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Monstruos en el sótano
viernes, 25 marzo, 2011
Encendí la luz de la cocina. Me acerqué al frigorífico y abrí su puerta. Las cuatro rebanadas de pan integral, las dos sardinas que seguían en su lata original después de un par de días, las tres lonchas de pavo cocido, los dos huevos de gallina y el medio litro de leche semidesnatada que encontré en su interior hicieron que me quedara inmóvil frente al aparato durante unos segundos mientras mi cerebro optimizaba el menú de la cena con los ingredientes encontrados. Realmente debía pasarme por el supermercado urgentemente si no quería morir de inanición.
Mientras sacaba el pan, el pavo y los huevos escuché un ruido que parecía proceder del sótano de la casa. Como tantos otros ruidos que se escuchan en una casa a lo largo del día, a este tampoco le dí mayor importancia, y seguí con la preparación de mi última comida del día. Saqué la sartén del cajón de debajo del horno y la posé sobre la vitrocerámica. De nuevo se escuchó aquel ruido que provenía del mismo lugar.
Dejé lo que tenía entre manos y salí de la cocina para satisfacer mi curiosidad. Y allí estaba yo, en mitad del pasillo, sin mover ni una pestaña, intentando averiguar la procedencia real de aquel ruido que había llamado mi atención. De pronto, se volvió a escuchar. Efectivamente, venía del sótano, por lo que me acerqué a la puerta sigilosamente para evitar ahuyentar a aquello que lo estuviera provocando.
Abrí la puerta. Extendí mi mano hacia el interruptor y lo giré para encender la luz de la escalera. Bajé por aquellas escaleras de madera cuyos escalones se quejaban cada vez que tenían que soportar mi peso. Al llegar abajo miré a derecha e izquierda, buscando aquello que producía el ruido. Nada, todo estaba en silencio. Me giré para volver a subir las escaleras cuando escuché un ruido a mis espaldas. Me dí la vuelta y vi unas cajas de cartón apiladas unas sobre las otras.
Cada caja tenía un rótulo en su frontal: libros de texto, novelas, revistas… De pronto vinieron a mi mente una serie de recuerdos de tiempos pasados. ¡Qué días tan entrañables aquellos! Una de las cajas se movió un poco. Era en la que ponía: monstruos.
Aunque los rótulos de las cajas me daban una idea de lo que cada una contenía en su interior, hacía tanto tiempo que las había bajado al sótano que apenas recordaba lo que almacenaban. Aparté la caja que se había movido del resto de cajas y la acerqué a la luz para examinarla. Estaba cerrada con su cinta americana y no parecía tener agujeros en ninguno de sus lados, por lo que parecía improbable que algún roedor hubiera entrado en su interior. Aún así me pareció curioso que saliera algún ruido de allí, por lo que decidí abrirla para comprobar lo que encerraba.
Me puse debajo de la luz. Cogí uno de los extremos de la cinta americana que cerraban las solapas superiores y la arranqué del cartón. Levanté las solapas para ver el interior de la caja. Fue en ese momento cuando me llevé mi mayor sorpresa… ¡estaba vacía! ¿Y de dónde procedía el maldito ruido? ¿Y cómo se había movido? ¿Habría sido todo obra de mi imaginación? Miré a mi alrededor, intentando encontrar algo que me diera una pista, pero nada.
Mientras mi cerebro seguía haciéndose preguntas e intentaba razonar aquel evento, mis ojos buscaban cualquier cosa en el interior de la caja que pudiera indicarme lo que había ocurrido. Pegado a un lateral encontré un post-it. Lo arranqué bruscamente y lo acerqué a la luz. Era mi letra. Leí la nota: “Aquí guardo todos mis monstruos, aquellos que me hacen ser peor persona, los que no deseo que salgan a la luz: la codicia, la rabia, la ira, los celos… Recuerda que si vas a meter otro en la caja, antes debes cerrar todas las puertas y ventanas de la casa para que no se escapen”. ¡Ahora lo recuerdo todo! El crujir de uno de los escalones me sacó de mi trance temporal.
Miré hacia las escaleras. Una sombra se quedo quieta. Parecía que me miraba, esperando alguna reacción por mi parte. Levanté la mirada y vi que la puerta que daba al piso de arriba estaba abierta. Dirigí mi mirada a la nota: “…antes debes cerrar todas las puertas…”. Apunté mi vista hacia la sombra de nuevo. Al tiempo que saltaba hacia las escaleras cerré la caja de un manotazo, pero aquella sombra parecía haber intuido mis intenciones, consiguiendo llegar al piso superior antes de que la atrapara.
Cerré la puerta tras de mi y miré a ambos lados, buscando aquella sombra tan escurridiza que había conseguido entrar de nuevo en mi hogar. Al no verla por ninguna parte mi primera preocupación era que no saliera de la casa, por lo que corrí hacia las puertas y ventanas para confirmar que estaban todas cerradas y que aquel fantasma del pasado no podría salir fuera, donde todos pudieran verlo.
Me llevó horas encontrarlo de nuevo, pero al final dí con él. Allí estaba, en la cocina, comiendo el pan, el pavo y los huevos que había dejado sobre la encimera. ¡Mi cena! Mi rabia creció, y con ella lo hizo aquella sombra que seguía engullendo mis alimentos. ¡Mi rabia, eso era! Lo que se había escapado de aquella caja escondida en el fondo del sótano era mi rabia ¿y por qué?
Me senté en la silla de la cocina y comencé a observar a aquel engendro. Mientras lo observaba me dí cuenta de que los últimos días habían sido un poco tensos en el trabajo; mi relación de pareja se había visto afectada por el enorme número de horas que me pasaba en la oficina; y los amigos también tenían sus quejas porque ya no jugaba con ellos al fútbol el fin de semana. Parecía que el mundo me tratara mal, que no me quisiera, y por ello es cierto que la rabia había comenzado a acumularse en mi interior.
Según me daba cuenta de lo que estaba ocurriendo, aquella criatura informe comenzaba a desvanecerse. Cada vez era más consciente de lo que pasaba dentro de mi y cómo eso estaba afectando a la gente de mi entorno. El monstruo que hace unas horas se paseaba por toda la casa libremente, ahora se había solidificado y no era mayor que una bola de golf. Me agaché y la cogí en mi mano. La miré detenidamente. Sonreí y bajé de nuevo al sótano.
Los seres humanos tenemos la capacidad de guardar nuestros monstruos en lugares de difícil acceso para que no puedan salir a la luz del día y así las personas de nuestro entorno crean que somos personas normales. Sin embargo, en ocasiones, estos monstruos consiguen escapar de sus celdas, y revolotear por el interior de nuestro ser, haciendo que nos sintamos mal. Si consiguen salir al exterior podrán destrozar a aquellas personas inocentes con las que se topen, y seremos nosotros en última instancia los responsables de tales atrocidades.