Archivos para la categoría ‘coaching personal’

Somos novios

viernes, 11 febrero, 2011

Entre los seis y los once años pasamos por una etapa de rechazo absoluto hacia el sexo contrario. Nuestra falta de control sobre nuestro lenguaje corporal nos delata cada vez que alguna persona del otro género nos atrae. Esto hace que ante la afirmación de “¡Juanito tiene novia!” o “¡A María le gusta Pedro!” con cierto retintín, perdamos el juicio y nos abalancemos a la rodilla -su yugular todavía nos queda muy alta- de la persona que ha osado decir tal atrocidad.

Con el paso del tiempo las personas del sexo contrario nos comienzan a atraer cada vez más, y el hecho de estar con ellas nos agrada. De hecho buscamos activamente el mantener relaciones duraderas con esa persona que ha llamado nuestra atención. Y aunque con la edad hemos aprendido a ser discretos y a controlar nuestras emociones en público, nuestro lenguaje corporal nos sigue delatando cuando estamos junto a esa persona delante de los amigos. No importa que aseveremos por activa y por pasiva que “sólo somos amigos”, ellos perciben que existe algo más.

El trato al supuesto “amigo” revela de forma inequívoca nuestras intenciones para con él. El arreglarle el cuello de la camisa, el compartir una misma copa de vino, la posición que adoptamos al sentarnos en un grupo de personas, o el sutil roce en la rodilla al levantarse de la silla, hace que el resto de los presentes perciban algo más que una mera amistad entre los supuestos amigos.

La comunicación no verbal es fundamental durante el cortejo de la pareja, pero también lo es después. La complicidad que podemos adquirir en muy poco tiempo con la otra persona depende de la empatía que tengamos con ella y de la capacidad de observación que hayamos desarrollado con el paso de los años. De esta forma, una sola mirada es suficiente para saber lo que la otra persona está pensando, cómo se lo está pasando, o lo que quiere hacer cuando se vayan los invitados.

Es posible que a partir de los cuarenta no nos importe que nos pongan a ciertas personas como pareja, de hecho algunos padres están deseando que sus hijos tengan por fin una relación estable para que se vayan de casa de una vez por todas. Pero también es posible que en ocasiones tengamos una pareja y no nos hayamos percatado de ello ¿con quién coqueteas furtivamente? ¿Quién te roza o te mira y aún hoy te sonroja al hacerlo?

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Valores navideños

miércoles, 1 diciembre, 2010

La bajada de las temperaturas, la nieve en la cumbre de las montañas, los copos de nieve cayendo en el centro de alguna ciudad, y los villancicos que se pueden escuchar a través de la megafonía de los centros comerciales nos recuerda que las fiestas navideñas están a la vuelta de la esquina.

Durante las próximas semanas las ciudades se iluminan con miles de bombillas, los escaparates de las tiendas se llenan de coloridos adornos que atraen nuestra vista, y las personas nos llenamos de una alegría sin precedentes que nos hace desear de manera casi compulsiva amor y felicidad desde el fondo de nuestro corazón a todas nuestras amistades.

Durante ésta época del año las personas sacamos lo mejor de nosotras mismas, y así podemos invitar a algún desconocido a celebrar la nochebuena con nosotros, o nos podemos acercar a alguna residencia de ancianos para pasar un rato con aquellos a quienes las circunstancias de la vida les han hecho que ya no tengan a nadie con quien compartir estas fechas, o podemos entregar regalos a aquellos niños que pasarán estas fechas en la cama de un hospital.  En cualquier caso intentamos sacar a relucir aquellos valores personales que durante el resto del año pueden estar más adormecidos.

Los valores personales pueden ser considerados como algo que hay que preservar, como un ideal que se a de alcanzar, como un concepto que es admitido como valioso o correcto por la sociedad.  Y es durante estas fechas tan entrañables cuando las personas exhibimos y derrochamos amistad, felicidad, honradez, compromiso, etc.

Los valores se asumen día a día o mediante una experiencia que nos impacta.  De esta forma, lo que hagamos un día tras otro, siempre que sea coherente, nos acompañará hacia la obtención de un valor.

