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Hoy tampoco me puedo levantar
lunes, 1 septiembre, 2008
La vuelta al trabajo se puede convertir en una rutina, en algo monótono, en un problema que impide que muchas personas se levanten con la energía que tienen y con la que podrían hacer grandes cosas para la sociedad.
La falta de objetivos profesionales, la ausencia de retos que nos desafíen en nuestro día a día hacen que la vuelta al trabajo suponga una «crisis postvacacional» de la que nos puede costar salir. Esta falta de motivación hace que todo lo que sucede a nuestro alrededor sea captado como algo negativo y no nos permita vivir la vida plenamente.
Por ello, es importante tener unos objetivos profesionales claros, un plan para conseguirlos y un espíritu de cambio para que nuestra vida no se quede «donde está«, sino que avance hacia «donde quiero estar«. Tal vez sea el momento de buscar a ese profesional que me permita alcanzar mis objetivos en menos tiempo, evitando así muchos problemas que el futuro me puede deparar si sigo en esta línea.
De no ser así nos podríamos encontrar en una situación similar a la de nuestro protagonista:
«De fondo parece escucharse la canción «Living my religion» de R.E.M. Y ahora «Like a virgin«, de Madonna. ¿Por qué se escucha cada vez más fuerte? ¿Qué ocurre? ¡Maldita sea, es el despertador! Lanzo mi mano hacia la mesilla de noche donde está el radio-despertador para apagarlo, al tiempo que me giro ligeramente y abro un ojo para ver la hora que marca. ¡Las 7:10! ¡si ni siquiera están puestas las calles a esta hora!
Respiro profundamente con la intención de oxigenar las pocas neuronas que están activas a estas horas mientras noto como mi cuerpo me pide quedarme un rato más en la cama, posiblemente debido al viajecito que tuve ayer ¡Seis horas! Un trayecto que se puede hacer en dos horas y media sin sobrepasar el límite de velocidad… ¡seis malditas horas encerrado en el coche! Y lo peor de todo no es eso, no. Es que además ahora tengo metida en mi cabeza la maldita música de los niños. Es normal, es la música o los chillidos estridentes de los enanos. Al final fue la música, aunque no consiguiera que se estuviesen quietos. Y mira que los sujeté bien a sus sillas ergonómicas según dicta la ley ¿y los bozales, para cuándo señor ministro? Menos mal que la película de «La sirenita» y «En busca de Nemo» los mantuvieron hipnotizados durante un rato ¡gracias Walt!
Aunque lo mejor de todo fue cuando se escapó el hamster al parar para descansar en el área de servicio. Claro, sólo a una cría de cinco años se le ocurre darle el biberón al pobre bicho para saciar su sed «Papá, es que llevaba mucho tiempo haciendo ejercicio y con el calor que hace tenía sed«. Con lo sencillo que hubiera sido proporcionarle el líquido elemento en su recipiente. Además, de saber que estaba ejercitando sus músculos en esa rueda sinfín lo podría haber conectado al coche para ahorrar combustible, porque la velocidad iba a ser muy parecida a la que llevamos en algunos momentos del trayecto.
Y claro, mientras la pequeña bola de pelos correteaba entre las maletas el perro no dejaba de ladrar como diciendo ¡está aquí inútiles! ¡Dejadme a mi, que lo cojo! ¡Pero dejadme salir de esta caja, que sé dónde está, lo puedo oler! Mientras tanto mi hijo, en su afán por demostrar que a los siete años, y tras la visualización de varios capítulos de «El encantador de perros» uno ya tiene autoridad suficiente como para dominar al perro, no paraba de decirle al pobre can ¡caya Homer! ¡Te he dicho que no ladrés más! ¡Homer, que te cayes he dicho! ¡Pues a César le sale, así que cállate te digo!
