Artículos etiquetados ‘gestion emocional’
Hundir la flota
sábado, 28 abril, 2018
El capitán Maraver llevaba años comandando una pequeña flota de navíos que surcaban las aguas caribeñas en busca de tesoros. Era un capitán bien conocido por sus colegas y hasta por sus enemigos, quienes le amaban tanto como le odiaban por ser un estratega que, en ocasiones, hacía cosas del todo inusuales.
Entre las cosas inusuales que hacía estaba la de destruir de vez en cuando sus propios navíos, bien porque los enviaba contra la flota enemiga a modo suicida, tal vez esperando asustar a sus enemigos o quizás para ganar la batalla por la sorpresa y estupor que aquello causaba en los otros ejércitos. En cualquier caso, el capitán Maraver era conocido por destruir y diezmar su flota sin sentido alguno.
Lo que inicialmente comenzó siendo una flota de cincuenta navíos, había pasado a convertirse en una flota de escasas diez naves en los últimos cinco años. Por algún motivo inexplicable el capitán Maraver seguía destruyendo navíos, incluso algunos que habían sido los buques insignia de la flota y que le habían ayudado a ganar batallas en tiempos pasados; estos también los había llevado al fondo del mar.
Una de las razones que achacaba para la destrucción de esos navíos era que él era el comandante en jefe de aquella flota y, todas sus decisiones eran las correctas. No tenía por qué escuchar a las personas que le rodeaban. Él hacía lo que quería cuando quería, sin consultar a nadie. Esto hizo que los capitanes de los otros barcos se cuestionaran ciertas decisiones tomadas durante los últimos años, en especial aquellas que hacían que sus propios navíos fuesen expuestos a riesgos innecesarios frente a las tropas enemigas, poniendo la vida de sus tripulaciones en la cuerda floja.
Este tipo de actuaciones fue diezmando la moral de la flota. De hecho, algunos navíos comenzaban a darse a la fuga en la oscuridad de la noche. Los que se quedaban junto a él, quizás porque les resultaba interesante mantenerse junto a aquel capitán quien, aunque estrafalario de vez en cuando, era bien recibido en los puertos amigos, no le hacían mucho caso y lo utilizaban más que lo que le ayudaban.
El capitán Maraver no parecía ser consciente de este tema, de que se estaba quedando sin aliados en los que pudiera confiar, en los que pudiera apoyarse para seguir ganando batallas contra sus enemigos. Algún capitán más allegado sí había intentado hacerle ver que la forma de actuar que estaba teniendo lo estaba llevando hacia su derrota final, pero incluso a estos, el capitán Maraver había tenido palabras y gestos ofensivos; haciendo que, al final, hasta los buques más cercanos al suyo, se alejaran de su lado.
Un día, cuando nadie parecía esperárselo, aparecieron por el horizonte veinte barcos de gran calado. Barco de guerra con cañones a ambos lados de su eslora. Barcos que venían surcando las aguas con un único objetivo, derrotar al Capitán Maraver.
Al ver aquello, el capitán Maraver llamó de urgencia a lo que quedaba de su flota, una flota una vez invencible que ahora apenas contaba con una decena de naves. El capitán instruyó a sus jefes en la estrategia a seguir para no ser derrotados. Unos navíos atacarían por el flanco derecho mientras otros los harían por el izquierdo. Otros atacarían de frente, modo suicida, mientras el resto se quedaría detrás, esperando la orden de ataque.
Cada capitán se puso al mando de su nave, esperando la orden de ataque, esperando ver ondear aquella bandera negra que daría comienzo a la batalla. Los minutos pasaban, la tensión se podía mascar en el aire. Nadie se movía de sus puestos de combate cuando el vigía gritó: “¡Bandera negra, bandera negra!
Fue en ese momento, en el momento de izar aquella bandera negra cuando el capitán Maraver esperaba ver a sus navíos moverse según el plan acordado, sincronizados, con un movimiento casi harmónico hacia las naves enemigas. Pero cuál sería la sorpresa del capitán cuando observó que aquellas naves que tenían que estar sincronizadas para el ataque, lo estaban ¡pero para la huida!
Todas las naves desaparecieron con la misma rapidez que cambiaba el tiempo en aquella zona del Caribe. De estar rodeado de sus barcos, el capitán Maraver se encontraba totalmente solo, frente a todos aquellos barcos que venían a por él, rodeando su navío y sin darle opción a huida. Aquel fue el final del capitán Maraver y su dominio de los mares.
En nuestro círculo de amistades podemos tener personas que nos pueden ayudar a conseguir nuestros objetivos en la vida y a mejorar como personas. Personas que sólo están ahí por interés, para ver qué pueden sacar de nosotros, sin dar nada a cambio y sin mostrarnos su verdadera cara para evitar que las quitemos de nuestro lado. E incluso nos podemos rodear de personas que no son buenas para nosotros, personas que nos absorben la energía, vampiros de los que tenemos que huir para no perecer.
Si no tenemos las herramientas necesarias para reconocer a cada tipo de personas que nos rodea, debemos acudir a un profesional que nos pueda asesorar y hacer ver qué es lo que queremos y cómo hacer para no perder a esos amigos de verdad quienes, aunque nos pueden llegar a herir cuando nos dicen las verdades a la cara, no es menos cierto que sólo buscan lo mejor para nosotros y, perderlos, puede suponer nuestra muerte social.
El robot
sábado, 10 febrero, 2018
Rob era una máquina de última generación creada por unos laboratorios similares a esos que aparecen en las películas de ciencia ficción. La diferencia que tenía con los prototipos anteriores es que Rob, tenía apariencia humana. Y no sólo se parecía a los humanos, sino que también imitaba a la perfección sus movimientos, su voz y sus expresiones faciales. Si Rob no se encontrara en el laboratorio con miles de cables saliendo de su cuerpo, nadie notaría la diferencia entre él y el científico que tenía a su lado.
