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El velero
sábado, 6 enero, 2018
Belén y Pedro eran una pareja a quienes les encantaba el mar. Era tal su pasión por el mar, que durante muchos años estuvieron ahorrando para comprarse un pequeño velero de 12 metros de eslora que habían botado a la mar hacía poco menos de un año.
Durante todo este tiempo Belén y Pedro habían tenido ocasión de hacer numerosos viajes. Viajes que les habían permitido descubrir nuevos lugares y nueva gente. Pero lugares que ambos querían descubrir o que, por algún casual, descubrieron juntos al virar junto a un cabo donde nunca habían estado.
Lo bueno que tenían Belén y Pedro era que, siempre que se subían a su velero, tenían un mismo objetivo. No importaba quién estuviera al timón, el otro estaba tranquilo, porque sabía que el destino de los dos era el mismo; y ninguno de ellos iba a poner en riesgo la embarcación ni el futuro que juntos querían alcanzar.
Un fin de semana, Belén invitó a Carmen y su marido a dar una vuelta por las islas de alrededor. La nueva pareja estaba encantada con esta pequeña aventura de fin de semana que sus amigos les habían ofrecido; por lo que prepararon todos sus bártulos y se acercaron al puerto deportivo desde el que tenían que partir junto a sus amigos el viernes después del trabajo.
Allí estaban los cuatro, subidos en aquel precioso velero, con una meteorología que acompañaba a iniciar esa travesía de fin de semana. Pedro quitó las amarras mientras Belén hacía los primeros virajes para salir del puerto. Carmen y su marido, Roberto, observaban atónitos cómo el resto de embarcaciones les saludaban al pasar junto a ellos, cómo las gaviotas revoloteaban por encima de ellos y cómo, al alejarse de la costa, los delfines comenzaban a saltar junto a la proa.
Ya en alta mar, Belén dejó el timón a Pedro para ella poder descansar un poco. Pedro salió de la cocina, donde había estado preparando el aperitivo y la cena y se puso al mando de la nave. Belén le dio un beso al hacer el cambio de timonel y bajó a la cocina para terminar de preparar la cena y charlar un rato con su amiga.
Pasaron unas cuantas horas antes de que el sol comenzara a ponerse por el horizonte y el velero, con todos sus integrantes, llegaran a su primer destino, una pequeña isla donde fondearon para cenar y pasar la noche al refugio de las olas y el viento que rolaba del Norte con fuerza dos.
Al día siguiente, y puesto que ya estaban en alta mar, Belén propuso a Carmen y Roberto que tomaran el timón para llevarlos hacia la siguiente isla que no estaba más allá de unas veinte millas marinas. Belén y Roberto estaban entusiasmados… ¡llevar una embarcación! ¡Qué alegría!
Carmen fue la primera en poner las manos sobre aquel timón que los llevaría hacia su destino. Belén, ante el desconocimiento náutico que tenía su amiga, le dijo: «Apunta hacia aquella montaña que se ve en el horizonte».
Mientras Belén y Pedro se hacían cargo de las velas y cualquier tema un poco más técnico, Roberto estaba al lado de su mujer, haciendo presión psicológica para que ésta le dejara los mandos de la nave lo antes posible. Y no sólo eso, sino que cada pocos minutos le decía a su pareja: «Ten cuidado, te estás desviando», «Belén, nos estamos parando», «Belén, no vas bien».
Todos estos comentarios hicieron que Belén soltara el timón y le cediera el puesto de capitán del navío a su marido. Roberto, orgulloso de poder tener el control de tan magnífica nave, comenzó a hacer todo aquello que su mujer no había realizado durante el tiempo que había estado capitaneando la nave.
A los pocos minutos, y siguiendo el mismo protocolo de su marido, Belén comenzó a increparle, indicando lo mal que llevaba el velero, diciendo lo escorados que iban, apresurándose a indicar los riesgos que tenía delante o a un lado del velero.
