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Fracaso escolar
viernes, 2 julio, 2010
El fracaso escolar es la palabra que más se oye en los corrillos de padres y profesores durante estos días en los que salen a la luz las notas globales del curso. De hecho, no es raro ver por los pasillos de los colegios a padres con cara de preocupación hablando con tutores y orientadores para saber qué tienen que hacer este verano con sus vástagos para que pasen de curso en septiembre.
La responsabilidad de los padres puede que no sea preocuparse por sus hijos, pero es esta la que hace que acudan a los centros de estudios para informarse y averiguar qué es lo que han hecho mal nuestros futuros líderes. Las respuestas que ofrecen los profesores y orientadores parecen estandarizadas, como sacadas de un manual: «no presta atención en clase«, «no se organiza«, «no se planifica«, «se distrae con facilidad» y alguna otra que denota que el alumno es un vago o incluso una persona conflictiva.
Esta imagen de zángano puede verse reforzada si el joven ha tenido durante los últimos meses un profesor particular cuyos comentarios finales han sido del tipo: «no trabaja lo suficiente«, «no hace todos los ejercicios«, «no se concentra» o cualquier otra frase que denote falta de esfuerzo o interés por parte de su discípulo.
Las soluciones que suelen ofrecer los tutores y orientadores en este tipo de situaciones suelen ser también muy estandarizadas: «necesita organizarse«, «necesita planificarse«, «necesita hacer un esfuerzo» y cualquier otra que indique que debe ponerse las pilas durante los próximos meses. En algunos casos sugieren que el joven sea supervisado por una tercera persona, ya sea un profesor particular o en una academia.
Sin embargo, lo curioso de todo esto no es escuchar lo que los padres y profesores tienen que decir sobre el joven protagonista, sino el papel que este adopta de forma casi involuntaria mientras se encuentra en esa situación y a la que nadie presta atención.
El protagonismo está claro que es del alumno, ya que es el responsable de haber suspendido y quien debe recuperar en pocos meses. Sin embargo, éste queda relegado a un segundo plano, bien junto a los padres con cara de despistado como si la escena no fuera con él; bien detrás de sus progenitores, escondiéndose de la lucha dialéctica; bien sentado un nivel por debajo, demostrando de esta forma un subordinamiento e inferioridad frente al resto de personas; o bien, en el peor de los casos, rompiendo a llorar debido a la alienación de los padres.
Los jóvenes no fracasan en sus estudios porque sí. Las razones pueden ser múltiples y variadas, pero siempre suele haber algo detrás que hace que se depriman, que no quieran estudiar, que prefieran evadirse con sus juegos evitando así la realidad. Lo bueno de todo esto es que estos pequeños adultos tienen una capacidad increíble para cambiar y estar funcionando de nuevo al 100% en menos tiempo que lo haría un adulto.
No hay que desesperar en estos casos, pero si coger el problema a tiempo, bien utilizando la ayuda de un psicólogo o la de un coach que ayude al joven a establecer sus objetivos, aumentar su motivación, hacerse responsable de sus estudios, desarrollar su concentración y disciplina, aprender a planificarse y organizarse, al tiempo que encuentra un equilibrio entre el estudio y la diversión que permitan que sea un buen líder en el futuro.