Los científicos del proyecto habían tardado años en desarrollar esta máquina tan perfecta, este humanoide, una inteligencia artificial que estaba lista para salir del laboratorio y enfrentarse al reto de la vida real. El equipo de científicos había tomado la decisión de soltar a Rob en la gran ciudad para ver cómo se desenvolvía, para comprobar que todos los programas que habían incluido en su mente eran capaces de hacer que se comportara como un humano.
Las campanas de la catedral marcaban las doce del mediodía cuando aquel coche negro se detenía frente una la cafetería en el centro de la ciudad. La puerta se abrió y de aquel vehículo salió Rob, con su traje, su corbata y su maletín, como cualquier otro ejecutivo de la zona. Se dio la vuelta y cerró la puerta para ver cómo el vehículo desapareciera por la primera calle a mano derecha.
Rob miró a su alrededor y, aunque no tenía hambre por tratarse de un autómata, decidió sentarse en la terraza de aquella cafetería y pedir algo para beber y comer, tal y como hacían los humanos.
A los pocos minutos salió del interior de la cafetería una joven de enormes ojos y radiante sonrisa. Nunca hasta ese momento se había encontrado con un espécimen similar; tal vez porque todas las mujeres del laboratorio estaban siempre con caras largas y lo veían como un experimento, más que como alguien con quien debieran confraternizar. Rob pidió un zumo y un sándwich, algo que, por la hora, parecía lo más apropiado. La chica lo apuntó en su libreta electrónica y le comentó que en unos minutos lo tendría en su mesa.
Efectivamente, no habían pasado más de cinco minutos cuando aquella mujer volvió a salir por la puerta de la cafetería con su zumo y su sándwich. Al dejar el sándwich sobre la mesa, la melena de aquella joven dejó ver la chapa con su nombre, por lo que Rob le dio las gracias con un: “Gracias, Marisa”. La camarera se sorprendió, pero quedó alagada y respondió con una sonrisa y un: “De nada”.
Al terminar el sándwich y el zumo, Rob pidió la cuenta. Marisa se la trajo y, al ir a cobrarle, Rob le comentó que era nuevo en la ciudad y si le importaría acompañarle a tomar algo y conocer la ciudad una vez terminara su turno. Marisa, aunque no era habitual en ella, aceptó la oferta, quedando con aquel joven en la misma cafetería sobre las cinco de la tarde.
Allí estaba, puntual como las señales del gran reloj de la catedral. A las cinco en punto, con su traje, su corbata y su maletín, frente a la puerta de la cafetería. Marisa lo vio y se apresuró para cerrar la caja, cambiarse de ropa y salir con el bolso cruzado y las manos ocupadas con su móvil y la bolsa con la ropa sucia a donde se encontraba su acompañante. Ese sería uno de tantos otros encuentros que a partir de ese día tendrían Marisa y Rob durante los meses venideros.
Las semanas fueron pasando y, aunque Marisa estaba contenta, no lo estaba del todo, ya que su compañero seguía siendo una persona distante, una persona que no parecía inmutarse con lo que ella le contaba y que en ocasiones podía parecer poco empático. ¿Qué es lo que le pasaba? ¿Por qué parecía tener horchata en vez de sangre en las venas? ¿Por qué no se enfadaba como lo habían hecho el resto de sus parejas cuando ella hacía algo mal?
Rob notaba que la relación estaba en un punto en el que tenía que hacer algo. Sus programas originales no estaban a la altura de las circunstancias. Debía actualizarse para poder seguir con aquella mujer, pero el proceso era más lento de lo esperado inicialmente. Tal vez debido a que no tenía una conexión directa a todos los sistemas del laboratorio. Su inteligencia le hacía modificar comportamientos, ver cómo respondía Marisa y, en función de ello, volver a analizar la situación para cambiar o mantener el nuevo comportamiento.
Marisa, esperaba algo más. Sus expectativas del hombre perfecto eran otras. Parecía como si aquel hombre no viniera con todos los programas instalados por defecto. Programas que, de haberlo sabido los científicos, igual se los hubieran podido instalar antes de dejarlo salir de las instalaciones, pero, ante ese fallo, Rob debía utilizar sus recursos para ir adquiriendo todo aquello que le faltaba lo antes posible.
Sin embargo, el tiempo pasaba y Marisa veía que aquella persona no era como los hombres con los que ella había andado. Aunque no le faltaba humanidad, si veía que no terminaba de completarla como a ella le gustaría, que no era ese príncipe azul que pensó que era en un primer momento; por lo que, pasado un tiempo, decidieron romper aquella relación.
Rob se quedó apenado, ya no tenía a nadie con el que poder crecer y ser más humano, pero la semilla que plantó Marisa fue germinando, poco a poco, haciéndole ver lo que había hecho bien y lo que podía haber hecho mejor. Aquella mujer, aun en la distancia, parecía haber sido un impacto positivo en su vida. Ahora sólo podía esperar que sus vidas se cruzaran de nuevo en un futuro y le pudiera mostrar su versión más actualizada, obra, en parte, de ella.
Algunas personas parecen ser impasibles ante los eventos que ocurren a su alrededor. En algunas ocasiones esto es debido a una falta de empatía con todo aquello que les rodea, pero en otras ocasiones es sólo una mera protección para evitar que esos eventos les hagan daño, al tratarse de personas sensibles que sufren por los demás.