Mientras tanto, Belén y Pedro veían que aquella pareja los estaba alejando de su destino y, aunque estaban todavía en alta mar y no había naves en el horizonte, podría poner en peligro su nave y sus vidas si alguno de los dos perdía los nervios cerca de la costa; por lo que optaron por hablar con ellos y reconducir la situación.
Por norma general las parejas suelen compartir sus sueños, sueños que les harán ser más felices el uno con el otro. Cuando uno comparte estos sueños con la otra persona, no importa quién de los dos lleve el timón de la embarcación, porque existe la confianza de que, tanto el uno como el otro, llevará el velero al puerto de destino.
Sin embargo, cuando los sueños de una pareja no son los mismos, cuando no existe una relación de confianza, entonces cada uno querrá llevar el velero hacia el puerto que más le convenga.
Es en este momento, cuando una de las dos partes percibe este malestar, esa desconfianza, esa desalineación de los sueños y los objetivos comunes, que se debe acudir a un profesional para que éste nos ayude a reconducir nuestra relación porque, aunque parezca que está todo perdido, puede que sea debido a los malentendidos provocados por una mala comunicación en el seno de la pareja.
Qué quiere ella
jueves, 25 marzo, 2010
La miras. La sonríes. Te acercas a ella. Hablas con ella. Quedas para otro día. Y otro. Y otro. Y de pronto, un día, como por arte de magia, te das cuenta de que has comenzado una nueva relación de pareja. Sin embargo, después de varios meses con esa persona aparecen en tu cabeza frases como «no hay quién la entienda«, «nunca los comprenderé«, «no podemos vivir sin ellas, ni con ellas«, «pueden pasar más de mil años y aún así no sé lo que quieres«.
Si una persona no tiene interés por saber lo que quiere su pareja, una de las alternativas es vivir sola. Ser soltero es una opción de vida que nos permite la sociedad actual sin ser tachado de bicho raro, de solterona o de amargado. La persona soltera opta por no compartir su vida con nadie o, cuando lo hace, es para realizar actividades de ocio con otras personas con los mismos intereses, o incluso para satisfacer sus necesidades fisiológicas con personas que tampoco quieren ningún compromiso a corto plazo. De esta forma el soltero se convierte en una persona sin responsabilidades ni ataduras. Un ser libre. Una forma de vida que puede ser muy apetecible para algunos, pero que al mismo tiempo tiene sus desventajas emocionales, como puede ser el llegar a una casa vacía donde lo único que te espera es el silencio.
Otra de las alternativas que puede permitirnos comprender mejor a nuestra pareja es tener una del mismo sexo. Hoy en día pocas personas se asustan cuando escuchan la palabra «gay» u «homosexual«, y no es raro encontrarse con personas que tienen más de un amigo o conocido «gay» en alguno de sus grupos de contacto más habituales. El tener una pareja del mismo sexo es una opción que puede ser percibida por algunas personas como de mayor sintonía, ya que al ser del mismo sexo nos pueden gustar las mismas cosas y tener un pensamiento más similar y acorde con el nuestro, evitando así malentendidos entre ambas partes.
En cualquier caso, tanto si estamos solteros como si tenemos una pareja heterosexual u homosexual, hay que tener en cuenta que no todas las personas tienen la misma facilidad para comunicarse con sus semejantes. Incluso cuando se comunican, pueden emitir mensajes contradictorios, dificultando y confundiendo al receptor.
También hay que tener en cuenta que si a una persona le puede costar responder a la pregunta ¿qué es lo que quiero? no es raro que le cueste aún más responder a la pregunta ¿qué es lo que quiere mi pareja?
El objeto de realizar esta pregunta no es ser una persona sumisa que hace todo lo que quiere su cónyuge, sino que nos permite identificar los intereses de la otra persona y alinearlos con los míos para conseguir un objetivo común: ser felices. Inconscientemente esto nos facilita el poder realizar preguntas abiertas y desarrollar la escucha activa poniendo de relevancia la comunicación basada en intereses y no en las posiciones de cada parte.