Los valores y las creencias suelen estar relacionados entre sí, por ejemplo, una persona que tenga el respeto como valor puede tener la creencia de que “toda persona, por el hecho de haber nacido, merece nuestro respeto”, o puede tener la creencia de que “toda persona puede aprender a ser respetuosa”.

Las personas que tienen valores consensuados se manifiestan con un grado de cohesión mayor y gestionan los conflictos con mayor eficacia.  Por eso no es raro encontrar entrevistadores que durante el proceso de selección nos puedan preguntar por nuestros valores personales.

Aunque la mayoría de las personas podríamos indicar cinco valores que tenemos no siempre son estos los más importantes.  De hecho no es raro que al presentar un listado con más de cien valores a cualquier persona, ésta sea capaz de marcar más de treinta valores que la representan en una primera lectura.

Cuando se le pide a la persona que reduzca el número de valores destacados a la mitad, la cosa comienza a complicarse.  Y cuando se le vuelve a pedir que resuma a la mitad su listado, las muestras de asombro y desesperación se hacen patentes en su cara.  Pero al finalizar el ejercicio y leer sobre el papel los cinco valores fundamentales que la definen como persona, la cara de satisfacción demuestra que el esfuerzo mereció la pena.

Este ejercicio es fundamental para conocernos un poco mejor, para saber qué pueden esperar de nosotros nuestros superiores y nuestras amistades y, sobre todo, para poder practicarlos durante estas fechas.

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Busco tu felicidad

jueves, 11 noviembre, 2010

Hace unos días María Teresa Fernández de la Vega tomaba posesión de su cargo como miembro del Consejo del Estado y recalcaba que «el primer objetivo de un gobernante es buscar la felicidad de sus ciudadanos«.  Estas palabras, posiblemente acertadas a nivel político, muestran en cierta medida el talante que las clases dominantes tienen en nuestro país para con sus subordinados: «haz esto, porque yo sé lo que es bueno para ti«.

Cuando todavía somos unos tiernos infantes nuestros padres nos dicen lo que tenemos que hacer porque, desde su punto de vista, buscan lo mejor para nosotros: «cómete las espinacas para ponerte como tu papá«, «tómate el zumo para ser tan alto como tu hermano mayor«.  De hecho no es raro encontrar en los medios de comunicación empresas que utilizan este tipo de comportamientos para vender sus productos.

Según nuestros vástagos van creciendo y tomando consciencia de su identidad, las regañinas comienzan a ser más frecuentes e intensas, hasta llegar a su apogeo durante la adolescencia.  Este es el momento donde se escuchan las famosas frases: «está en la edad del pavo» o, «está en la edad del armario» o, «está en la edad de mandarlos a tomar vientos«.  Y puede que también sea durante esta etapa de nuestra vida, mientras desarrollamos nuestra identidad, que comencemos a buscar la felicidad, aunque no sepamos muy bien por dónde empezar o lo que realmente es ser feliz.

La responsabilidad de nuestros padres no es la de buscar nuestra felicidad, sino la de ayudarnos a encontrarla a través de la educación que nos ofrecen, los valores personales que nos muestran día a día, el manejo de herramientas que nos permitan ser independientes y el descubrimiento de aquellas pequeñas cosas con las que ser felices.

De igual manera, el objetivo de nuestros gobernantes no es el de buscar nuestra felicidad, a menos que con ello lo único que busquen sea manipularnos emocionalmente para que hagamos lo que ellos quieren.  Este miedo a ser más infelices de lo que somos actualmente nos hace realizar aquellas tareas que nos indican aunque no nos agraden.  Este comportamiento sólo demuestra una falta de empowerment que hace que sea más sencillo para ellos mandar que liderar.

De todo esto se puede aprender que cada persona debe buscar su propia felicidad, ya que sólo nosotros sabemos qué es lo que nos hace felices en cada momento, aunque no tengamos muy claro cómo llegar allí.  El hecho de no saber cómo obtener la felicidad no quita para que no sepamos lo que nos hace felices.  Los padres y gobernantes pueden aprender a utilizar las técnicas que utiliza un coach para motivar a sus clientes y así ayudar a sus subordinados a definir sus objetivos y ser felices.