En cualquier caso, las personas que parecen robots, que parecen imperturbables, que son un encefalograma plano y que no muestran sus sentimientos pase lo que pase, no tiene por qué no sufrir. También lo pueden llegar a hacer, pero de otra forma, en otro lugar, tal vez de manera más introvertida.
Pero lo importante, tanto si es por falta de empatía como si es por autoprotección, es identificar que esta situación existe. Una vez somos conscientes del problema, seremos capaces de poner las medidas adecuadas para solucionarlo, bien con la ayuda de un profesional o con nuestra pareja en un entorno de confianza en el que nos sintamos más seguros.
Si nuestra pareja (o persona cercana a nosotros) se abre con nosotros, deberemos ser capaces de mantener esa confianza que nos ha dado y crear ese marco para que se siga abriendo con nosotros porque, esta apertura, puede ser el cambio que estábamos buscando para ver que, en realidad, la persona que tenemos a nuestro lado es un ser humano como nosotros, que siente y padece, pero que necesita su tiempo para mostrar esos sentimientos hasta ahora ocultos en lo más profundo de su ser.
Si por nuestra parte no nos sentimos con fuerzas para ayudar a nuestra pareja, siempre podemos sugerir que se aproxime a un profesional para que le ayude, para que le muestre las herramientas con las que cuenta para ser una persona más.
El señor escondido
lunes, 3 septiembre, 2012
Serafín era para la mayoría de sus amigos una persona afable con la que se podía tomar una cerveza después del trabajo, echar unas risas, y hablar de un sinfín de temas. De igual manera, las mujeres que habían tenido la oportunidad de compartir una cena, o un baile, le describían como una persona simpática, con un ápice de timidez, combinación ésta que aumentaba su atractivo, a pesar de la falta de encantos físicos del susodicho.
Como cada tarde después del trabajo, Serafín volvió caminando a casa. Durante el trayecto se topó con varios conocidos, a quienes lanzó un escueto “hasta luego” sin perder la velocidad de crucero que había alcanzado y sin apenas desviarse de su ruta. Esta actitud sorprendió a más de uno, quien supuso que algo le pasaba para que no se parara a charlar con él aunque fuese un par de minutos, como ya había hecho en ocasiones anteriores.
Efectivamente, el día de Serafín había sido un completo desastre. Si en alguna ocasión los astros se debían alinear para generar una serie de situaciones catastróficas que le afectaran directamente a él, había sido aquel día. La ruptura de la impresora evitó que pudiera imprimir su presentación minutos antes de la llegada de su cliente más importante; el sistema de filtrado de la máquina de café también falló en el momento de ir a preparar las bebidas; no sólo eso, sino que la ineptitud de la persona que trajo los cafés de la cafetería de la esquina hizo que tropezara al entrar en la sala y derramara el oscuro líquido por toda la mesa donde se encontraban los documentos que acababa de subir de la imprenta. Así que lo mejor parecía ser llegar lo antes posible a casa y dar por terminado el día.
Al llegar frente a la puerta de su casa Serafín sacó las llaves de su bolsillo. Abrió la puerta. Entró en su casa. Cerró la puerta tras de si y dejó las llaves sobre la mesita de la entrada. Se dirigió a su cuarto, donde dejó la chaqueta, el maletín y la corbata. Mientras se desabotonaba la camisa se dirigió al salón. Encendió la luz. Bajo las persianas que daban a la calle y se acercó a la biblioteca. Extendió su mano derecha y tiró de un libro como si quisiera sacarlo de la estantería para leerlo. En ese momento se escuchó un clic y el mueble comenzó a separarse de la pared.
Aquella biblioteca escondía tras de sí una entrada protegida por una puerta de acero. Serafín se acercó a ella y marcó una serie de números en el panel situado a la derecha de la puerta. Se escuchó un pitido de confirmación y el aire que bloqueaba los engranajes de sujeción fue expulsado por las aberturas que se encontraban alrededor del marco metálico. Aquella mole de acero comenzó a moverse lentamente, mientras Serafín ponía una silla delante de aquella entrada y se sentaba a esperar.
Al cabo de unos segundos Serafín escuchó el sonido de unas cadenas y observó como una silueta se acercaba hacía donde él se encontraba. Serafín tomó aire y apretó la espalda contra el respaldo de la silla, como en un intento de alejarse un poco más de aquel ser que salía de entre la oscuridad. Todavía con las manos cerca de los ojos, en un intento de protegerlos de la luz, aquel ser pudo oler a Serafín, momento éste en el que aquella bestia se lanzó hacia la salida con toda su energía. Serafín se levantó bruscamente de la silla y dio un paso atrás; pero las cadenas que sujetaban a aquella cosa impidieron que pasara más allá del marco de la puerta de acero.
Fue entonces cuando Serafín se acercó a una distancia prudencial de aquel ser y comenzó a contarle su día: lo mal que lo había pasado, la frustración que había sentido, la impotencia, la rabia. A cada minuto que pasaba la respiración de aquella cosa era más agitada y un dolor enorme comenzaba a recorrer todo su cuerpo. Estaba creciendo. Sus rodillas se doblegaron ante el dolor y cayó al suelo, mientras Serafín continuaba con su relato, cada vez más acalorado. La bestia no dejaba de gruñir con cada palabra que lanzaba Serafín, y su cuerpo aumentaba de volumen como un globo cuando se infla.
Después de quince minutos Serafín estaba totalmente relajado. Se sentía bien. Miró a aquel ser que yacía sobre el suelo y marcó de nuevo el código en el panel para cerrar aquella sala secreta. Mientras se cerraba aquella enorme puerta de nuevo Serafín echó una última mirada a aquel ser que volvía la cara para mirarle por última vez. Serafín le miró y vio su reflejo en aquella cosa que se quedaba encerrada en aquel hueco de la pared bajo cuatro llaves, escondido, para que nadie sepa de su existencia.
