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Mundos paralelos
martes, 26 octubre, 2010
Somos pocos los adultos a los que no nos haya sorprendido un niño con sus preguntas o nos haya dejado perplejos con su desbordante imaginación. Esta capacidad de crear mundos paralelos les permite a estos diablillos evadirse de la realidad en ocasiones en las que se aburren de lo lindo o les resultan molestas, de tal forma que prefieren estar alejados de ellas aunque su cuerpo deba permanecer en este mundo. Así nos podemos encontrar con niños que pueden permanecer horas y horas frente a un libro sin pasar una sola hoja, con la mirada perdida en el infinito; o niños que si se les pregunta algo durante la lección necesitan de unos segundos para que su espíritu retorne a su cuerpo; o niños que vagan por el patio del colegio hablando con su sombra y que en algunos casos son tomados como «friquis» o «algo extravagantes«.
Este comportamiento que tanto puede frustrar a los adultos, en especial a padres y profesores, es en algunos casos un mecanismo de defensa por el cual el niño evita ciertas situaciones que para él pueden tener una carga estresante que no saben cómo gestionar. Al evadirse de este mundo el niño se siente más feliz, más completo, más como a él le gustaría ser, haciendo las cosas que le agradan y no aquello que le desagrada, como estudiar por ejemplo, o tener que relacionarse con sus compañeros del colegio. Al igual que los amigos de Peter Pan, quienes eran capaces de imaginarse todo tipo de manjares sobre una mesa que estaba vacía, el niño hace lo mismo, crea un mundo para salir de este, en el que las cosas no son como a él le gustan. Un mundo en el que se siente lleno, completo, satisfecho, incluso con amigos con los que puede jugar y ser feliz… hasta que tiene que retornar.
La creación de mundos paralelos en el niño es una señal de que algo le está ocurriendo a nuestro vástago y, por lo tanto, es posible que debamos tomar cartas en el asunto para evitar que la situación se alargue y, sobre todo, se agrave. Pero esto que en el infante puede parecer normal y puede ser reconducido, se complica considerablemente cuando la persona que crea estos mundos es ya un adulto.
Efectivamente, este comportamiento que aparentemente parece ser algo exclusivo de niños, como las paperas, el sarampión o la varicela, puede darse también en personas adultas. Y al igual que estas enfermedades, cuando este comportamiento ocurre de adulto, se pasa peor. Claro está que las personas adultas hemos ido desarrollando con el paso de los años filtros y barreras más eficaces que impiden que las personas que están a nuestro alrededor puedan detectar estos comportamientos y nos puedan tomar por «friquis» o, si lo hacen, ya hemos encontrado un grupo de personas similares a nosotros que nos acoja en su seno y en el que nos sintamos cómodos y a salvo.
De esta forma nos podemos encontrar con personas que, al mismo tiempo que se quejan de no tener una relación estable, siguen buscando a esa persona perfecta que sólo existe en su mente, poniendo de manera inconsciente trabas y disculpas ante todas aquellas personas que se acerquen ofreciendo una posible relación. No sólo esto, sino que en ocasiones estas personas solicitan a su posible pareja que entre en su mundo, ya que es ahí donde la persona es más feliz. Esto puede impedir que se formalice la relación, ya que al vivir en mundos diferentes, los horarios y costumbres poco tienen que ver entre sí.
También nos podemos encontrar con personas que se crean un mundo interior «ideal» basado en creencias que lo único que les permite es mantener una lucha contra todo aquello que tenga que ver con el mundo real, no pudiendo ser del todo felices por la continua pelea que existe entre ellas y todo lo que las rodea. Así nos encontramos con personas que están todo el día refunfuñando y quejándose de esto, aquello y lo de más allá.
Es cierto que la realidad puede ser contundente y que nos puede maltratar, pero hay que tomar consciencia de que somos sujetos más que objetos a los que nos pueden mover y desplazar de un lugar a otro. Hay que tomar consciencia de nuestra identidad para con ello poder seguir adelante con nuestro camino, con la cabeza bien alta, con dignidad, haciéndonos un hueco en este mundo que nos ha tocado vivir y no en otro que sólo existe en nuestra mente.