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Relaciones destructivas

martes, 9 noviembre, 2010

Hay parejas cuya relación comienza a deteriorarse tras años de vida en común.  Aunque nadie puede dar una respuesta exacta sobre las causas por las que una pareja comienza a distanciarse, lo que parece común a todas ellas es que los problemas comienzan a amontonarse uno encima del otro y, al final, no se sabe cómo gestionarlos.  Las causas que inician este alejamiento pueden ser tan dispares como la educación de los hijos, la ausencia de vástagos, la divergencia de opiniones en asuntos de importancia, un cambio de intereses o que una parte se siente menos querida.  Independientemente de la causa inicial, la comunicación en la pareja se ve afectada de manera directa, lo cual puede llevar a la ruptura de la pareja finalmente.

Según el I.N.E. el número de divorcios en nuestro país ha bajado un punto desde 2006.  Aunque me encantaría poder decir que esto ha sido debido al trabajo realizado por psicólogos y coaches, me temo que debo reconocer que ha sido debido a la crisis económica que estamos sufriendo desde hace cuatro años.  Durante este periodo las parejas que quieren separarse analizan los pros y los contras de una separación y concluyen que la mejor solución es divorciarse más adelante, cuando la economía vaya mejor, y por el momento seguir compartiendo los gastos de la casa, los colegios, la comida, el alquiler o la hipoteca para mantener el nivel de vida que venían disfrutando hasta el momento.

Si la opción elegida es la de vivir en el hogar conyugal y mantener vidas separadas es importante que la comunicación de la pareja no se convierta en destructiva.  Entiendo que la comunicación es destructiva cuando en una conversación se utilizan palabras que denotan desprecio, desaprobación, agresividad o resentimiento y cuyo único objetivo es «dañar a la otra persona».  Aunque existe una motivación interna en cada persona para lanzar este tipo de ofensas a la cara de la otra persona, hay que tener en cuenta que al entrar en este círculo vicioso la persona deja de valorar aquellas cualidades que vio en su amante al comienzo de la relación y que en parte fueron las instigadoras de unirse como pareja.

Lo bueno de las relaciones humanas es que se pueden arreglar, pero para ello hay que desearlo.  Está claro que una terapia de pareja no sirve para nada si una de las partes está obstinada en no hablar y se queda encerrada en su mundo, pero asumiendo que exista un interés común por ambas partes, la terapia crea el marco para que la pareja pueda comenzar a comunicarse.

La creación de un marco diferente al que estaban acostumbrados permite desarrollar ciertas habilidades de comunicación que hasta ahora se tenían olvidadas en el baúl de los recuerdos, además de adquirir nuevos comportamientos que mejoran la escucha activa.  Sin embargo, e independientemente de si la pareja acude o no a una terapia, hay que tener presente cómo reacciona cada miembro de la pareja cuando se le plantea un problema.

Es de todos sabido que el hombre está programado para dar soluciones a los problemas que se le plantean, y eso es lo que la sociedad espera de él.  Cuando recibe un problema, el hombre entra en su cueva para meditar sobre el asunto.  Sólo cuando obtiene la solución saldrá para comunicarla al resto de los mortales.  Mientras tanto no quiere ser interrumpidos por nadie.  Es más, si alguien le pregunta por el asunto en cuestión mientras está cavilando, se irrita, pudiendo llegar a dar contestaciones poco afortunadas.  De igual manera, si no puede solucionar sus problemas por sí mismo, el hombre se siente mal, ya que su obligación como líder de la manada es solventarlo sin ayuda de nadie.

El comportamiento de la mujer cuando tiene un problema es diametralmente opuesto al de su compañero.  Cuando algo atormenta a la mujer, ésta llama por teléfono a sus amigas o queda con ellas para tomar un café y charlar sobre el asunto.  La mujer busca ayuda en otras personas porque la sociedad entiende que necesite apoyarse en otros.  De hecho pone en común sus preocupaciones con sus seres más allegados.  Es más, no la importa que nadie la pregunte sobre el tema cuando todavía está en proceso de análisis, ya que esto la puede dar un punto de vista nuevo o ayudar en su enfoque.