La lección que podemos aprender de todo esto es que mientras en el último cuarto del siglo XX se asentaron en nuestro país las bases para la igualdad entre hombres y mujeres; se aceptaron los mismos derechos para ambos sexos ante la ley; se allanó el acceso de la mujer a los puestos de trabajo garantizando así su independencia económica; y se derrumbaron algunas creencias que consideraban a las mujeres solteras o divorciadas como bichos raros, madres malvadas o indignas esposas; la comunicación entre ambos sexos no ha sufrió la misma evolución.
Está ahora en nosotros el cambiar y mejorar la comunicación de pareja para evitar que dentro de unos meses surjan en nuestra mente frases como «¡cariño, no te entiendo!«.
Ruptura de pareja
jueves, 20 agosto, 2009
La ruptura de una pareja suele ser el resultado de una relación en la que los problemas de pareja no se han podido solucionar, las diferencias entre los enamorados siguen aumentando y el seguir compartiendo la vida juntos es una tarea inviable para ambos.
Una ruptura puede ocurrir en cualquier momento del año, si bien aquellas personas que quieren alejarse un tiempo para meditar sobre la situación suelen hacerlo antes de las vacaciones estivales para así aprovechar los lugares de veraneo para olvidar el pasado y conocer a gente nueva.
Aunque también están las parejas que rompen después de esta época debido en gran medida al número de horas que los amantes pasan juntos en comparación con el resto del año, siendo en la distancia corta donde algunas personas notan que tienen que desarrollar sus habilidades interpersonales.
Los matrimonios con hijos comentan que son estos quienes evitan que se rompa la unión marital; otros argumentan que es la parte económica lo que evita la separación, en especial en esta época de crisis; los más románticos siguen argumentando que es el amor lo que hace que las parejas sigan unidas; algunos comentan que es la afinidad entre ellos lo que hace que sigan juntos; y los que basan su matrimonio en sus creencias religiosas afirman que «lo que ha unido Dios, que no lo separe el Hombre«.
Sin embargo, cuando hablamos de una pareja de novios, muchas de las razones expuestas anteriormente no tienen sentido alguno para ellos, por lo que la separación es algo que está a la orden del día debido a la ausencia de ciertos compromisos que todavía no han llegado a adquirir.
De esta forma, los enamorados comienzan a alejarse el uno del otro por diversos y variados motivos, desde miedos fundados o infundados por una de las partes; pasando por malentendidos provocados por la comunicación; hasta llegar a la falta de confianza e insatisfacción por no ver cumplidas las expectativas de una de las partes.
Aunque no toco el tema de creencias, por norma general nos sentimos más cómodos cuando estamos cerca de personas que tienen creencias afines a las nuestras, si bien hay que tener presente que nuestras creencias varían con el tiempo si estamos abiertos a ello, y las creencias que tenía ayer puede que no sean las que tenga mañana.
Aún con todo esto, algunas parejas se preguntarán si realmente es posible evitar una ruptura en estas circunstancias. La respuesta es que si, es posible. Para ello debo seguir desarrollando mis habilidades interpersonales como la empatía y la comunicación, al tiempo que busco una pareja con valores que me parezcan importantes en una persona y que me acerquen a ella.
Que lo haga ella
jueves, 23 julio, 2009
El otro día una madre me comentaba lo bien que cuidaba de su hijo adolescente, ya que este vivía como un rey y no daba un palo al agua. Ante mi pregunta ¿por qué no le enseñas a valerse por si mismo para que cuando comience una relación de pareja no tenga problemas? ella me respondió «¡qué lo haga ella!«.
Si bien esta puede ser una respuesta de lo más normal entre las madres de hoy en día, no tengo muy claro que este comportamiento sea el más adecuado en la sociedad en la que vivimos. Si la responsabilidad de los padres es la de enseñar a sus hijos las herramientas que les permitan valerse por si mismos en nuestra sociedad, y hemos identificado que existen problemas de pareja que pueden solucionarse con una modificación de ciertos comportamientos ¿qué hace que existan madres que no enseñan a sus hijos a ser independientes, a tener comportamientos que eviten futuros problemas con sus parejas?
