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La gemela malvada
sábado, 9 diciembre, 2017
María y Mónica eran dos atractivas gemelas que vivían en una pequeña ciudad junto a un río. A diferencia de otras hermanas gemelas, que siempre tienen alguna característica física que las diferencia, estas dos hermanas eran idénticas. Ni siquiera sus padres sabían quién era quién si se vestían iguales. De hecho, tal era el parecido, que los amigos que tenían pensaban que sólo existía una hermana.
Sin embargo, y aunque físicamente era difícil distinguir a la una de la otra, había una cosa que las diferenciaba: su personalidad. La personalidad de Maria era dulce, alegre y risueña; una mujer a la que le encantaban los animales, el campo, la playa y estar en compañía de sus amigos. Mónica era todo lo contrario, era una mujer exigente y fría, que todo lo basaba en el trabajo.
María y Mónica habían sido muy buenas amigas durante toda su infancia, pero desde que se volvieron adolescentes, la personalidad de Mónica era la que había tomado las riendas de la relación; tal vez debido a que pensaba que el trabajo le daba una falsa seguridad; ya que había sido éste el que le había permitido entrar en un mundo de glamur en el que estaba cómoda.
A diferencia de otras hermanas, María y Mónica no solían salir juntas desde hacía años. Así, una noche estival en la que María estaba en un concierto al aire libre, conoció a un chico. La química surgió entre ambos al verse el uno al otro y, al poco rato ya estaban charlando. A partir de ese día las conversaciones se empezaron a suceder, conversaciones que llegaban a durar horas y horas. Parecía que habían nacido para estar juntos el uno con el otro.
Desafortunadamente, Mónica era una de esas personas que lo controlaba todo, en especial si ese algo tenía que ver con su hermana. De esta forma no tardó mucho en darse cuenta de que su hermana había iniciado una relación y elaboró un plan para deshacerse de su hermana y quedarse con el chico. El plan: adormecer a su hermana con unas hierbas que le habían proporcionado en un herbolario con la excusa de que no dormía bien.
Una vez tuvo las hierbas en su poder, Mónica comenzó a dárselas a su hermana diluidas en las bebidas y en la comida que ingería. Y hasta se las escondió dentro de la almohada para que durmiera más tiempo. Y así, Mónica tuvo la ocasión de comenzar a salir con este nuevo chico.
Al principio, el joven galán no notó la diferencia, si bien observaba algunos comportamientos que no eran del todo normales. Según pasaron los días el joven comenzó a notar que la personalidad de aquella mujer no era en absoluto la misma que tenía cuando comenzaron la relación. Observó que la personalidad no era la misma los días laborales que los fines de semana. No sabía lo que estaba ocurriendo, pero su curiosidad hizo que la comenzara a seguir para ver qué es lo que estaba pasando.
Una noche, después de dejarla en su casa y hacer que se iba, se dio media vuelta y empezó a observar lo que hacía su pareja a través de las ventanas. Vio como su pareja dejaba el bolso y el abrigo sobre el sofá, iba a la cocina, sacaba un plato de comida del frigorífico, y subía por las escaleras al primer piso donde al poco rato se encendía la luz de una habitación.
El joven salió de entre los arbustos, corrió hacia la casa, y comenzó a trepar agarrándose a las tuberías y plantas que crecían pegadas a la pared. Una vez en el tejado se acercó hacia la luz. Miró por la ventana y … cuál fue su sorpresa al ver que, dormida sobre una cama se encontraba una mujer que era una réplica idéntica de la que había dejado en la puerta de esa casa hacía escasos minutos.
Pacientemente esperó a que aquella mujer con el plato de comida se fuera de la habitación para entrar por aquella ventana. Cuando por fin se fue de la habitación, el joven abrió sigilosamente la ventana y entró. Se acercó a aquella mujer y le acarició la mejilla, como en un intento de creerse que aquella mujer no era fruto de su imaginación, sino que era algo real.
Al sentirse tocada la mujer abrió los ojos y levantó la mirada. Al ver allí a la que era su pareja, sonrió, al tiempo que murmuró «¿eres tú de verdad mi amor?». Sí, era él, y lo único que tenía en la cabeza ahora era sacar a María de aquella casa. La intentó levantar de la cama para llevársela con él, pero María no tenía fuerzas ni ánimos para levantarse.
¿No quieres venir conmigo, María? – le preguntó.
“No, no tengo fuerzas. Además, no sé cómo solucionar esto. Cualquier cosa que haga será inútil. Ella es más fuerte que yo y nunca me dejará en paz para que sea feliz. Vete sin mí y sálvate tú antes de que ella te haga daño, como hace con todos” – respondió ella.
Perplejo por la respuesta de su amada cayó de rodillas junto a ella. Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de ambos enamorados cuando se oyeron pasos subiendo las escaleras. Él la miró a los ojos, la beso suavemente en sus labios y dijo: «¡Ten fuerzas, volveré a por ti!»
Al salir por aquella ventana buscó a la policía y les contó la historia. La policía, aunque incrédula en un primer momento, le acompañó a aquella dirección donde el joven decía que estaba su amada adormecida. Al llamar a la puerta les abrió Mónica con una sonrisa reluciente. Ante las preguntas de los agentes, Mónica respondió sin alterarse, invitándoles a que pasaran y revisaran la casa de arriba a abajo si así lo deseaban.
Así lo hicieron, los agentes pasaron y comenzaron el registro por la supuesta habitación donde el joven había visto a su amada, pero no había rastro de ella. ¿Dónde estaba María? ¿Qué había pasado con ella? Los agentes siguieron registrando la casa durante horas, pero no encontraron rastro de María. Muy a su pesar, hablaron con aquel joven y le dijeron que tenían que desistir con aquella búsqueda.
Al salir por la puerta Mónica se acercó al joven y le susurró al oído: «No la busques más, nunca la encontrarás. Nunca volverá a aparecer. Y como intentes hundirme, te arruinaré la vida».
Durante varios meses aquel chico intentó en vano encontrar a la joven que había conocido. Y durante ese mismo tiempo la gemela malvada estuvo haciéndole la vida imposible. Al final, el chico no pudo más y desistió en su empeño de encontrar a aquella persona de la que un día se enamoró. Sin embargo, dejó la luz de su casa encendida y la puerta entreabierta por si un día María conseguía huir de su hermana.
Las personas solemos tener una personalidad que puede llegar a sabotear nuestra vida sin que nosotros nos demos cuenta e incluso sin que podamos hacer nada al respecto. Sin embargo, si en alguna ocasión somos capaces de percibir que esto está pasando, que estamos saboteando la posibilidad de tener una vida mejor, es muy importante que lo tomemos en cuenta y que acudamos a un profesional que nos pueda ayudar.
El solucionar estos sabotajes a tiempo puede hacer que vivamos la vida que realmente queremos. El dejarlos pasar puede hacer que nos quedemos en un estado conformista dominado por esa gemela malvada que no nos permite crecer.