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La desaparición de Mónica
sábado, 2 junio, 2018
María estaba por fin a pocos metros de la casa de su amado. Por fin parecía que podría estar con él después de tantos meses luchando con ella misma para saber qué era lo que quería, para coger fuerzas y hacer lo que debía hacer: ser feliz con él.
Pero su hermana la había encontrado, una vez más. No sabía cómo lo había hecho, pero allí estaba, corriendo tras ella. Y si la alcanzaba, se la llevaría de nuevo a aquella casa, a aquella habitación de la que estaba cansada. Y, tal vez, esta vez, no tuviera posibilidad de escapar nunca más; porque las medidas de seguridad aumentarían para que se quedara allí encerrada de por vida.
Así que la única opción era correr. Correr hacia aquella puerta entreabierta. Una puerta por la que salía un poco de luz del interior. Una luz de esperanza. Una luz que demostraba que había alguien dentro de casa. Alguien que la estaba esperando. Alguien que la podía seguir amando. Así que utilizó las pocas fuerzas que tenía para correr y llegar antes que su hermana a aquella casa.
Mónica estaba muy cerca de su hermana. Apenas unos centímetros la separaban de aquella persona que se había escapado. De aquella persona que quería hundirla, destruirla. Tenía que alcanzarla antes de que cometiera un suicidio emocional. Un suicidio que podía hacer que su hermana “la débil” sufriera como ya lo había hecho en otras ocasiones. No, no lo iba a permitir, debía evitar aquel suicidio, debía esconder a su hermana para “ambas” pudieran vivir felices de nuevo.
María notaba el roce de los dedos de su hermana en la espalda, pero ya había subido los dos escalones que la separaban de aquella puerta y, mientras estiraba su mano para asir aquel pomo que le daría la libertad, sintió como la mano de Mónica se aferraba a su camisa y tiraba de ella hacia un lado, evitando que llegara a tocar el pomo y tirándola al suelo.
El estruendo causado por el golpe de María sobre la pared de madera hizo que las personas que se encontraban en el salón de aquella casa se dieran la vuelta para ver qué es lo que estaba pasando en la entrada. El forcejeo siguió en la calle durante unos segundos, hasta que se hizo la calma de nuevo.
La puerta se abrió. La luz iluminó la cara de aquella mujer, todavía jadeante. El niño, de unos cinco años, dio un par de pasos hacia atrás para acercarse a su madre mientras con sus enormes ojos castaños no dejaba de mirar a aquella mujer que se sacudía la ropa e intentaba adecentarse un poco. La señora mayor, quien parecía la abuela de la criatura, se había puesto en pie y miraba hacia la esquina por la que aparecía un hombre.
El hombre se acercó poco a poco hacia aquella mujer que acababa de entrar por la puerta. Sus ojos no daban crédito. ¿María? – preguntó.
La mujer sonrió mientras giraba ligeramente la cabeza en busca de la hermana que había dejado atrás, al tiempo que daba unos pasos hacia adelante para acercarse a su amado con los brazos abiertos y él gritaba entusiasmado: ¡María, eres tú!
Poco a poco se acercaron el uno al otro. Se miraron a los ojos y se fundieron en un abrazo mientras él le decía al oído: “Te quiero, siempre te he querido y siempre te querré”. María se sonrió y respondió: “Yo también te quiero”, mientras veía cómo su hermana Mónica que estaba detrás de aquel ventanal se desvanecía y desaparecía para siempre.
Las personas tenemos diferentes formas de enfrentarnos a nuestros miedos. Las hay que se plantan delante de sus fantasmas y les hacen frente. Otras necesitan tiempo para coger fuerzas y enfrentarse a ellos. Y otras se esconden para que esos fantasmas no les vean. En función de la opción que se tome, cada persona tendrá una vida diferente.
De igual manera, los tiempos son también diferentes. Las personas más valientes se enfrentarán a sus miedos lo antes posible, para quitárselos de en medio y vivir una vida plena cuanto antes. Las menos valientes necesitaran algo más de tiempo para enfrentarse a ellos y, aquellas que temen el enfrentamiento, es posible que nunca se atrevan a quitarse esos fantasmas, por lo que el tiempo que necesiten, será casi infinito.
Pero las personas tienden a enfrentarse a sus miedos cuando realmente están motivadas, bien porque han visto que, si no lo hacen, si no cambian su vida, nunca van a ser felices, o bien porque el amor les da la energía suficiente para cambiar.
En cualquier caso, hasta la persona más valiente que nos podamos encontrar, nunca tiene claro cuál será su destino, es posible que esa persona que esperamos ver al otro lado de la puerta no esté y, si lo está, no sabemos cómo nos recibirá, si nos volverá a querer.
Lo importante de todo esto es arriesgarse porque, aunque fracasemos, aunque nos volvamos a caer y a hacer daño, esta experiencia nos hará más fuertes y, quien sabe, igual tenemos la suerte de que la otra persona, esa a la que realmente queremos, está ahí para apoyarnos, para cogernos de nuevo de la mano y comenzar una vida juntos, una vida que nos hará felices a los dos. Y si tenemos dudas, siempre podemos utilizar a un profesional de parejas que nos ayude a entendernos.