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Aulas democráticas
martes, 15 septiembre, 2009
Las aulas han sido durante muchos años el lugar donde los adolescentes recibían los conocimientos que les permitían formarse para su futuro, sin embargo, desde hace unos años nuestra percepción de las aulas ha cambiado. A fecha de hoy las aulas parecen ser el campo de batalla de los jóvenes, el entorno donde pueden acosar a otros compañeros, mantener peleas entre bandas rivales e incluso donde burlarse de la máxima autoridad: el profesor.
Durante muchas generaciones la educación en nuestro país estuvo basada en la «educación napoleónica«, donde el profesor, subido en su tarima, impartía sus conocimientos sentando cátedra. El profesor era la mayor autoridad en el aula, se hacía y deshacía a su antojo, impartiendo castigos cuando el comportamiento de sus pupilos era inapropiado para ese entorno.
Como alternativa a esta educación napoleónica surge la «educación democrática«, la cual nace a raíz de las leyes educativas socialistas donde se dio orden de poner al profesorado al mismo nivel que los alumnos, es decir, los pupitres de los alumnos están a la misma altura que el profesor.
No existe duda de que la supresión de la tarima hace que el profesor esté más cerca del alumnado, se integre entre ellos; sin embargo, y teniendo en cuenta la psicogeografía, este cambio varía la relación geográfica entre los miembros del grupo ejerciendo una importante influencia no verbal, tanto sobre el proceso del grupo como sobre las relaciones entre sus miembros.
El cambio de «estar arriba» a «estar abajo» hace que la percepción de los alumnos con respecto al profesor cambie. Ahora el profesor está a su mismo nivel y, por tanto, no tiene autoridad sobre ellos, pasando a regirse el aula por la ley del más fuerte.
Esperanza Aguirre comentaba en un programa de televisión matutino que «van a enviar a la Asamblea un proyecto de Ley de Autoridad del Profesor de modo que se revista al profesor de autoridad y se le envista de un estatus superior al que en estos momentos tienen los profesores y catedráticos de institutos«.
Hay que tener en cuenta que si no se cambia la psicogeografía actual entre el profesor y el alumno, es posible que el crear una Ley de Autoridad del Profesor para resolver este asunto tan candente en las aulas sea poco efectivo.
Tal vez la mejor manera de proceder para devolver al profesorado su autoridad no sea a través de leyes racionales que hacen que el profesor tenga autoridad «porque lo dice la ley«, sino a través de la psicología humana, y en este caso de la psicogeografía, es decir, devolviendo la tarima al profesor.
Adicionalmente sería conveniente desarrollar las habilidades interpersonales y pedagógicas del profesorado, así como formarles en la utilización de técnicas y herramientas de coaching para que puedan ser los gúías que ayudan y dirigen a sus alumnos en el camino que va desde un determinado estado presente hasta el deseado, proporcionándoles el apoyo con respecto al entorno en el que tiene lugar el cambio del alumno.