosas que habías cambiado en su sitio original?  Si es así ¿quién te ha dicho que lo hagas? ¡porque yo no!  Este comportamiento tan sólo nos demuestra que aunque nadie te diga nada, las personas tendemos a volver al lugar donde nos encontramos a gusto, en el que nos sentimos cómodos.  Puede que algunas personas se hayan vuelto a poner el reloj en la muñeca, el anillo en el dedo y el pañuelo alrededor del cuello de forma casi inconsciente.

Estas personas se sienten cómodas en ese estado, por lo que vuelven a ese punto como un muelle retorna a su posición inicial.  Por el contrario, otras personas habrán devuelto a su posición inicial sólo parte de las cosas que se habían cambiado de lugar, pero no todas.  Esto nos demuestra que las personas podemos cambiar, pero tanto y tan deprisa como nos permita nuestra incomodidad.  De hecho, el coach busca sacar a las personas de su círculo de comodidad para que puedan ampliarlo y así mejorar y desarrollarse, ampliando su punto de vista y desarrollando su creatividad para obtener más opciones y alternativas a un mismo problema.

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Gobierno de los mejores

miércoles, 10 febrero, 2010

Al igual que en tiempos pasados, hoy en día no es raro encontrarse con personas que se alejan del ideal de perfección para conformarse con la mediocridad; que apartan a los mejores del camino para aplaudir a los peores; que siguen el camino de menor esfuerzo y que sustituyen la calidad por la cantidad. En este clima social poco apto para la mejora personal ¿cómo guío y dirijo mi propia persona?

El gobierno de una persona se puede asemejar a dirigir una nación o Estado.  De este modo, una persona sin experiencia en estos asuntos podría modelar los comportamientos de los políticos que gobiernan su país para gobernarse a si mismo.

Juan de Mariana adelantaba en su libro De Rege et regis institutione escrito en 1599 «[…] Mas cuando los honores y cargos de un Estado se reparten a la casualidad, sin discernimiento ni elección, y entran todos, buenos y malos, a participar del poder, entonces se llama democracia.  Pero no deja de ser una gran confusión y temeridad querer igualar a todos aquellos a quien la misma naturaleza o una virtud superior han hecho desiguales«.

Por su parte, el filósofo argentino Jorge Luis García Venturini, confirma en su artículo «Aristocracia y Democracia» – publicado en el diario La Prensa en 1974 – que para muchas personas la democracia comienza a ser equivalente a mediocridad (mediocracia) e incluso lo lleva al extremo de ser el acceso al poder de los menos aptos, de los incapaces, y lo define abiertamente como kakistocracia o lo que es lo mismo, el gobierno de los peores.

En un ambiente como el descrito por Mariana y García Venturini, en el que el pueblo desconfía de las capacidades y comportamientos de aquellas personas que deben dirigir su país, es complicado que una persona pueda desarrollar sus habilidades de autogobierno imitando los comportamientos de sus gobernantes, ya que para triunfar y ser mejor lo óptimo no es adoptar las habilidades de los menos aptos ni de los incapaces, sino de aquellas personas que ya han triunfado en el campo que se quiere desarrollar.  Aún así podemos encontrar en la historia reciente grandes políticos como Mahatma Gandhi, Winston Churchill, Nelson Mandela, y más recientemente el premio Nobel de la paz Barack Obama a los que poder modelar.

Afortunadamente Juan de Mariana también afirmaba en De Rege que «La república, verdaderamente llamada así, existe si todo el pueblo participa del poder supremo; pero de tal modo y tal templanza que los mayores honores, dignidades y magistraturas se encomienden a cada uno según su virtud, dignidad y mérito lo exijan.«

Si tenemos en cuenta la virtud, la dignidad y el mérito de las personas a la hora de otorgar los honores, entonces podemos hablar de meritocracia, aunque estuviera cargado de contenido negativo cuando se utilizó por primera vez en 1958 por el escritor Michael Young en su libro Rise of the meritocracy.

Este término se ha asociado recientemente a posiciones conseguidas por mérito personal, como puede ser el ingreso a escuelas o universidades de prestigio a través de sus exámenes de ingreso o puestos de funcionariado que requieren de exámenes de acceso, por lo que estas personas son perfectas candidatas para modelar sus comportamientos y desarrollar aquellas habilidades que puedan ayudarnos a conseguir el objetivo marcado.

