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Troceando elefantes
lunes, 7 marzo, 2011
Desde hace unos meses me ronda por la cabeza la idea de escribir un libro. Hace unas semanas tuve la oportunidad de hablar con un amigo, quien me animó a que lo escribiera y quien se ofreció a ayudarme en lo que necesitara. Estaba motivado y decidido a conseguir mi objetivo, por lo que comencé a preparar el plan de acción. A los pocos días tuve la ocasión de comentarle este tema a otra persona quien, ante el comentario de querer escribir un libro, me respondió: “eso es una gran responsabilidad y un gran esfuerzo, ¡un libro de 300 páginas!”.
Aunque durante la conversación que habíamos mantenido hasta el momento no se había mencionado la extensión del libro, al escuchar “300 páginas” el cielo se desplomó sobre mi cabeza. ¡300 páginas! – repetí en mi cabeza. Obviamente no estoy preparado para escribir algo tan extenso. Ni mis conocimientos sobre el tema son tan amplios ni mi experiencia es tan dilatada como para poder escribir algo tan extenso.
“¿Y si escribo algo más corto? – repliqué. ¿Y si empiezo escribiendo cincuenta páginas?” Cincuenta páginas parece algo más asequible. Además, a fecha de hoy tengo material para escribir esas cincuenta páginas. De hecho, me puedo comprometer y responsabilizar para sacar un borrador en un tiempo determinado. Parece que cincuenta es el número adecuado para empezar ¿quién ha dicho que un libro deba tener trescientas y no cincuenta páginas?
Obviamente este es un ejemplo que puede no darse todos los días, pero ¿cuántas veces se nos ha presentado un problema o un nuevo reto que nos ha parecido tan grande que no sabíamos por dónde agarrarlo, o por dónde comenzar? Y esto que parece que sólo nos puede ocurrir en el trabajo, también nos puede suceder en nuestras relaciones personales. Y claro, cuando algo nos sobrepasa… ¡se nos cae la moral a los pies!
En estos casos es importante recordar la famosa pregunta: ¿Cómo te comes un elefante? La respuesta más normal es: ¡imposible, es demasiado grande! Pero ¿qué ocurre si lo troceamos, podrías comerlo entonces? En ese caso las respuestas comienzan a cambiar: “Si, si el trozo es lo suficientemente pequeño como para que me quepa en la boca… ¡entonces si”
Efectivamente, si somos capaces de partir nuestros retos, o nuestros problemas, en trozos lo suficientemente pequeños como para que podamos ingerirlos sin atragantarnos, entonces seremos capaces de comernos el mundo entero.
En estos casos también es importante tener en cuenta nuestras habilidades, ya que en función de la destreza que tengamos con ellas, seremos capaces de realizar las tareas de forma más rápida y eficaz, es decir, podremos comernos trozos más grandes del elefante.
No importa lo grande que sea el asunto que tenemos entre manos, si somos capaces de cortarlo en pedazos pequeños, nos resultará más sencillo llevar a cabo la tarea sin que nos desmoralicemos.
¿Cuál es el reto que has dejado aparcado porque te parecía imposible llevar a cabo sin trocearlo?
Cómo conversar de forma natural
martes, 23 septiembre, 2008
Hace tiempo tuve el placer de trabajar con una persona cuyos conocimientos sobre su trabajo eran excepcionales. Conocía todo lo que debía conocerse sobre el tema en cuestión: las tareas a realizar, los tiempos para cada tarea, el equipo necesario, los riesgos que podían encontrarse, etc. Era lo que el cliente podría llamar un «buen profesional«. Sin embargo el cliente comenzó a tener sus dudas al respecto de este profesional.
¿Qué hacía que esta persona no diese esa imagen de buen profesional al cliente? ¿Dónde estaba su debilidad? Técnicamente era una persona brillante, y por tanto podía resolver cualquier duda que se le presentara. En las conversaciones de tú a tú también se manejaba con soltura. Entonces ¿dónde aparecían las dudas del cliente con respecto a esta persona?
Su debilidad estaba en las presentaciones al Comité de Dirección. En ese momento, al verse frente a más de una docena de altos cargos, toda la seguridad con la que había entrado a la sala parecía desvanecerse de un plumazo. Al hablar su voz no daba muestras de seguridad, carraspeaba la garganta cada dos por tres y su mirada estaba perdida. Esto hacía que cualquier cosa que dijera se pusiera en tela de juicio, ya que no daba la seguridad que un comité de Dirección puede esperar de una persona.
¿Cómo se puede mantener una reunión hablando de forma segura y natural? El ejercicio propuesto para este caso fue el siguiente:
- Cierra los ojos y crea una imagen de esa reunión con el Comité de Dirección. Pon a las personas que van a acudir a ella, cómo van vestidas, dónde se sientan, cómo te miran, cómo te sientes. Esta es la imagen que quieres que desaparezca de tu mente. Observa dónde se encuentra la imagen en tu mente.
- Ahora visualiza un grupo de personas con las que te sientas familiarizado y a gusto, alguien con quien te sientas cómodo hablando. ¿Cómo visten, cómo hablan, cómo te miran, cómo te sientes? Así es como te quieres sentir en las reuniones del Comité. Esta es la imagen de cómo te quieres sentir. Pon esta imagen en un pequeño cuadrado en la parte inferior derecha de la imagen anterior -como en un televisor cuando estas haciendo zapping con el canal principal de fondo.
- Ahora coge la imagen pequeña con tu mano mental y tráela al frente rápidamente, haciendo que la imagen que te hace sentir mal se rompa en mil pedazos y la nueva se haga más brillante y colorida en tu mente, siendo ahora el «canal principal».
- Abre tus ojos. Vuelve a cerrarlos. Vuelve a hacer zapping. Trae la imagen pequeña de nuevo al frente, rompiendo la antigua en mil pedazos.
- Repite el punto 4 diez veces más.
Al final, cada vez que pienses en la reunión con el Comité, la imagen que te vendrá a la cabeza es la de una reunión con aquellas personas con las que te sientes bien, permitiéndote que puedas hablar con confianza frente al Comité, la chica que te gusta o el jefe al que le quieres pedir el aumento.