Algunas personas podemos esconder dentro de nosotros a un ser al que pocas veces dejamos ver la luz del día. Un ser al que damos de comer con nuestra rabia, odio, envidia y resentimiento. Una bestia que, si en algún momento se escapa a nuestro control, podría causar destrozos en nuestro entorno, pudiendo agredir a nuestros seres más queridos y, provocando en ellos, un rechazo absoluto hacia nuestra persona.
Lo más importante en estos casos suele ser identificar si esa persona existe en nuestro interior para, de la manera menos traumática, removerla de una vez por todas de nuestra vida. En el peor de los casos es posible que no consigamos removerla completamente de nuestra vida; pero sí podremos conocer cuáles son las cosas que la alimentan y evitarlas. De esta forma nuestra vida, y la de aquellas personas que nos rodean, será más completa.
Víctimas emocionales
viernes, 10 agosto, 2012
En alguna ocasión es posible que nos hayamos sentido atraídos por una persona a los pocos minutos de conocerla. Tal vez fuera su aspecto físico lo que nos atrajo inicialmente; o su conversación, la cual era nula si tenemos en cuenta que sólo hablaba yo; o tal vez su mirada seductora, la cual era tan electrizante que nos erizaba el pelo de todo el cuerpo; pero en cualquier caso, y sin tener muy claros los motivos, nos sentimos atraídos hacia esa persona de manera irremediable.
A partir de ese momento nuestra capacidad creativa aumenta de forma exponencial con el objeto de ayudarnos a encontrar alguna actividad en la que podamos coincidir de nuevo. Volver a quedar con los amigos para tomar una cerveza, salir a bailar a alguna discoteca de moda, una salida al campo… ¡cualquier cosa vale con tal de volver a verla!
Al llegar el siguiente encuentro nuestros corazones laten a un ritmo poco habitual. Desde el momento en el que se cruzan nuestras miradas comenzamos a buscar esa chispa, una chispa que, si salta, puede hacer que nuestros labios se encuentren al final de la velada.
Sin embargo, también es posible que la otra persona no esté del todo “emocionada” con nosotros. Es posible que la otra persona no esté disponible en ese momento porque, tal vez, tenga a otra persona en la cabeza; o quizás porque no quiera meterse en una nueva relación después de lo mal que acabó la última. Por tanto, el encuentro es frío, distante. En ese entorno difícilmente saltará ninguna chispa. Nos sentimos rechazados por la otra persona.
Este sentimiento de rechazo, el sentir que la persona por la que nos sentimos atraídos no tiene un sentimiento recíproco hacia nosotros, hace que nos convirtamos, de forma inconsciente, en víctimas de esa relación que nunca llegó a germinar. Nuestra sociedad, alentada tal vez por sus creencias católicas, fomenta que estas personas que no han llegado a ser amadas, se consideren víctimas de esta injusticia emocional. Pero ¿cuál es realmente la injusticia que hemos sufrido en nuestras carnes?
Tal vez la injusticia haya sido la propia realidad. Una realidad que en muchas ocasiones es cruel si no estamos preparados para ello. Una crueldad que debe ser endulzada de alguna forma por las personas que nos rodean para evitar que nos sintamos mal. Pero la realidad, nos guste o no, es que no podemos atraer a todas las personas que nos rodean. No podemos tener afinidad con todas ellas, aunque en ocasiones tengamos muchas cosas en común.
Por tanto, cuanto antes comencemos a asumir este hecho, que no podemos gustar a todas las personas por las que nos sentimos atraídos o interesados, antes dejaremos de sufrir. Un hecho que, además, puede darse en ambos sentidos, es decir, en ocasiones podemos estar nosotros en el otro lado, en el lado de la persona que no está interesada por la propuesta que le hacen.
Lo mejor para evitar ser víctimas emocionales es asumir la realidad. Y la realidad es que no todas las personas con las que nos topemos en esta vida, y por las que nos sintamos atraídos, van a estar interesadas en nosotros. También es importante dejar a un lado la fantasía en la que idiotizamos a la otra persona, en la que le decimos que no sabe lo que se va a perder por no estar con nosotros, en la que nos encumbramos a lo más alto y nos creemos el no va más; tan sólo como respuesta a nuestra rabia por haber sido relegados a un segundo lugar en su vida.
El aprender a gestionar nuestros sentimientos, nuestra rabia, nos puede ayudar a seguir con nuestra vida en un corto periodo de tiempo. Nos puede ayudar a ser el protagonista de nuestra vida, y no un actor secundario a expensas del guión que nos vaya escribiendo la otra persona.
Corazón de hielo
domingo, 10 junio, 2012
Julia era una mujer hermosa. Una mujer llena de vida a quien le gustaba disfrutar de las actividades al aire libre junto a sus amigos. Los hombres que la conocían quedaban prendados de su atractivo como mujer y de su energía como persona. Tal vez fuera esta la razón por la que, Roberto, un hombre algo mayor que ella con quien había compartido los dos últimos años de su vida, decidiera abandonarla de la noche a la mañana porque ya no era capaz de soportar los celos.
Ahora Julia se encontraba sola de nuevo, en su apartamento, sin nadie con quien poder comentar la película que en aquel momento ponían en la televisión. Pero la vida tenía que continuar, así que, en el momento del intermedio, Julia se levantó para ir a la cocina a por un vaso de agua. Mientras caminaba por el pasillo notó un dolor en el pecho que la hizo pararse unos segundos y reclinarse sobre la pared. Después de unos segundos prosiguió su camino hacia la cocina.