Al ser conscientes de que nos comportamos de forma diferente al analizar una misma situación y que una misma realidad es percibida de forma diferente por las distintas personas, seremos capaces de entender a nuestra pareja y de modificar nuestro comportamiento en la medida que sea necesario sin perder nuestra identidad ni nuestros valores personales.

Independientemente de lo que ocurra en la pareja hay que tener en cuenta que la comunicación es esencial para que la relación fructifique o, si ha de concluir, lo haga de una manera amistosa donde no queden emociones de rabia o resentimiento. Es imprescindible saber escuchar de forma activa y saber qué es lo que quiere la otra persona con el único objetivo de evitar una ruptura de pareja por falta de interés o porque no sabemos lo que queremos.

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Imagen distorsionada

domingo, 7 noviembre, 2010

La necesidad de las personas por desarrollar su imagen personal ha hecho que el brand coaching creciera de forma notable en nuestro país durante los últimos años.  La importancia de tener una imagen coherente e intencionada es percibida por las personas que nos rodean como algo positivo, pero debe estar reforzada en todos los aspectos, al tiempo que debe ser congruente hasta el más mínimo detalle.  Esta lógica puede ser la que en algunas ocasiones nos asfixie de tal forma que nos impida conseguir aquello que deseamos, desde ganar más dinero a encontrar una pareja.

Las personas vamos creando nuestra propia imagen desde el momento en el que tenemos uso de razón, bien porque queremos agradar a nuestros padres, bien porque queremos pertenecer a un grupo determinado, o por cualquier otra razón que entendemos puede ser beneficiosa para nosotros.  De esta forma las personas vamos desarrollando una imagen con la que nos sentimos cómodos y a gusto.  Una imagen que nos puede dar una sensación de poder, de protección, de autoestima o de equilibrio.  Una imagen que, al fin y al cabo, muestra al mundo nuestra propia identidad.

Todo parece ir bien hasta el día en el que la persona toma consciencia de que la imagen que se ha creado es una carga de la que debe desprenderse si quiere conseguir los objetivos que se ha marcado a nivel personal o profesional.  Es en esta primera etapa del aprendizaje cuando la persona comienza a cuestionarse, por ejemplo, si el ser perfeccionista la aporta algún valor añadido a su trabajo o tan sólo es un escollo que la impide ser más productiva y la acerca un poco más a ser despedida.  O tal vez se pueda cuestionar si el dar una imagen de persona tímida la aporta algo, como estar protegida de los extraños, o es sólo un obstáculo para conseguir la pareja que busca.

Es la contradicción entre el ser y el querer la que genera desesperación y, al no conseguir lo que quiero, frustración.  Esta lucha de poder se puede mantener eternamente mientras una de las partes sea más fuerte que la otra, mientras la persona no vea la necesidad de un cambio personal que la saque de ese atolladero en el que lleva inmersa durante tanto tiempo y que lo único que consigue es protegerla de ser ella misma, de ser feliz.

Nuestra identidad se muestra a los demás a través de nuestra imagen personal, por eso es tan importante ser coherentes con ella, porque nuestras acciones reflejan nuestra identidad personal.  No somos lo que decimos, sino lo que hacemos.  Y aquí está el gran enfrentamiento personal, en romper los hábitos labrados en piedra con el paso de los años y crear unos nuevos y diferentes que me permitan conseguir aquello que tanto anhelo.

Pero esto que parece tan sencillo inicialmente, cambiar los hábitos de conducta, puede ser algo más complicado de lo que suponíamos inicialmente debido, en gran medida, a que el cambiar un comportamiento lleva consigo el cambio de una creencia y, por ende, el cambio de mi identidad.  Y puesto que somos personas sabias, nuestro yo interno nos autosabotea de forma sutil para evitar exponernos al peligro que acecha en el exterior.

Puede parecer mentira, pero las personas pueden cambiar sus comportamientos, así como identificar al autosaboteador que llevan dentro.  Todo esto, unido a la identificación de objetivos personales y un plan de acción a la medida permitirá a la persona conseguir aquello que desea y ser una persona nueva, diferente a otras, más alegre y más feliz al conseguir una identidad más coherente con lo que ella quería ser.

