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Falta de carácter
lunes, 21 febrero, 2011
No importa si acabamos de entrar en la adolescencia o si hace años que peinamos canas, hay situaciones en las que hacemos gala de una impasibilidad tal que deja perplejo a nuestro interlocutor. Nuestra apatía frente a ciertos acontecimientos hace que las personas más cercanas a nosotros se exasperen y afirmen: “¡más que sangre, tienes horchata en las venas!”, «¡qué poco carácter tienes!«.
Personas con esta falta de vigor o energía las encontramos en todas partes. Tanto el hijo adolescente que ignora las palabras de su padre, como el amigo que desatiende las aseveraciones de su confidente, son casos claros de este comportamiento.
La proximidad afectiva entre ambos interlocutores hace que el hablante termine irritado con su oyente; que la parte activa sea más activa todavía, llegando a tomar las riendas del asunto e incluso hacer propio el problema. Esto hace de forma indirecta que la persona pasiva sea más pasiva si cabe y resulte aún más exasperante.
Por muchas ganas que tengamos de hacer que la otra persona se mueva, nosotros no podemos hacer nada para que comience a caminar, a menos que ella quiera dar el primer paso. No importan los palos o los castigos que les impongamos, que ellas no se moverán. Un ejemplo clásico es el del burro que no quiere iniciar su camino. Ya lo podemos golpear, empujar o tirar de él, que no se zarandeará un ápice. Es más, es posible que cuando lo empujamos de sus cuartos traseros, gire su cabeza y nos esboce una sonrisa casi sarcástica. Es entonces cuando nuestra desesperación nos lleva a ser creativos y le ponemos la zanahoria delante de sus ojos.
Si bien es importante buscar las motivaciones que pueden hacer que la otra persona avance hacia el objetivo que se ha marcado, no es menos valioso encontrar aquello que está impidiendo su activación. Tal vez existan dependencias emocionales o económicas que frenan la marcha de nuestro ser querido hacia su objetivo. O tal vez hayan tocado fondo y no sepan cómo salir de esa situación, sintiéndose perdidos y sin recursos para solucionar el tema en cuestión.
En estos casos también es importante tener en cuenta que nuestro comportamiento tiene un efecto directo sobre el comportamiento de la otra persona. El estudio de los sistemas holísticos, donde “el sistema, como un todo, determina cómo se comportan las partes”, nos permite ver las interacciones de las personas, no sólo las exteriores, sino las interiores, cómo uno se posiciona frente a otro individuo tanto psíquica como físicamente.
De esta manera podemos observar cómo, cuando me acerco a otra persona, es posible que ella se aleje o se mueva de donde está. De igual manera, cuando entro en un grupo, éste tiene un movimiento de las diversas partes que lo forma. Así, es posible que cuando uno se aleja de una persona la otra tome una bocanada de aire y se relaje, ya que la distancia que teníamos era demasiado cercana para estar cómodos.
En cualquier caso es bueno dar un poco de espacio a las personas para que comiencen a responsabilizarse de sus actos, para que sean ellas mismas las que toman sus propias decisiones, por mucho que a nosotros nos pueda pesar, o por difícil que nos pueda parecer el llevarlo a cabo por primera vez.
¿Quién tienes a tu lado cuya apatía te exaspera hasta tal punto que te dan ganas de zarandearlo para que se espabile un poco?
La farola
jueves, 5 marzo, 2009
La farola no es mas que una metáfora para ayudar a aquellas personas que no saben si deberían realizar un proceso de coaching a identificar aquellas ocasiones en las que les puede venir bien la compañía de un coach.
Imaginemos que estamos paseando por una calle con poca luz en mitad de la noche. Cada 50 metros nos encontramos con una farola que alumbra unos pocos metros a su alrededor, y entre ellas la oscuridad acecha sin dejarnos ver lo que hay a pocos metros de nosotros.
Ahora imaginemos que se nos caen las llaves de nuestra casa, o de nuestro coche, justo debajo de la luz de una de estas farolas. Es muy probable que para buscar las llaves no necesitemos a nadie, ya que somos capaces de ver las llaves, agacharnos y recogerlas.
Sin embargo, si las llaves se nos caen en la zona donde no hay luz, es muy probable que necesitemos la ayuda de alguien. En especial si no somos capaces de ver más allá de nuestras propias narices.
Estos dos casos ilustran de alguna manera cuándo necesitamos que un coach nos acompañe para alcanzar nuestros objetivos. En el primer caso está claro que la persona es capaz de ver su objetivo, sabe qué tiene que hacer y cómo debe hacerlo, ya que lo está viendo bajo la luz, por la tanto no necesitaría la ayuda de un coach.
En el segundo caso, donde las llaves se encuentran en la zona oscura, es decir, no vemos claramente nuestro objetivo, es donde podemos necesitar la ayuda de una persona que nos ilumine el camino, que nos vaya proporcionando esa luz para que podamos ver lo que tenemos cerca de nosotros. Este acompañamiento, esta luz, nos puede ser de gran utilidad si existe algún bloqueo que nos impida entrar en la zona más oscura de la calle. Es en estos momentos cuando la compañía de un coach puede resultar de gran ayuda, ya que este nos puede iluminar nuestro camino permitiendo así que nos vayamos adentrando más y más en esa zona oscura y desconocida y encontremos nuestro objetivo.
Así que si tus llaves se encuentran en la zona oscura y necesitas que alguien te acompañe y vaya iluminando tu camino, es momento de contactar con un coach.