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La armadura
martes, 23 marzo, 2010
Desde el periodo egipcio, hace más de 5.000 años, hasta el siglo XVII, en el que se perfeccionaron las armas de fuego, los ejércitos protegían el cuerpo de los combatientes que salían a luchar en el campo de batalla con vestiduras compuestas por piezas metálicas o de cuero. Hoy en día las batallas se libran en las oficinas de grandes multinacionales, en los despachos de abogados o en las salas de reuniones de cualquier empresa y, aunque ninguna de las partes alza en alto una espada, seguimos protegiendo nuestro cuerpo con armaduras que eviten que nos lesionen.
Una de las armaduras más típicas que encontramos en nuestros días son los elegantes y caros trajes de lana virgen. Esta prenda de vestir parece ser el armazón de los ejecutivos, que junto con sus maletines de cuero y sus decenas de aparatos electrónicos de última generación conforman el conjunto de piezas que les da sostén y les protege.
Estos soldados de Armani parecen cambiar su comportamiento normal al de combate al anudarse la corbata o abotonarse la chaqueta, como si de un resorte automático se tratara, modificando así la percepción de las personas que tienen a su alrededor con su imagen de frialdad y egocentrismo que, al fin y al cabo, sólo pretende protegerlos de las agresiones externas.
Así, en nuestro día a día nos encontramos con personas que se jactan ante sus semejantes de decisiones que han tomado con sus empleados, decisiones en algunos casos vergonzosas, y que parecen seguir la filosofía de «la mejor defensa es un buen ataque«, lo cual les otorga una falsa sensación de poder y de satisfacción temporal.
De igual manera uno se puede encontrar con personas que intentan «sacar hasta la última gota de sangre» de sus empleados utilizando para ello métodos similares a los de Clint Eastwood en la película «el sargento de hierro«. Estos métodos, que pueden salvar la vida de un combatiente en una situación bélica real, no tienen ningún sentido en un entorno de trabajo. No obstante toda esta dureza y crueldad muchas veces confirma el desconocimiento que tienen algunas personas para gestionar sus propias emociones y algunas creencias obsoletas del tipo «cuanto peor trate a mis empleados, mejor jefe soy» o «cuanto más miedo me tengan, más respeto me tendrán«.
Asimismo podemos tropezar con personas cuya comunicación no verbal se modifica de forma drástica cuando se enfundan la cota de lana virgen cada mañana. Esta comunicación no verbal aleja de manera sutil y sin apenas mediar palabra a las personas que se acercan, aunque vengan de forma pacífica y no tengan intención de atacar su fortaleza.
Las razones por las que cada persona actúa de una forma u otra son diversas, pero hay que tener en cuenta que las personas tenemos tendencia a protegernos cuando nos sentimos agredidos o cuando sentimos miedo ante las cosas, ya tengan estos un carácter racional o irracional.
Dentro del plano profesional estas agresiones pueden darse cuando tenemos la creencia de que debemos enfrentarnos a nuestros superiores, o que debemos defendernos de nuestros subordinados. No son pocas las ocasiones en las que podemos escuchar «debo defender mi posición» o «debo defender lo que han dicho mis jefes frente a los demás«.
Este enfrentamiento continuo supone un desgaste muy importante para la persona, en especial para aquellas que no tienen las herramientas necesarias para gestionar de forma más apropiada y eficaz estas situaciones. En algunos casos podemos ver que esta lucha con el superior puede venir ocasionada por una carencia infantil de reconocimiento paterno, un reconocimiento que ahora buscamos de forma inconsciente en nuestros superiores. Así, cuando no reconocen las ideas que he propuesto y, en general, no me reconocen como persona, comienza el enfrentamiento. Esta lucha puede ocasionar en más de una ocasión tensión entre las partes y, en el peor de los casos, terminar con un «me han despedido«.
Por ello es importante buscar esos miedos irracionales que hacen que cada uno de nosotros nos enfundemos cada mañana esa pesada armadura. Según nos enfrentemos a ellos seremos capaces de hacerlos desaparecer y, por ende, ir quitando capas de ese pesado armazón de acero que nos permitirá movernos con más libertad, ahorrando una energía que podremos utilizar para gozar de la compañía de nuestros seres queridos al terminar el día.