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Coqueteos furtivos

viernes, 5 noviembre, 2010

El otro día estaba esperando mi turno en la caja del supermercado.  Delante de mi tenía a un chico joven bien parecido.  En la caja, una chica con el pelo recogido en una coleta no cesaba de pasar por el escáner la infinidad de artículos de la clienta que nos precedía sin levantar la mirada.  Tras pasar el último código de barras por el dispositivo, pulsar la tecla de total y lanzar al aire un «son veinticinco con treinta» elevó la mirada para ver quién era el siguiente cliente.  A partir de ese instante las cosas sucedieron en una fracción de segundo.

Al ver al que para ella era un apuesto galán, la empleada bajó la mirada y, antes de coger el dinero que la señora la estaba dando para pagar su compra, lanzó su mano izquierda hacia la goma que sujetaba su pelo y la arrancó literalmente de su cabello.  Su hermosa melena cayó sobre sus hombros y se prolongó por la espalda realzando su belleza.  Tan rápido fue todo que ni la señora que estaba frente a ella ni el propio joven se dieron cuenta de este movimiento semiautomático de la joven.

Una vez comenzó a pasar los productos del chico por el escáner la empleada apenas tuvo contacto ocular con su cliente, demostrando de esta forma cierta timidez ante su caballero.  Sólo cuando le entregó el recibo con las vueltas levanto ella la vista y lo miró a los ojos.  Cuando él la miró ella retiró sus ojos hacia la caja, como si algo se la hubiera perdido en ella.

Las señales que emitimos para comunicarnos pueden ser tan sutiles que en muchas ocasiones nos perdemos el mensaje subliminal que el remitente ha querido transmitirnos furtivamente, como en este caso.  Es probable que si el chico hubiera estado atento a estas señales y hubiera estado disponible le podría haber pedido el teléfono, o directamente para salir, sin miedo a recibir un «no» por contestación.

Esta secuencia de la vida cotidiana nos demuestra que es la mujer la primera en dar el primer paso, pero que es el hombre quien, no sólo tiene que ser hábil en captar las señales que emite su compañera, sino que también debe ser diestro en el arte de seducir.  Cualquier caballero puede ser el hombre perfecto para una mujer y, cuando se dé el caso, ella se lo hará saber de forma sutil.

Hay que tener presente que las personas quieren comunicarse aunque no salga por su boca una sola palabra, así como que los coqueteos ocurren en cualquier lugar: desde una cafetería a un aeropuerto.  Es por tanto importante conocer y prestar atención a las señales que nos envían las personas cuando nos acercamos a ellas.

Y aunque es posible que esta chica esté esperando a que el joven vuelva a comprar algo durante su turno para lanzarle otra serie de señales más directas que capten su atención, lo importante no es esto, sino cuántas veces hemos perdido una oportunidad por miedo a coquetear furtivamente con la otra persona.

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Todo va mal

lunes, 1 noviembre, 2010

Hay momentos en nuestra vida en los que parece que todo nos sale mal: nos reducen el sueldo debido a la crisis, comenzamos a tener achaques hasta ahora impensables, nuestra relación de pareja se deteriora por el paso del tiempo, salimos menos a divertirnos con nuestras amistades de toda la vida y la mayor parte de nuestro tiempo libre lo dedicamos a preocuparnos por el futuro de nuestros hijos que parecen no salir adelante.  Pero esto que parece malo… ¡puede ir peor!

El mundo no es perfecto, por lo que lo normal sería que en nuestra vida tuviésemos momentos buenos y otros malos.  La proporción de unos y otros no se puede precisar con exactitud, pero lo que parece cierto es que hay instantes donde la conjunción de los planetas hacen que todo vaya, no mal, sino peor.  No importa lo que hagamos, seguro que sale rana.  En el trabajo hay una bajada de sueldos… a mi me despiden.  Las relaciones de pareja tienen sus fluctuaciones… la mía termina en separación.  Algunas amistades tienen achaques puntuales… yo no puedo despegarme de la cajita de pastillas ni un momento por miedo a tener un ataque al corazón o una subida del colesterol.