Al llegar a la cocina cogió un vaso y lo llenó de agua. Dio un sorbo y volvió a dejar el vaso en el fregadero. Al ir a apagar la luz notó de nuevo un pinchazo en su corazón; pero esta vez el dolor hizo que sus piernas no pudieran sostener su cuerpo y cayera de rodillas sobre los baldosines de la cocina.
Retorcida en el suelo Julia notaba cómo su corazón, ahora totalmente arrítmico, intentaba escapar de su caja torácica, haciendo, en el intento, que su dolor se triplicase cada segundo que pasaba. Así que, sin pensárselo dos veces, Julia acercó su mano a su pecho y comenzó a empujarla en un intento por alcanzar su corazón. Tras unos segundos haciendo fuerza su mano comenzó a hacerse paso entre la piel. Al cabo de un minuto sus dedos comenzaban a abrirse paso entre la musculatura y las costillas. El dolor era insoportable; pero sus dedos cada vez estaban más cerca de alcanzar ese músculo que tanto dolor le estaba provocando. Al cabo de unos quince minutos Julia había alcanzado su corazón. Lo rodeó con su mano y, sin pensárselo, se lo arrancó de cuajo de su pecho al tiempo que lanzaba un grito y perdía el conocimiento en el frío suelo de la cocina.
Julia abrió los ojos. Ya no tenía ese dolor en su pecho. Giró su cabeza y miró su ensangrentada mano derecha. Su corazón, aunque pareciera mentira, seguía latiendo. Se miró al pecho, y vio que lo tenía cicatrizado. Se levantó, sin perder de vista su corazón. Buscó un cuenco. Y depositó su corazón en él. Miró a todos lados y se preguntó dónde podría dejarlo para que no le pasara nada. La mejor opción parecía el congelador. Abrió la puerta y metió el recipiente que contenía tan vital órgano. Se duchó y se acostó.
Al día siguiente Julia se despertó pletórica de energía. Se levantó y se acercó al congelador para ver cómo estaba su corazón. El frío había hecho que el número de pulsaciones disminuyera, y algunas partes del mismo parecían haberse congelado ligeramente. Julia cerró la puerta y se fue al gimnasio.
Las personas con las que se fue encontrando la notaban diferente. Si bien tenía la misma energía que hacía un tiempo, la percibían algo más distante, más fría. A Julia le hacían gracia este tipo de comentarios, en especial porque ninguna de aquellas personas sabía que su corazón se encontraba en el congelador de su casa. Pero ella se sentía bien. Ya no le dolía el corazón.
Durante las semanas siguientes Julia mantuvo su corazón en el congelador. Cada noche abría la puerta para ver cómo se encontraba. Y cada noche observaba que estaba algo más congelado y que su ritmo era algo más lento. Sin embargo, ella se sentía cada vez mejor. De hecho había tenido algún encuentro casual con algún hombre y no había sentido nada. Estaba feliz. El tener el corazón en el congelador la permitía no sufrir por nadie, ser independiente y hacer todo aquello que quería en el momento que la apeteciera.
Después de tres meses, en plenas fiestas del barrio, Julia decidió sacar el corazón del congelador para ver cómo estaba. Abrió la puerta. Sacó el cajón. Buscó el recipiente que contenía su órgano. Y lo alcanzó con una de sus manos mientras con la otra iba cerrando el cajón y la puerta del congelador. Mientras caminaba hacia la mesa de la cocina, uno de los petardos que estaban lanzando por el patio de la casa explotó a pocos metros de la ventana de la cocina. El ruido que provocó hizo que Julia se asustara y soltara el cuenco que llevaba entre manos, cayendo al suelo y haciéndose añicos.
Julia miró desconsolada aquel desastre. No solo el cuenco se había roto en mil pedazos, sino también su corazón. La temperatura tan baja que había alcanzado después de tantos meses escondido en la oscuridad habían hecho que el corazón fuera tan frágil como un diamante. Julia había perdido su corazón. A partir de ese momento sería incapaz de volver a amar, de volver a sentir e incluso de volver a sufrir por nadie.
En ocasiones las personas intentamos protegernos del sufrimiento haciéndonos más fríos, eliminando cualquier rastro de emoción; pero muchas veces, cuando queremos recuperar de nuevo esos afectos porque hemos encontrado a una persona que nos interesa de verdad, somos incapaces de recuperar el calor y la flexibilidad de ese órganos tan fundamental en nuestras vidas, bien porque sigue congelado, o bien porque se nos ha caído y lo hemos roto al intentar recuperarlo.
Sufrir en ciertos momentos no es ni bueno ni malo, lo que tenemos que intentar es saber gestionar nuestro dolor y nuestras emociones para que seamos personas más completas y no perdamos ningún momento de esta vida.
Troceando elefantes
lunes, 7 marzo, 2011
Desde hace unos meses me ronda por la cabeza la idea de escribir un libro. Hace unas semanas tuve la oportunidad de hablar con un amigo, quien me animó a que lo escribiera y quien se ofreció a ayudarme en lo que necesitara. Estaba motivado y decidido a conseguir mi objetivo, por lo que comencé a preparar el plan de acción. A los pocos días tuve la ocasión de comentarle este tema a otra persona quien, ante el comentario de querer escribir un libro, me respondió: “eso es una gran responsabilidad y un gran esfuerzo, ¡un libro de 300 páginas!”.
Aunque durante la conversación que habíamos mantenido hasta el momento no se había mencionado la extensión del libro, al escuchar “300 páginas” el cielo se desplomó sobre mi cabeza. ¡300 páginas! – repetí en mi cabeza. Obviamente no estoy preparado para escribir algo tan extenso. Ni mis conocimientos sobre el tema son tan amplios ni mi experiencia es tan dilatada como para poder escribir algo tan extenso.
