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La gran muralla
viernes, 4 mayo, 2012
Manuel había salido a pasear como cada día. Después de varias horas caminando, de pronto, se encontró en mitad del camino un muro que le impedía el paso. Si hubiera sido el típico muro de piedra de un metro de altura lo hubiera saltado sin mayor dificultad. Sin embargo, la altura de este muro era de unos cinco metros, lo cual complicaba significativamente el saltarlo. No sólo eso, sino que además, la piedra estaba muy bien pulida, lo cual dificultaba cualquier intento de escalada.
Manuel se alejó unos pasos de aquel muro y miró a su derecha. Luego giró su cabeza al otro lado, con el objeto de ver dónde terminaba el muro; pero en ambos casos el muro se perdía en el horizonte. Entonces Manuel se alejó un poco más, para ver si su vista daba con alguna puerta, entrada o hueco en aquella pared de piedra. Nada. Ni una grieta.
Manuel era un hombre persistente, y no había llegado hasta allí para darse la vuelta sin luchar un poco más, así que se acercó de nuevo al muro. Puso sus manos sobre él. Asentó sus pies sobre la tierra. Y comenzó a empujar con todas sus fuerzas en un intento por derribar aquellas piedras de su camino. Después de varios minutos empujando con sus manos, son sus hombros, con su espalda, y con cualquier parte de su cuerpo, Manuel desistió en su intento.
El esfuerzo maratoniano que le había supuesto empujar aquellas toneladas de piedra lo dejó casi sin fuerzas. Para recuperar algo de fuerzas se acercó a su mochila, la cual había dejado hacía unos minutos junto a una roca, para coger un bocadillo que se había preparado antes de salir de casa. Se subió a la roca. Se sentó. Quitó el papel de aluminio al bocadillo. Y se quedó mirando a aquel muro, intentando encontrar la forma de traspasarlo.
Después de varias horas Manuel seguía sin encontrar solución a su problema. Claro estaba que una solución podía ser el bordear aquel muro, pero parecía que no tenía fin, ni por su parte derecha, ni por su izquierda. El intentar derrumbarlo por la mera fuerza tampoco había dado resultado. Saltarlo tampoco era una solución, ya que era materialmente imposible hacerlo. Y grietas o huecos por los que atravesar aquel montón de piedras tampoco era una opción. Así que Manuel se quedó en aquella piedra sentado, pensando en cuál podría ser la solución a aquel dilema que le permitiera atravesar aquel muro casi impenetrable.
Muchos, muchos años después de aquel día en el que Manuel salió de paseo, otro caminante llegó a aquel lugar. Al llegar allí se encontró con un muro derruido por el paso del tiempo y, a pocos metros del camino, sobre una roca, la escultura de un hombre mirando hacia el muro con expresión pensativa.
En ocasiones algunas personas se empecinan en buscar una solución a un problema cuya única solución es el paso del tiempo. Sin embargo, en vez de darse la vuelta y seguir con su vida, siguen intentando encontrar una solución, sin darse cuenta que la vida sigue, y que están perdiendo un tiempo que nunca más podrán recuperar.