Al final conseguimos meter en su jaula al pequeño bicho, pero la historia no termina aquí, no. Al llegar a casa comienza el proceso de sacar las maletas y las cajas del coche. Obviamente no hay nada tan fácil, a menos claro, que tu hija no encuentre a su muñeca favorita y se pase un buen rato subiendo y bajando del coche, metiéndose entre las maletas, entre tus piernas y, después de haber molestado un buen rato, por fin la encuentra. Una pena que la encontrara dentro de la caja del perro toda mordida y babeada ¡Menuda tragedia! ¡Qué estruendo! ¡Qué capacidad pulmonar! Creo que los gritos los pudieron escuchar en Australia. ¿Pero cómo llegó ahí la maldita rubia? Todas la miradas fueron de inmediato hacia mi hijo, quien con cara de no haber roto un plato dijo «¿y cómo querías que callara a Homer?«
Después llegó la hora de deshacer las maletas, salvo la de la pequeña, que esa ya venía deshecha desde que la hizo ella solita para demostrar que era toda una mujercita. Aunque la de mi hijo tampoco se puede decir que fuera una maleta. Más bien era un zoo, con cientos de cajitas, jaulas y tarros de cristal llenos de agua donde había guardado todo bicho viviente que había encontrado durante estos últimos días. Porque lo que ahora quiere ser de mayor es otro David Attenborough. Hasta ha hecho un pequeño documental que muestra cómo se comen un Chupa Chups un montón de horimigas -desafortunadamente sobre el vídeo que hicimos mi mujer y yo en nuestras últimas vacaciones en Venecia.
La hora del baño no fue menos interesante. La pequeña quería bañarse con su hamster para quitarle el chorretón de mermelada que había derramado sobre él minutos antes. Eso sí, el baño tenía que ser con las bermuditas que la abuela, en un alarde de creatividad, confeccionó para tan pequeña bola peluda durante las vacaciones. Menos mal que Tommy se duchó rápidamente y no dio apenas guerra. Bueno, guerra no dio, pero la montó sobre su cama cuando se le cayó el bote de hormigas al intentar investigar qué pasaría si metía un escarabajo con un par de gotas de miel sobre su caparazón de quitina dentro del bote de hormigas que llevaban sin comer un par de días. ¡Menos mal que quedaba un poco de insecticida! Aunque hubo bajas dentro del bando de las hormigas, se pudieron salvar las que todavía estaban en el bote y, eso sí, el pobre escarabajo que todavía no sabía lo que estaba pasando y por qué estaba todo pringoso.
Después del cuento de rigor, arropar a todo el mundo -hasta el hamster, quien desde hacía unos días dormía con un pequeño edredón confeccionado, como no, por la creativa abuela- el beso de buenas noches y dar el paseo al pobre Homer que todavía estaba enfadado por no haberle dejado atrapar a la bola con patas en el área de servicio, pude abrazar a mi mujer y caer rendido sin poder darla las buenas noches y sin agradecerla su inestimable ayuda y paciencia -tanto con los niños como conmigo.
Y ahora vuelve a sonar el despertador, lo que quiere decir que hay que volver al trabajo, a afeitarme todos los días, a ponerme el traje y la corbata aunque en el exterior de los edificios haga una temperatura que supera los 30º Celsius, a sufrir los atascos de la gran ciudad y los empujones del metro a primera hora de la mañana, a ver esas caras largas y esa actitud crispada que parece dar la gran ciudad a todas las personas que entran en ella, a aguantar al jefe -quien mejor haría prestando un poco más de atención a su mujer y sus hijos para evitar que le estén llamando continuamente al trabajo buscando algo de atención, crispandole aún más-, a intentar comprender al cliente -quien ve peligrar su puesto de trabajo si el proyecto no sale bien y cada día que pasa está más y más nervioso, en especial porque la crisis está haciendo que su empresa comience a recortar puestos de trabajo-. En fin, a seguir con la monotonía del trabajo que no ayuda en absoluto a que mis pies quieran tocar el suelo para ponerme en pie y comenzar el día.»