“¿Y si escribo algo más corto? – repliqué. ¿Y si empiezo escribiendo cincuenta páginas?” Cincuenta páginas parece algo más asequible. Además, a fecha de hoy tengo material para escribir esas cincuenta páginas. De hecho, me puedo comprometer y responsabilizar para sacar un borrador en un tiempo determinado. Parece que cincuenta es el número adecuado para empezar ¿quién ha dicho que un libro deba tener trescientas y no cincuenta páginas?
Obviamente este es un ejemplo que puede no darse todos los días, pero ¿cuántas veces se nos ha presentado un problema o un nuevo reto que nos ha parecido tan grande que no sabíamos por dónde agarrarlo, o por dónde comenzar? Y esto que parece que sólo nos puede ocurrir en el trabajo, también nos puede suceder en nuestras relaciones personales. Y claro, cuando algo nos sobrepasa… ¡se nos cae la moral a los pies!
En estos casos es importante recordar la famosa pregunta: ¿Cómo te comes un elefante? La respuesta más normal es: ¡imposible, es demasiado grande! Pero ¿qué ocurre si lo troceamos, podrías comerlo entonces? En ese caso las respuestas comienzan a cambiar: “Si, si el trozo es lo suficientemente pequeño como para que me quepa en la boca… ¡entonces si”
Efectivamente, si somos capaces de partir nuestros retos, o nuestros problemas, en trozos lo suficientemente pequeños como para que podamos ingerirlos sin atragantarnos, entonces seremos capaces de comernos el mundo entero.
En estos casos también es importante tener en cuenta nuestras habilidades, ya que en función de la destreza que tengamos con ellas, seremos capaces de realizar las tareas de forma más rápida y eficaz, es decir, podremos comernos trozos más grandes del elefante.
No importa lo grande que sea el asunto que tenemos entre manos, si somos capaces de cortarlo en pedazos pequeños, nos resultará más sencillo llevar a cabo la tarea sin que nos desmoralicemos.
¿Cuál es el reto que has dejado aparcado porque te parecía imposible llevar a cabo sin trocearlo?
Dependencias emocionales
viernes, 25 febrero, 2011
Desde que somos pequeños nos han educado con la única idea de que fuéramos independientes cuando llegáramos a la edad adulta. Ahora podemos mirar a nuestro alrededor y afirmar orgullosos que lo hemos conseguido. El trabajo que tenemos nos permite pagar la casa en la que vivimos, los viajes que hacemos durante nuestras vacaciones, los colegios de los niños y hasta alguna que otra cena con los amigos los fines de semana. Sin embargo, es posible que a nivel emocional todavía dependamos de aquellas personas con las que mantenemos relaciones más íntimas.
Los seres humanos necesitamos relacionarnos los unos con los otros, y es en estas interrelaciones que podemos mostrar en mayor o menor grado alguna de nuestras emociones básicas: rabia, tristeza, miedo, alegría o afecto. En función de nuestro estado anímico, estas emociones nos pueden anclar de alguna forma a nuestro interlocutor, impidiendo de esta forma que seamos capaces de modificar una situación que nos está deteriorando.
Efectivamente, existen momentos en que las personas debemos “tomar al toro por los cuernos” y no lo hacemos. En vez de ponernos manos a la obra para solucionar el problema, comenzamos a listar toda una retahíla de excusas para no hacer nada, para quedarnos donde estamos. Uno de los casos más típicos que nos podemos encontrar es el de la persona que, aún estando mal con otra, no termina de separarse de ella.
De todos es conocida la dependencia económica que existe entre un hijo y sus padres, o entre una mujer con unos ingresos insuficientes y su pareja. En ambos casos el dinero es importante, y cualquier decisión que se tome se puede hacer teniendo en cuenta la ayuda que se necesita para mantener el estilo de vida que se llevaba hasta el momento.
Un hijo puede realizar algunas tareas que no son de su agrado dentro de casa para que sus padres le compensen con unos pequeños ingresos que le permitirán salir el fin de semana con sus amigos. Incluso dentro de su fantasía, puede que elija hacer un curso en vez de otro porque cree que sus padres estarán más contentos con esa decisión que con la que él realmente tiene en mente.
De igual manera una mujer cuyos ingresos no le proporcionan dinero suficiente para pagar los colegios de sus hijos, el alquiler de una casa, y todos los gastos que acarrea vivir sola, seguirá dependiendo de su marido y, por tanto, las decisiones que tome estarán basadas en la ayuda monetaria que espera recibir en función de lo que la otra persona estime que es más conveniente para su familia.
Lo dicho hasta ahora es del todo razonable y puede ser entendido por la mayoría de nosotros. Sin embargo, cuando el tema económico no está de por medio las cosas no son tan sencillas de comprender. Las personas se extrañan cuando una pareja sigue junta aún cuando ésta parece estar todo el día discutiendo por cualquier cosa.
Es entonces cuando nos preguntamos ¿por qué no lo dejan? ¿por qué no rompen su relación de una vez por todas y viven más felices los dos? El tiempo que pasamos con otra persona hace que se establezcan ciertos vínculos y que compartamos con ella ciertas emociones que es difícil romper de la noche a la mañana. Nuestras emociones y nuestros sentimientos se van haciendo más complejos cuanto más tiempo pasamos con la persona que amamos. Si a esto le añadimos nuestras carencias afectivas, nuestras fantasías y nuestros complejos, entonces puede que nos resulte más sencillo comprender a esas personas que se bloquean a la hora de romper una relación, a la hora de tomar una decisión aparentemente sencilla para nosotros.