De igual manera, y en contraposición a la kakistocracia que apuntaba García Venturini, aparece de nuevo el concepto clásico de aristocracia, que significa fundamentalmente el gobierno de los mejores y no como se entiende popularmente de la clase social que por su linaje tiene privilegios hereditarios, entre los que destaca el de gobernar, y los cuales son inalterables  independientemente de sus valores éticos o capacidad efectiva para ello.

La aristocracia, como en este contexto la entendemos, promueve el valor, el talento, el honor, la capacidad y la virtud como atributos de las personas.  Estos aristócratas se pueden encontrar en algunas empresas que promueven y fomentan este tipo de gobierno, por lo que también pueden ser buenos candidatos a la hora de tomarlos como referencia a la hora de modelar ciertos comportamientos y actitudes.

Ahora está en nosotros el elegir si deseamos ser gobernados por una persona mejor de la que somos actualmente para de esta forma poder alcanzar todos nuestros objetivos, o preferimos conformarnos con lo que somos para mantener viva esa fantasía de lo que podríamos ser pero que irremediablemente nos mantiene bloqueados en nuestra mediocridad actual.

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Fortalezas invisibles

miércoles, 27 enero, 2010

Desde la antigüedad el ser humano se ha caracterizado por su habilidad e ingenio para edificar obras de arquitectura e ingeniería que le protegiesen de las amenazas externas.  Esta creatividad milenaria nos permite hoy en día disfrutar de castillos y murallas en casi todos los países del mundo civilizado.  Sin embargo, estas edificaciones que nos maravillan en nuestros viajes, pueden suponer una pesada carga cuando las construimos en nuestro interior.

La protección de nuestro ser, de nuestra identidad, es tan importante para nosotros que, aún sin tener conocimientos básicos de física ni de resistencia de materiales, nos arriesgamos a levantar muros con el único fin de que estos eviten en la medida de lo posible la entrada indiscriminada de personas a nuestro mundo interior.

Estas fortalezas invisibles nos hacen sentirnos seguros y, en el momento en el que dejan de hacerlo, levantamos medio palmo más la muralla, instalamos nuevos sistemas de detección de intrusos, diseñamos nuevos laberintos que dificulten la entrada, tapamos las grietas que se hayan podido producir con el paso del tiempo o configuramos el sistema de acceso para restringir las visitas y aumentar la privacidad de nuestra cuenta.

Si pudiéramos medir la energía que dedicamos a esta tarea a lo largo de nuestra vida podría ser equiparable a la energía que consume una gran ciudad como Nueva York durante un día, una semana, un mes, un año, una década o quién sabe durante cuanto tiempo.

Lo paradójico de todo esto no es sólo la energía ni los recursos que dedicamos a esta empresa, sino que los mismos muros que impiden que los extraños entren en ese mundo que hemos creado a nuestra medida también evitan que salgamos y conozcamos lo que hay fuera de nuestra ahora prisión.

Efectivamente, hay que tener en cuenta que esos muros que nos protegen también evitan que salgamos de donde estamos.  Esto puede suponer un problema si no lo sabemos gestionar, ya que puede impedir que consigamos aquello que tanto anhelamos, como puede ser una relación de pareja o formar parte de un equipo.

La mejor manera de proceder cuando nos damos cuenta de que los muros que hemos creado son demasiado altos para escapar de ellos es ponerse manos a la obra y comenzar a abrir huecos que nos permitan salir, bajar la altura quitando piedras de sus muros, o incluso dibujar un mapa que nos permita salir del laberinto que años atrás diseñamos para que nadie pudiera entrar.

Con el tiempo veremos que no es necesario tener muros tan altos ni gruesos para sentirnos seguros, y que la energía, el tiempo y los recursos que antes dedicábamos al mantenimiento de tan inexpugnable fortaleza ahora las podemos dedicar a otras cosas que nos aportan más.

A nivel sentimental puede que queramos conservar tan bella obra arquitectónica, aunque su uso a partir de este momento tenga una utilidad más histórica recordándonos cómo se vivía en tiempos pasados sin apenas comodidades.  También sus ahora vacías colmenas y sus derruidos muros nos permitirán gozar de las vistas e identificar en el horizonte nuevas oportunidades que antes ni siquiera podíamos vislumbrar.

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