Todas las desgracias parecen suceder en el mismo intervalo de tiempo, como si hubieran estado esperando mi peor momento para hacer su presencia en sociedad.  Todas juntas, a la vez, de golpe y porrazo.  Es en estos momentos cuando la persona comienza a preguntarse qué pasa a su alrededor, si alguien la ha echado un mal de ojo,  o qué ha hecho para merecerse lo que la está cayendo encima.

Frente a esta situación las personas actúan de diferentes maneras.  Unas lo aceptan con total parsimonia, pudiendo achacarlo al destino o a un ente supremo sobre el que ellas poco o nada pueden hacer.  Estas personas parecen vivir la vida en función de lo que el destino las depare, aludiendo que para qué van a hacer nada si el destino ya está escrito.

Otras lo achacan a los demás.  Son las personas que tengo a mi alrededor las que tienen la culpa de que a mi me ocurra esto.  Son ellas las que me tratan sin respeto, las que me mueven de un sitio a otro, las que me tratan mal.  Ante estos vapuleos lo único que puedo hacer es sacar mi genio y agresividad para protegerme de las personas de mi entorno.

Es posible que ha fecha de hoy todavía no seamos capaces de prevenir ciertas enfermedades genéticas, pero lo que parece estar claro es que la forma en la que afrontemos nuestros problemas es decisivo en el resultado que obtenemos.  Las cosas pueden suceder por alguna razón, o sin razón alguna, pero son mis comportamientos los que harán que esa situación mejore o empeore de forma considerable.

Si mi relación de pareja está en un momento delicado no implica que vaya a terminar en separación, es más, en función de cómo lo afronte puede terminar reforzando mi matrimonio.  Si en la empresa están recortando los sueldos no implica que a mi me vayan a echar, siempre puede darse el caso de que surja una oportunidad de trabajo hasta el momento impensable por cómo estaba estructurada la empresa.

Las cosas son del color del cristal con las que las observamos.  Por eso es tan importante que nuestros cristales no sean tan oscuros que no nos permitan ver el lado positivo de las cosas, ya que esa positividad será la que nos permita afrontar las situaciones difíciles con otro espíritu.  Un espíritu que puede darnos alas para salir airosos y reforzados de la experiencia.

Pero no sólo se trata de ser positivos ante las situaciones difíciles, sino de tener el comportamiento adecuado.  Los comportamientos los podemos modificar, y es este cambio el que nos permite ser percibidos por los demás de forma diferente.  Pero para ello debemos ser sujetos activos, tomar las riendas de nuestro destino y pasar a la acción.  Las cosas pueden ir mal, pero a partir de ahora irán mejor para mi.

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Algo que perder

jueves, 28 octubre, 2010

No es raro encontrarse con hombres que son capaces de mirar a una mujer y, a los pocos segundos, estar hablando con ella como si fueran amigos de toda la vida.  Es más, si los dejas conversar unos minutos, es posible que intercambien desde el teléfono hasta la dirección de correo electrónico, si no algo más.  Estas personas tienen tal desparpajo y soltura con las palabras, y son tan extrovertidas, que el resto de los mortales parecemos unos tímidos sin remedio.

Cuando te encuentras con estos maestros en el arte de seducir te preguntas si alguna vez se quedan sin palabras.  Sin embargo, por muchas vueltas que puedas darle, nunca les ocurre eso.  Estas personas parecen hechas de otra pasta, una pasta que las hace diferentes, que las hace dignas de ser idolatradas, porque por muy apurada que sea la situación, ellas siempre encuentran la palabra adecuada o la pregunta apropiada para mantener a la otra persona con un brillo en su mirada y una sonrisa radiante que dice «no te vayas todavía«.

Está claro que este tipo de personas suelen tener una autoestima elevada sobre sí mismas, y eso se refleja en cómo se presentan ante las otras personas, cómo se mueven entre ellas y cómo se comunican con su entorno.  Estas personas son capaces de saber si la otra persona está disponible e incluso qué quiere ella con tan sólo observarla unos segundos, gracias a la maestría que tienen descifrando las señales que las personas emiten a su alrededor.