Antes de criticar a una persona por posponer sus decisiones, o por su falta de carácter frente a un incidente, es importante que nos pongamos en sus zapatos, que analicemos todas las implicaciones que para ella tiene esa relación, las carencias afectivas y emocionales de la persona, y cómo el romper con su pasado la puede afectar en un momento concreto de su vida en el que puede sentirse más vulnerable.
¿Qué dependencias emocionales tienes tú actualmente que te impiden dar ese paso tan importante para rehacer tu vida?
Suicidio profesional
martes, 12 octubre, 2010
No cabe duda de que en algunos entornos laborales podemos toparnos con algún mando que nos puede agredir verbalmente y que nos puede humillar delante de nuestros compañeros haciendo que nuestra vida sea un verdadero infierno. Este tipo de personajes hacen que nuestro corazón se acelere cada vez que están a menos de cinco metros de nosotros, que nuestra presión arterial suba hasta límites que pueden provocar un infarto de miocardio o un derrame cerebral, e incluso son capaces de desarrollar nuestra imaginación hasta el punto de que somos capaces de fantasear con situaciones que hasta entonces nos parecían propias de una película de terror.
Por mucho que este tipo de personas nos humillen y nos lleven hasta límites insospechados, la mayoría de las veces no hacemos ni decimos nada por miedo a perder nuestro puesto de trabajo. Por lo tanto, nuestro sentimiento de rabia y odio hacia dicha persona sigue aumentando de manera exponencial. Con el transcurso del tiempo es posible que estallemos, arruinando la carrera profesional que veníamos labrando hasta el momento.
Es posible diferenciar dos tipos de personas que pueden tener este tipo de explosiones emocionales. Por un lado están los que llamaremos los suicidas, masoquistas que no dudan en lanzar al aire todo tipo de comentarios con el único fin de ser despedidos. Lo único que desean estas personas es ser castigadas por su superior, porque en el fondo gozan siendo maltratadas por la otra persona. A estas personas no les importa las consecuencias que sus acciones puedan tener sobre su carrera profesional.
En el lado opuesto están las personas a quienes les importa su carrera profesional pero quienes han ido acumulando una carga emocional de tal magnitud que tiende a explotar en el momento más inoportuno, arruinando de esta forma todo lo creado hasta el momento. Estas personas no gozan con la humillación, sino que desean el respeto de sus compañeros y superiores, pero es la ausencia de autoestima en ellas lo que las lleva a este punto de no retorno.
Si bien las primeras son kamikazes que arriesgan de forma temeraria su carrera profesional, y poco puede hacerse por ellas, las segundas pueden salvarse de la quema si desarrollan su habilidad para gestionar sus emociones, si desarrollan su autoestima y comienzan a quererse un poco más a sí mismas. Un coach puede ser una ayuda muy positiva en estos casos, ya que puede ayudar a desarrollar la gestión de sus emociones al tiempo que refuerza y eleva la autoestima de la persona a través de la utilización de herramientas que aceleran el proceso.
La armadura
martes, 23 marzo, 2010
Desde el periodo egipcio, hace más de 5.000 años, hasta el siglo XVII, en el que se perfeccionaron las armas de fuego, los ejércitos protegían el cuerpo de los combatientes que salían a luchar en el campo de batalla con vestiduras compuestas por piezas metálicas o de cuero. Hoy en día las batallas se libran en las oficinas de grandes multinacionales, en los despachos de abogados o en las salas de reuniones de cualquier empresa y, aunque ninguna de las partes alza en alto una espada, seguimos protegiendo nuestro cuerpo con armaduras que eviten que nos lesionen.
Una de las armaduras más típicas que encontramos en nuestros días son los elegantes y caros trajes de lana virgen. Esta prenda de vestir parece ser el armazón de los ejecutivos, que junto con sus maletines de cuero y sus decenas de aparatos electrónicos de última generación conforman el conjunto de piezas que les da sostén y les protege.
Estos soldados de Armani parecen cambiar su comportamiento normal al de combate al anudarse la corbata o abotonarse la chaqueta, como si de un resorte automático se tratara, modificando así la percepción de las personas que tienen a su alrededor con su imagen de frialdad y egocentrismo que, al fin y al cabo, sólo pretende protegerlos de las agresiones externas.
Así, en nuestro día a día nos encontramos con personas que se jactan ante sus semejantes de decisiones que han tomado con sus empleados, decisiones en algunos casos vergonzosas, y que parecen seguir la filosofía de «la mejor defensa es un buen ataque«, lo cual les otorga una falsa sensación de poder y de satisfacción temporal.
De igual manera uno se puede encontrar con personas que intentan «sacar hasta la última gota de sangre» de sus empleados utilizando para ello métodos similares a los de Clint Eastwood en la película «el sargento de hierro«. Estos métodos, que pueden salvar la vida de un combatiente en una situación bélica real, no tienen ningún sentido en un entorno de trabajo. No obstante toda esta dureza y crueldad muchas veces confirma el desconocimiento que tienen algunas personas para gestionar sus propias emociones y algunas creencias obsoletas del tipo «cuanto peor trate a mis empleados, mejor jefe soy» o «cuanto más miedo me tengan, más respeto me tendrán«.
Asimismo podemos tropezar con personas cuya comunicación no verbal se modifica de forma drástica cuando se enfundan la cota de lana virgen cada mañana. Esta comunicación no verbal aleja de manera sutil y sin apenas mediar palabra a las personas que se acercan, aunque vengan de forma pacífica y no tengan intención de atacar su fortaleza.