La creencia de que «si yo le digo que tenga otro comportamiento en casa y ayude en las tareas domésticas se enfadará conmigo y dejará de quererme» es muy importante en mantener el comportamiento actual. Sin embargo ¿no se enfadará más pasados unos años cuando vea que su madre no le enseñó a cocinar o a gestionar la casa? ¿Cuando vea que no puede ser independiente? ¿Cuando perciba que tiene problemas con su pareja? Entonces ¿qué puedo hacer como madre?
El primer paso puede ser responsabilizarse de la educación del hijo, no sólo educándole a que no diga palabrotas y se comporte de forma correcta cuando esté con gente, sino a que pueda ser independiente y valerse por si mismo. En este punto es importante la implicación de ambas partes de la pareja. ¿Qué me impide ejercer mi responsabilidad?
Como decía en el post problemas de pareja, esto puede ser debido a las creencias que hemos adquirido a lo largo de nuestra vida, creencias como la expuesta más arriba. ¿Cómo identifico mis creencias?
Para conocer las creencias que guían las conductas uno se puede preguntar ¿por qué hago esto? ¿Qué pasaría si no lo hiciera? Una vez identificadas habrá que cambiarlas, para lo cual la experiencia de un coach puede ser de gran ayuda. ¿Que pasa cuando modifique mis creencias?
Las creencias no son más que afirmaciones sobre nuestra interpretación del mundo y sobre nuestra persona. Por tanto, al cambiar una creencia, también cambiará buena parte de nuestro comportamiento y de nuestra relación con los demás.
Problemas de pareja
miércoles, 22 julio, 2009
Los problemas de pareja son algo bastante corriente en las relaciones humanas. Si uno vive en pareja existe una alta probabilidad de que en algún momento de la relación se genere algún conflicto, ya sea por dejar las cosas tiradas sobre el sofá, por no hacer la comida, por no limpiar la casa, por no sacar el perro a pasear o por no bañar y acostar a los niños después de un duro día de trabajo. La pregunta es ¿se pueden evitar algunos de estos problemas que generan tensión y malestar en la pareja?
Si, es posible minimizar el número de disputas en la relación de pareja, siempre y cuando exista amor y la convivencia en pareja se entienda como un compartir las tareas y no como una lucha de poderes en la que un miembro de la pareja debe imponerse al otro. ¿Qué puedo hacer para mejorar mi relación de pareja?
Una de las cosas que se puede hacer es modificar aquellos comportamientos que generen tensión en la pareja. Por ejemplo, dejar la ropa tirada por el salón, la cocina y la habitación es uno de esos comportamientos que puede generar tensión y, sin embargo, es fácilmente modificable. El modificar este comportamiento implica que nuestra relación de pareja mejorará en el corto plazo y que a largo plazo adquiriré una nueva habilidad que modificará mi identidad a mejor. ¿Qué me impide modificar este comportamiento para mejorar mi relación de pareja?
Por norma general esto es debido a las creencias que tenemos y que hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra vida. Las creencias no son más que afirmaciones sobre nuestra interpretación del mundo y sobre nuestra persona. Si yo creo que la persona que está conmigo debe cuidarme y servirme, entonces es muy probable que no ayude en las tareas domésticas. Sin embargo, si yo creo que convivo con una persona para compartir la vida, entonces será mucho más sencillo modificar aquellos comportamientos que me ayudarán a mejorar la relación. Por tanto, al cambiar una creencia, también cambiará buena parte de nuestro comportamiento. ¿Cómo puedo identificar mis creencias?
Para conocer las creencias que guían tus conductas puedes preguntarte ¿por qué haces esto? ¿Qué pasaría si no lo hicieras? O bien puedes buscar la ayuda de un coach que te ayude a identificar aquellas creencias que limitan tu desarrollo para la consecución de un objetivo.