Obviamente no hay que menospreciar estas cualidades, pero también hay que tener en cuenta que es cuando no nos jugamos nada que somos más osados.  Y es en estos momentos, cuando realmente tenemos algo que perder frente a la otra persona, que el ritmo cardíaco se acelera, la respiración se entrecorta y las palabras parecen no fluir con tanta facilidad de nuestra boca.

Por eso es importante fijarse en las señales que emite la otra persona y, posiblemente, tener en cuenta que si no existe ninguna señal de nerviosismo en su voz, en su mirada o incluso en su respiración, es posible que no tenga un interés real en nosotras.  Tal vez el interés exista, pero sea algo pasajero.  Un «aquí te pillo, aquí te mato«.  Y si es eso lo que buscamos ¡adelante!.  Pero si es una relación estable lo que nos interesa, entonces es posible que debamos replantearnos el encuentro.

En esta vida son pocas las ocasiones en las que se nos ofrece una segunda oportunidad para hacer algo, así que cuando nos encontremos con esa persona que nos llame la atención no perdamos la oportunidad de acercarnos a ella y entablar una conversación.  Lo peor que te puede pasar en ese momento es que no quiera hablar contigo o te haga algún feo, pero esto es más llevadero que tener en tu mente durante el resto de tu vida la pregunta «¿Qué hubiera pasado si…?«.

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Mundos paralelos

martes, 26 octubre, 2010

Somos pocos los adultos a los que no nos haya sorprendido un niño con sus preguntas o nos haya dejado perplejos con su desbordante imaginación.  Esta capacidad de crear mundos paralelos les permite a estos diablillos evadirse de la realidad en ocasiones en las que se aburren de lo lindo o les resultan molestas, de tal forma que prefieren estar alejados de ellas aunque su cuerpo deba permanecer en este mundo.  Así nos podemos encontrar con niños que pueden permanecer horas y horas frente a un libro sin pasar una sola hoja, con la mirada perdida en el infinito; o niños que si se les pregunta algo durante la lección necesitan de unos segundos para que su espíritu retorne a su cuerpo; o niños que vagan por el patio del colegio hablando con su sombra y que en algunos casos son tomados como «friquis» o «algo extravagantes«.

Este comportamiento que tanto puede frustrar a los adultos, en especial a padres y profesores, es en algunos casos un mecanismo de defensa por el cual el niño evita ciertas situaciones que para él pueden tener una carga estresante que no saben cómo gestionar.  Al evadirse de este mundo el niño se siente más feliz, más completo, más como a él le gustaría ser, haciendo las cosas que le agradan y no aquello que le desagrada, como estudiar por ejemplo, o tener que relacionarse con sus compañeros del colegio.  Al igual que los amigos de Peter Pan, quienes eran capaces de imaginarse todo tipo de manjares sobre una mesa que estaba vacía, el niño hace lo mismo, crea un mundo para salir de este, en el que las cosas no son como a él le gustan.  Un mundo en el que se siente lleno, completo, satisfecho, incluso con amigos con los que puede jugar y ser feliz… hasta que tiene que retornar.

La creación de mundos paralelos en el niño es una señal de que algo le está ocurriendo a nuestro vástago y, por lo tanto, es posible que debamos tomar cartas en el asunto para evitar que la situación se alargue y, sobre todo, se agrave.  Pero esto que en el infante puede parecer normal y puede ser reconducido, se complica considerablemente cuando la persona que crea estos mundos es ya un adulto.

Efectivamente, este comportamiento que aparentemente parece ser algo exclusivo de niños, como las paperas, el sarampión o la varicela, puede darse también en personas adultas.  Y al igual que estas enfermedades, cuando este comportamiento ocurre de adulto, se pasa peor.  Claro está que las personas adultas hemos ido desarrollando con el paso de los años filtros y barreras más eficaces que impiden que las personas que están a nuestro alrededor puedan detectar estos comportamientos y nos puedan tomar por «friquis» o, si lo hacen, ya hemos encontrado un grupo de personas similares a nosotros que nos acoja en su seno y en el que nos sintamos cómodos y a salvo.