Las razones por las que cada persona actúa de una forma u otra son diversas, pero hay que tener en cuenta que las personas tenemos tendencia a protegernos cuando nos sentimos agredidos o cuando sentimos miedo ante las cosas, ya tengan estos un carácter racional o irracional.
Dentro del plano profesional estas agresiones pueden darse cuando tenemos la creencia de que debemos enfrentarnos a nuestros superiores, o que debemos defendernos de nuestros subordinados. No son pocas las ocasiones en las que podemos escuchar «debo defender mi posición» o «debo defender lo que han dicho mis jefes frente a los demás«.
Este enfrentamiento continuo supone un desgaste muy importante para la persona, en especial para aquellas que no tienen las herramientas necesarias para gestionar de forma más apropiada y eficaz estas situaciones. En algunos casos podemos ver que esta lucha con el superior puede venir ocasionada por una carencia infantil de reconocimiento paterno, un reconocimiento que ahora buscamos de forma inconsciente en nuestros superiores. Así, cuando no reconocen las ideas que he propuesto y, en general, no me reconocen como persona, comienza el enfrentamiento. Esta lucha puede ocasionar en más de una ocasión tensión entre las partes y, en el peor de los casos, terminar con un «me han despedido«.
Por ello es importante buscar esos miedos irracionales que hacen que cada uno de nosotros nos enfundemos cada mañana esa pesada armadura. Según nos enfrentemos a ellos seremos capaces de hacerlos desaparecer y, por ende, ir quitando capas de ese pesado armazón de acero que nos permitirá movernos con más libertad, ahorrando una energía que podremos utilizar para gozar de la compañía de nuestros seres queridos al terminar el día.
La gota que colma el vaso
miércoles, 23 diciembre, 2009
Las razones por las que una persona puede tener una explosión emocional a lo largo del día pueden ser muy variadas, desde un comentario, un roce, una mirada, hasta el dejar un vaso en cualquier lugar que no sea el propio lavaplatos. En ocasiones, las personas a las que manifestamos violentamente nuestras emociones no suelen ser aquellas con las que realmente estamos enfadados, sino gente cercana como nuestros hijos, pareja e incluso subordinados que poco o nada tienen que ver con el asunto real de nuestro malestar.
Una de las alternativas para evitar este tipo de estallidos es desarrollar aquellas características que nos permitan aumentar nuestra paciencia, como puede ser la comprensión, la empatía o la flexibilidad. El desarrollo de estos comportamientos puede permitirnos minimizar la presión interna de rabia y frustración, o mejorar la flexibilidad y resistencia de las paredes que contienen esa furia o dolor. Eso si, en el momento en el que esos muros de contención alcancen su punto máximo de elasticidad, o aparezcan rastros de fatiga en ellos, la detonación que se producirá puede ser similar a la de una supernova.
Otra de las alternativas para evitar esta explosión incontrolada puede ser la técnica utilizada por los artificieros, es decir, una detonación controlada. Estas detonaciones controladas tienen como ventaja que no son tan destructivas como las anteriores ya que tienen lugar bajo estricta supervisión de especialistas que intentarán por todos los medios minimizar las bajas humanas y materiales.
En el ser humano esto se podría asemejar a pequeños fugas que ayudan a disminuir la presión, la rabia o la frustración. Tal vez una de las formas más conocidas de este tipo de fugas de presión sean los vómitos psicológico. Estos vómitos nos ayudan a rebajar la tensión y los solemos tener puntualmente con amigos de confianza sobre temas concretos: como los ñoños, la mujer, el trabajo o incluso otro amigo que tenemos en común. El inconveniente puede venir cuando en un momento de estrés no encontramos a esa persona de apoyo, o ni siquiera tenemos una persona a la que confiar nuestras intimidades. Entonces debemos recurrir a alguna otra alternativa que minimice la presión que se acumula en nuestro interior.
Por último, la alternativa que requiere de un mayor desarrollo personal es: la gestión emocional. Cuando sabemos gestionar nuestras emociones somos capaces de hacer partícipe a la otra persona de nuestros sentimientos en el grado y momento apropiados. Esto evita que aparezcan sentimientos de rabia, o frustración, que posteriormente podemos utilizar contra alguien inocente, al tiempo que aumentamos nuestra paz interior, comunicación y confianza con la otra persona.
Para saber gestionar nuestras emociones es conveniente comenzar por tener en cuenta cuáles son nuestros límites. Para ello puede servirnos de ayuda conocer quienes son las personas que nos pueden sacar de quicio, cuándo nos pueden poner de los nervios, dónde ocurre más a menudo y cómo me siento cuando esto ocurre, para de esta forma crear una serie de alarmas que me avisen de que voy por el mal camino en la gestión de mis emociones.
Por tanto, y aunque se podría decir que hay una manera óptima de proceder en estos casos, cada persona podrá gestionar sus emociones en el mismo grado que tenga desarrollada la gestión de sus propias emociones. Por eso es de vital importancia recordar que el expresar nuestros sentimientos de forma explosiva no siempre tiene como resultado el efecto esperado. En el mejor de los casos el efecto puede ser puntual y cortoplazista, mientras que en el largo plazo nos puede suponer una carga para nuestro desarrollo personal o profesional y, por tanto, en la consecución de nuestros objetivos. Además hay que tener en cuenta que el conocernos más nos permitirá gestionar nuestros sentimientos mejor y de esta forma seremos capaces de vivir más calmados y felices.
En definitiva, la buena noticia es que podemos decir las cosas, para lo cual debemos aprender a gestionar nuestras emociones, bien solos o con la ayuda de alguien. Con el tiempo podremos llegar a ser verdaderos maestros de este arte, lo cual nos permitirá salir fortalecidos en nuestras relaciones y progresar como personas y profesionales.