De esta forma nos podemos encontrar con personas que, al mismo tiempo que se quejan de no tener una relación estable, siguen buscando a esa persona perfecta que sólo existe en su mente, poniendo de manera inconsciente trabas y disculpas ante todas aquellas personas que se acerquen ofreciendo una posible relación. No sólo esto, sino que en ocasiones estas personas solicitan a su posible pareja que entre en su mundo, ya que es ahí donde la persona es más feliz.  Esto puede impedir que se formalice la relación, ya que al vivir en mundos diferentes, los horarios y costumbres poco tienen que ver entre sí.

También nos podemos encontrar con personas que se crean un mundo interior «ideal» basado en creencias que lo único que les permite es mantener una lucha contra todo aquello que tenga que ver con el mundo real, no pudiendo ser del todo felices por la continua pelea que existe entre ellas y todo lo que las rodea.  Así nos encontramos con personas que están todo el día refunfuñando y quejándose de esto, aquello y lo de más allá.

Es cierto que la realidad puede ser contundente y que nos puede maltratar, pero hay que tomar consciencia de que somos sujetos más que objetos a los que nos pueden mover y desplazar de un lugar a otro.  Hay que tomar consciencia de nuestra identidad para con ello poder seguir adelante con nuestro camino, con la cabeza bien alta, con dignidad, haciéndonos un hueco en este mundo que nos ha tocado vivir y no en otro que sólo existe en nuestra mente.

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La princesa prometida

viernes, 22 octubre, 2010

No es raro encontrarse con mujeres que rondan los cuarenta años que siguen aferradas a la idea de encontrar al hombre perfecto, a ese personaje principesco que tiene todas las cualidades que ellas buscan en un hombre: alto, fuerte, atlético, atractivo…  Y mientras ellas lloran su ausencia, ellos van acumulando los teléfonos de mujeres más jóvenes que son una delicatessen para su paladar.

Las mujeres que se acercan o rebasan tímidamente los cuarenta años son personas que saben lo que quieren, personas con experiencia en el ámbito profesional y personal, personas con las que se pueden mantener largas conversaciones, mujeres económicamente independientes que pueden darse cualquier capricho que quieran, y mujeres que, en la mayoría de los casos, son incluso más activas sexualmente que la pareja que las tocaría por edad.

Estas mujeres que se han hecho un hueco en un mundo laboral mayoritariamente masculino siguen luchando por encontrar a esa persona ideal con la que disfrutar los fines de semana, ese hombre con quien formar una familia y con quien compartir el resto de su vida.  Sin embargo, todos los hombres que encuentran en su camino tienen alguna pega: es gordo, es calvo, es bajo, está divorciado, tiene hijos… por lo que las relaciones se mantienen en un plano temporal en espera de que entre por esa puerta semiabierta el caballero de brillante armadura a lomos de su bello corcel.

Desafortunadamente la realidad puede ser bien distinta.  Un hombre de cuarenta años estará encantado con una mujer diez años más joven que él.  No sólo porque tenga una piel más tersa y unas carnes más turgentes, sino porque si quiere formar una familia es posible que la juventud aporte cierta garantía de poder tener un par de retoños.  Es cierto que las conversaciones entre la pareja pueden ser muy diferentes a las que podría tener con una persona más madura, pero también es cierto que la pureza que puede encontrar el hombre en esa mujer más joven nada tiene que ver con la de otra diez años mayor.

La realidad nos demuestra que el hombre perfecto no existe.  El hombre perfecto es una fantasía de nuestra mente que nos apega a un pasado ideal con nuestros padres.  El sueño de conseguir ese hombre perfecto mata nuestra realidad, impidiendo que encontremos a esa persona que nos puede hacer felices con sus imperfecciones.  Y así, mientras nuestras exigencias y expectativas se mantienen altas, los hombres que se atreven a enfrentarse a los dragones de sus propios miedos, desisten en el intento porque ven imposible matar ese sueño que todavía ronda por la mente de la mujer.

Lo bueno es que una vez somos conscientes de que es difícil encontrar al hombre perfecto, nos damos cuenta de que existen multitud de solteros de plata con los que podríamos formar esa pareja que puede hacer nuestra vida más feliz.

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